La indignada carta que el presidente Ricardo Lagos envió a Agustín Edwards, propietario de El Mercurio, reclamando por el trato que ese periódico ha dado a su familia, tuvo más aroma a exabrupto palaciego que a reflexión serena y profunda sobre el papel que cumple el decano de la prensa nacional en el tratamiento de la agenda informativa cotidiana.
La rabieta de Lagos fue provocada por la insistencia del diario en vincular a uno de sus cuñados en supuestas irregularidades cometidas en un llamado a licitación internacional de Correos de Chile, cuestionado por el abogado Héctor Musso representante de una empresa postulante que se siente perjudicada.
Musso, militante democratacristiano muy cercano a Adolfo Zaldívar, ha sido asesor de La Moneda durante gran parte de los gobiernos de la Concertación. Conoce en profundidad los resortes que se deben pulsar para transformarse en fuente privilegiada de algunos periodistas, en particular de La Segunda y El Mercurio.
En esos diarios, tanto los editores como los miembros de sus comités editoriales conocen muy bien el tamaño del ego del presidente Lagos y de muchos de sus asesores, algunos de los cuales incluso no han dudado en ponerse patas arriba con tal de ser fotografiados y aparecer en las portadas de periódicos y revistas.
El senador José Antonio Viera Gallo no dudó en salir en calzoncillos. Muchos otros han aceptado ser retratados en las poses más extrañas, o mostrar sus guardarropas, exhibir sus dormitorios o todo tipo de intimidades fotografiables. El asunto es figurar, estar en las páginas sociales, ser conocidos, ganar adeptos a como dé lugar.
Saben también que las ediciones dominicales ejercen en ellos atractivo irrefrenable. Que la sola posibilidad de ser entrevistados para la edición dominical de El Mercurio les quita el sueño, tanto o más que los noticieros centrales de la televisión.
Uno que otro recuerdo
No vamos a reseñar, después de la carta del presidente Lagos, lo que ha significado El Mercurio en los últimos 40 años de historia chilena. Su activa participación en las más virulentas campañas de propaganda que se recuerdan; el activo compromiso de Agustín Edwards en las operaciones para impedir la elección del presidente Salvador Allende, y luego para derrocarlo; su apoyo entusiasta a la represión en los años de la dictadura, y su oposición permanente a la redemocratización del país y a todo tipo de cambios sociales que signifiquen una pérdida de privilegios para los grupo dominantes.
Lo sorprendente es que Lagos haya reaccionado ahora, por los ataques a su familia y no por el papel cumplido por El Mercurio como principal agente opositor a los gobiernos de la Concertación. Sólo es posible recordar esporádicas pataletas de algunas autoridades gubernamentales, cansadas de soportar la inquina editorial o la desembozada manipulación noticiosa mercurial. José Miguel Insulza, siendo ministro del Interior, se atrevió a cuestionar la maledicencia de Joaquín Villarino, cuando fungía como editor del cuerpo de reportajes. Otro momento antológico fue cuando Marcelo Schilling, siendo subsecretario de Desarrollo Regional, rompió un ejemplar del diario La Tercera y lo lanzó a un basurero, ante la mirada incrédula de los periodistas.
Liquidador de quiebra
La relación de Ricardo Lagos con El Mercurio ha sido larga y tormentosa. A fines de los años 50 el actual presidente hizo su memoria de título sobre los grupos económicos que controlaban al país. Entre los dos más importantes figuraba el grupo Edwards. El joven abogado Ricardo Lagos pudo adentrarse en sus vericuetos, conociendo sus secretos.
Más tarde, el 27 de julio de 1972, fue designado por el gobierno de la Unidad Popular como liquidador del Banco Edwards. La misión consistió en establecer la responsabilidad de los administradores de la entidad en una presunta quiebra fraudulenta, situación que puso en grave peligro los haberes de los clientes y la estabilidad laboral del personal.
Lagos reapareció tibiamente en las páginas mercuriales al iniciarse la década de los 80, con la recomposición del movimiento social antidictatorial.
En una encuesta realizada en enero de 1986 por la agencia de noticias United Press International entre los editores políticos de los principales diarios y revistas de Santiago, Ricardo Lagos irrumpió como el dirigente político con mayores menciones como futuro presidente, al retorno de la democracia. En adelante se transformó en una preocupación permanente de Agustín Edwards y de sus colaboradores, quienes incluso llegaron a vetar la publicación de fotografías de Lagos.
El traspié de Lagos en las parlamentarias de 1989, que significó su derrota ante Jaime Guzmán pese a tener más de 400 mil votos, fue festejado por El Mercurio como si se tratara de un triunfo aplastante de la UDI.
Escaleras al poder
En 1990, sin embargo, tras la llegada de Patricio Aylwin a La Moneda y al diseñarse una política de prescindencia en materia de comunicaciones, El Mercurio decidió un nuevo trato al gobierno concertacionista.
Aylwin, Enrique Krauss, Enrique Correa, Edgardo Boeninger, Patricio Rojas y el propio Ricardo Lagos, entre otros, pasaron a ocupar las páginas de los diarios de Agustín Edwards como si en Chile no hubiese ocurrido nada en las dos décadas anteriores.
El Mercurio y La Tercera habían renegociado ventajosamente cuantiosas deudas con el Banco del Estado y la banca privada en vísperas del cambio de gobierno, mientras los medios que habían dado una dura lucha contra la dictadura enfrentaban crecientes problemas económicos.
La mayoría de los dueños de revistas y diarios como Cauce, Análisis, Apsi, Hoy, Fortín Mapocho y La Epoca asumieron cargos en el gobierno o empezaron a medir las posibilidades que tenían para llegar a ellos. El avisaje estatal empezó a fluir regularmente hacia las arcas de El Mercurio y La Tercera, mientras simultáneamente desde La Moneda se empezaron a frenar los ímpetus periodísticos para tratar de esclarecer las violaciones a los derechos humanos o algunas escandalosas negociaciones realizadas en el régimen militar.
Los primeros desgarros
En el primer quinquenio de la década de los 90, Ricardo Lagos estaba preocupado primero del Ministerio de Educación, y más tarde, del diseño de una nueva política de obras públicas en el ministerio respectivo. De esa época los cercanos a Ricardo Lagos sólo recuerdan dos malos ratos con El Mercurio: el primero, cuando el matutino decidió investigar el destino de unas platas de origen italiano, recibidas en Chile por empresas y sociedades conformadas por socialistas y colaboradores del actual presidente; el segundo, a fines de la década del 90, tras una denuncia de los diputados Víctor y Lily Pérez sobre supuestas irregularidades en la compra de aulas tecnológicas durante el gobierno de Patricio Aylwin, cuando Ricardo Lagos era Ministro de Educación.
La dupla parlamentaria opositora denunció que el Mineduc había pagado más de cuatro millones de dólares de sobreprecio por dichas aulas adquiridas mediante un convenio con España. Los diputados añadieron que la Contraloría había detectado irregularidades en los contratos para equipamiento educativo por unos trece millones de dólares con la empresa española Fomento de Comercio Exterior, Focoex. Un solo proveedor, Modesto Quezada Tobar, cobró en Chile más de cien millones de pesos por sus servicios, de los cuales una parte importante se entregaron al particular Luis Oyarzún Leiva, asesor de Lagos en aquella época, quien promovió la contratación del primero, según aseguraron Pérez y Pérez.
Caramelos y confites
Las relaciones entre El Mercurio y Ricardo Lagos se acaramelaron cuando éste llegó a La Moneda. Encuentros cotidianos en diversas ceremonias y actos públicos mostraron a Agustín Edwards y al presidente en amables conversaciones. Pese a algunos vaivenes motivados por la recesión económica vivida hasta 2003 y las ocasionales embestidas de La Moneda para poner punto final a los problemas de derechos humanos, no hubo más cornadas entre ambos. Hasta que apareció en escena la jueza Gloria Ana Chevesich y su investigación sobre los casos MOP Gate y otros. En adelante, fue cada vez más evidente que el primer mandatario resentía la aparición en los tribunales de algunos de sus colaboradores cercanos y con mayor razón, de familiares y amigos personales.
En las oficinas de los directivos de El Mercurio, en tanto, pero también en las de Copesa, se percibió con claridad que la epidermis del presidente Lagos se erizaba con facilidad con la sola mención de que el gobierno apareciera manchado por actos de corrupción.
Entonces, cada vez más sometidos a las presiones por las nuevas elecciones presidenciales y parlamentarias, ambos medios optaron editorialmente por enrostrarle a Ricardo Lagos la presencia de sus parientes en investigaciones administrativas y judiciales, discurso que fue asumido como una de las principales cartas de campaña por los candidatos a parlamentarios de la UDI.
Los cercanos colaboradores del presidente saben que una de sus frustraciones es no haber podido fundar un nuevo diario, progresista, laico, comprometido con la democracia y con el progreso de Chile. No obstante, también tienen claro que no han sido muchos los esfuerzos para llevar adelante una empresa de esa magnitud. Los empeños conocidos tienen más que ver con el deseo de poseer un instrumento de influencia política, un periódico que ayude a concretar ambiciones personales o de pequeños grupos deseosos de aumentar sus cuotas de poder.
Tras quince años de Concertación, resulta casi inconcebible que sus tres gobiernos hayan sido incapaces de contribuir a que se expresen las diversidades de la sociedad chilena y que gran parte de los dineros que gasta el Estado en publicidad sigan teniendo como destino a la cadena de diarios de El Mercurio y Copesa.
A estas alturas, ya no sirven pataletas ni berrinches
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter