Un mes, sólo un mes, es suficiente para que 38 millones de argentinos dejemos en suspenso nuestras vidas en post de la pelota que rueda allá en Alemania. Aportar a la creación de un clima de esperanza depositario de alegrías exacerbadas, parece ser el objetivo de los medios de divulgación masiva durante este campeonato, que encierra mucho más que el repentino amor a los colores de la bandera.
Los espacios mediáticos se llenan, los días previos al inicio del Mundial de fútbol, de palabras vacías, imágenes repetidas, evaluaciones supuestas y análisis estirados.
Sin embargo no todo es algarabía ni ansiedad. Hay otro mundial, cotidiano y real y es el que juegan todos los días millones de seres humanos que pierden su condición de tal cuando se enfrentan a ese competidor que los obliga a emprender un partido sin tácticas ni estrategias, pero con un claro objetivo: encontrar la comida que les permitirá alimentarse por lo menos esa sola noche.
Las imágenes que se vieron días pasados en el programa “Humanos en el Camino” en la Quema del CEAMSE nos mostró una de las caras más duras e inhumanas de esta realidad, la que está muy lejos de Hamburgo y de los goles del equipo de Pekerman.
El partido es otro, cientos de personas en la meta de largada, no hay medio campo. El gran rival, la pobreza y los policías que, armados y mostrando su garrote amenazante controlan el tiempo para permanecer dentro del lugar.
La carrera: los dos kilómetros que deben recorrer, a pie, en bicicleta o con carritos para llegar al arco. El área chica, la montaña de basura que es revisada para obtener desde bolsas o cartones para vender, hasta algo de sobras de comida que aseguren el “puchero” de esa noche. El gol...el gol no llega nunca.
Alemania 2006 ya está en marcha, el triunfo frente a Costa de Marfil nos hizo vibrar y permitió seguir pensando, analizando, disfrutando...a nosotros, a los que tenemos la panza llena, a los que nos podemos sentar cómodamente en un sillón a ver las contiendas deportivas.
Para el 50% de los argentinos que no tienen garantizadas sus condiciones mínimas de vida, el partido no se acaba nunca, pero construyen la esperanza de unirse alguna vez en un solo grito de gol: el gol de la justicia, aquel que les devuelva su condición de ser humano.
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