A propósito de las más recientes amenazas perpetradas contra periodistas, Mario Morales reflexiona acerca del oficio del periodismo en Colombia.
No. No puede serlo. Las amenazas no son gajes del oficio periodístico, como resignadamente lo dice Armando Benedetti Jimeno, luego de haber recibido un falso paquete bomba en su residencia, y como, desde la otra orilla, pretenden hacerlo creer ciertas fuerzas oscuras. Las amenazas son aberrantes y no pueden inducir al acostumbramiento y a la cohabitación por más difíciles que sean los tiempos.
Y lo son, como se deduce al cabo de cada reunión del Comité de Protección a Periodistas, que, en los últimos dos años, ha debido estudiar, cada vez que es convocado, entre 25 y 30 casos. Tal y como sucedió el pasado viernes. El Comité tenía en la agenda veinticinco nombres. Cinco de ellos nuevos. Tres de Ibagué, uno de la Costa y otro que corresponde a un periodista de televisión en Bogotá. Y eso que sólo hablamos de los casos denunciados. Y sin contar, por supuesto, a Benedetti, Gustavo Bell y Ernesto McCausland, de El Heraldo de Barranquilla.
La cifra es recurrente pero las protestas de los colegas, de los medios y de las autoridades no lo son. Perdónenme pero no es una respuesta seria decir que los paquetes no tenían explosivos ni convincente el atajo ese de la subasta de recompensas que aparte de ser apenas un golpe de opinión, categoriza y, por supuesto, discrimina, a los ciudadanos de acuerdo a su reconocimiento social. Con esa misma arma de poner precios a las cabezas juegan los que están al margen de la ley.
Y claro, la última instancia es delegarle el caso al general Oscar Naranjo, que a ese paso, va a remplazar pronto en el imaginario televisivo al Llanero Solitario.
Hacen falta fuerzas y organismos especializados, investigaciones serias, capturados, judicializados y condenados por constreñir el libre ejercicio de la prensa en Colombia. Hace falta espíritu de cuerpo, decisión de los directores de medios, difusión y seguimiento en los espacios periodísticos, acciones conjuntas como el recordado Proyecto Manizales y un ejercicio común y permanente que nos recuerde todos los días que lo común es el periodismo de prácticas adecuadas y que los dementes que deben irse son los otros.
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