El poder mexicano ha secuestrado a la sociedad mexicana, la ha sometido para inducir el engaño en favor del derechista Partido Acción Nacional, con la participación de toda una maquinaria oficial, mediática y financiera cuyo objetivo fue impedir el arribo de la corriente de centro izquierda.
En la probabilidad casi cierta de una conclusión del proceso comicial del domingo 2 de julio con la declaración de la autoridad final, el Tribunal Electoral de la Federación, que declare oficialmente triunfador al candidato derechista Felipe Calderón, México quedará dividido en dos grandes porciones no precisamente ideológicas: quienes creen en
la limpieza de la elección y quienes sospechan de un gran fraude electoral, de difícil comprobación en la revisión de los votos, pero
mucho más profundo: el secuestro al que la sociedad fue sometida para inducir el sufragio en favor del Partido Acción Nacional, con la
participación de toda una maquinaria oficial, mediática y financiera cuyo objetivo fue impedir el arribo de la corriente de centro
izquierda.
El resultado de las elecciones, que deberá ser conocido antes del
9 de septiembre, podría demostrar cómo la derecha mexicana no
sólo aprendió las viejas técnicas de escamoteo del voto que fueron
la especialidad del Partido Revolucionario Institucional, su aparente
enemigo durante seis décadas, y fue capaz de ponerlas en
práctica con los elementos de la moderna tecnología, sino que
agregó elementos de convencimiento e inducción masiva. Con el
apoyo del discurso oficial, la aplicación de recursos y una bien
planeada campaña mercadotécnica, la derecha llevó adelante cada
uno de los pasos de lo que algunos expertos en informática
comienzan a definir como los pasos programados de un algoritmo
establecido con mucha anticipación, que incluyó propaganda y
manipulación en el proceso de registro y contabilidad del sufragio.
Terminado el proceso electoral quedarán en un amplio segmento
de la población las huellas de la intromisión sistemática del
gobierno federal; el empleo de recursos públicos a favor del
candidato oficial: la campaña del miedo orientada a sembrar
pánico en la ciudadanía ante la posibilidad de un gobierno de
izquierda; la parcialidad de los más poderosos medios informativos
comerciales, especialmente los electrónicos; las descalificaciones
entre candidatos y otros factores que enturbian la credibilidad del
organismo responsable de arbitrar los comicios, el Instituto Federal
Electoral, por el ocultamiento de por lo menos un 10 por ciento de
los votos, que se considera un caso descubierto entre otras
maniobras en el manejo del proceso. Si, como se vislumbra con
certeza, el Tribunal Electoral confirma las cifras de la revisión de la
votación en los 300 distritos electorales del país, con un tercio de
la votación total gobernará en el país una derecha escasamente
legitimada, en una sociedad profundamente dividida.
Es una derecha de nuevo cuño, en la que sin embargo resurgen
resabios y revanchismos históricos; una derecha impregnada del
fundamentalismo religioso de los años veinte y finales de los
treinta del siglo pasado, cuando la intolerancia del clero frente a la
Revolución iniciada en 1910 y sus leyes del estado laico
provocaron la sangrienta lucha "cristera" resuelta por un modus
vivendi que en los últimos años se trocó en una permisividad oficial
para una cada vez mayor injerencia de la jerarquía eclesiástica en
los asuntos de la vida pública. Es una derecha salvaje que a esos
elementos del pasado aúna el dogma de la globalización y la
apertura económica en favor de la hegemonía del potente imperio
norteamericano y de los dictados del Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del
Comercio.
Es una derecha anacrónica y a la vez pretendidamente moderna
en la versión actual del liberalismo decimonónico del dejar hacer,
dejar pasar convertido en la libre circulación del capital.
Presidente de la República -si como se prevé accede a la primera
magistratura-, el panista Felipe Calderón tendrá tal vez una mayor
capacidad para forzar las reformas constitucionales - energética,
fiscal y laboral en primer término—, consideradas como un fracaso
del actual mandatario Vicente Fox, cuya impericia política produjo
la desilusión de los sectores financieros y del propio aparato
gubernamental norteamericano, en donde se esperaba de él la
profundización de la apertura al capital extranjero y la privatización
de más amplios sectores de la economía mexicana.
Calderón gobernará con un Congreso en apariencia
mayoritariamente oposicionista, pero en la práctica esperará el
respaldo del Partido Revolucionario Institucional -proclive a aliarse
con la derecha panista en su actual circunstancia de tercera fuerza-
y de otras formaciones con las que buscará contrarrestar la
resistencia del Partido de la Revolución Democrática y los que
integran la alianza que sostuvo a Andrés Manuel López Obrador.
Calderón aparece así como la esperanza de los sectores más
adictos a la apertura neoliberal y de los grandes intereses del
capital internacional a los que de manera limitada y subrepticia,
muchas veces contraviniendo la ley, Fox entregó una parte de los
recursos estratégicos para la economía del país. Panista por
tradición familiar, Calderón esperará imprimir a la derecha
gobernante un contenido ideológico más coherente que el de la
ignorancia foxista de la historia, apoyado por corriente y
organizaciones radicales como El Yunque, una mezcla de
sociedad secreta y activismo político que cobró fuerza por la
presencia de muchos de sus dirigentes en la administración de
Vicente Fox y cuya participación en la campaña panista es
ampliamente conocida.
De confirmarse la llegada de Calderón a la Presidencia de la
República se habrá perdido por espacio de seis años la posibilidad
de conducir al país por el sendero del nacionalismo que
caracterizó a los gobiernos de la posrevolución hasta octava
década del siglo pasado, en la que la participación del estado en la
economía permitió la creación de instituciones aún vigentes y la
realización de obras materiales de gran envergadura. La política
exterior de México fue reconocida en América Latina y en el
mundo por su apego a los principios de no intervención en los
asuntos internos de los estados, de respeto a la soberanía y en
favor de la solución de los conflictos por la vía pacífica.
La perspectiva ofrecida por el perredismo de Andrés Manuel López
Obrador hubiera permitido retomar la parte más valiosa de esa
política con el agregado de una serie de programas y de acciones
basados en los problemas y las realidades nacionales e
internacionales de la actualidad. Queda al candidato
aparentemente derrotado -López Obrador-luchar con el apoyo de
amplios sectores de la ciudadanía y con los instrumentos legales
para demostrar lo que se percibe como un fraude maquinado
desde el principio de la administración actual, apoyado y
financiado en el interior y en el exterior, destinado a lograr la
permanencia de una corriente cuya acción en beneficio de la
sociedad está muy lejos de ser demostrada.
ALAI AMLATINA, 06/07/2006
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