En 1978 un brillante economista escocés llamado Angus Maddison inició sus investigaciones sobre el desarrollo económico del mundo, para luego alumbrar su portentoso libro Monitoring the World Economy: A Millennial Perspective, 1820-1992, un excelente documento que identifica al año 1820 como el inicio explosivo de la prosperidad económica del planeta, contrariando así investigaciones históricas que ponderaban ese proceso como un largo y contínuo desarrollo cuyo primer impulso se adentraba en los comienzos de la civilización.
En ese libro Maddison también se refirió brevemente a los “ingredientes” de la súbita prosperidad, señalando como tales el progreso tecnológico, el desarrollo del comercio, las finanzas y el capital humano, así como la explotación de los recursos naturales. Nada espectacular como explicación de un fenómeno precipitado que, sin embargo, dividió la historia del crecimiento económico del mundo en un antes y después de 1820.
Años después William J. Berstein, en su celebrado libro The Birth of Plenty: How the Prosperity of the Modern World was Created (The MacGraw-Hill Companies, Inc., 2004), ha venido a reconsiderar, ordenar y confirmar, con un vistazo a la historia de naciones claves y paradigmáticas del progreso humano, los conceptos estructurales de Maddison que explican el inicio del crecimiento económico del mundo moderno y que garantizan su continuidad en el tiempo (lo que los economistas denominan “crecimiento sostenido”). Esos cuatro factores principales del progreso humano son: Derechos de propiedad, racionalismo científico, mercado de capitales y progreso en el transporte y las comunicaciones, vale decir infraestructura.
En un recorrido por la historia económica del mundo, Berstein corrobora la constante y persistente presencia de esos cuatro factores estructurales de la prosperidad. En el desarrollo formidable de las instituciones financieras de la Holanda del siglo XVI; en la posterior apropiación por la corte de Inglaterra de 1688 de esos mismos factores señeros del progreso humano, y que más tarde permitieron la primera revolución industrial; y en la emergencia vigorosa de las colonias de Nueva Inglaterra, más tarde los Estados Unidos de América, como corolario de la propagación de las instituciones legales, intelectuales y financieras de britania a la costa atlántica al norte del nuevo mundo.
También ha identificado Berstein un elemento condicional que definitivamente influye en el éxito de esta aventura que significa salir de la estagnación para pasar a la prosperidad: La convergencia, la reunión, la presencia de todos y cada uno de los cuatro factores, puntualmente referidos línas ut supra, para producir desarrollo humano. Soslayar uno de esos “ingredientes” de la prosperidad, dice Berstein, “hace peligrar el progreso económico y el bienestar humano; patear solamente una de estas cuatro patas derribará la plataforma en la que descansa la riqueza de las naciones. Esto ocurrió en la Holanda del siglo XVIII con el bloqueo naval inglés, en los estados del mundo comunista con la pérdida de los derechos de propiedad y en muchos (de los estados) del Oriente Medio con la ausencia de mercados de capitales y del racionalismo occidental. Y lo más trágico de todo, en gran parte de Africa, donde los cuatro factores están esencialmente ausentes”.
Y hace apenas unos meses atrás Jeffrey Sachs nos ha recordado el descubrimiento de Maddison, la confirmación de Berstein y la importancia del desarrollo sostenido sobre la base de los cuatro “ingredientes” de la prosperidad. En su interesante libro The End of Poverty: Economic Possibilities for Our Time (The Penguin Press, 2005), en 1820, dice Sachs, todas las regiones del planeta eran pobres. Desde aquel año hasta 1998 el producto nacional bruto per capita de los Estados Unidos creció a un porcentaje anual aproximado de 1.7 %, mientras el crecimiento de Africa por el mismo período fue de 0.7 % por año. Nótese que la diferencia entre ambos porcentajes no parece mucha, pero en un período largo los resultados son dramáticos y están a la vista de todos. Hoy día los Estados Unidos es la economía más rica del planeta, sin haber crecido 8% anualmente como sí lo hace China con grandes problemas de desigualdad, mientras Africa es un continente sin futuro y condenado a la pobreza. “La llave fue consistencia –dice Sachs- el hecho que los Estados Unidos mantuvo el mismo crecimiento por casi doscientos años”.
Mirando el caso peruano a través del lente acucioso de Maddison, Berstein y Sach, podemos descubrir que el Perú de hoy no está camino a la prosperidad. No hemos construido los cuatro pilares históricos del bienestar de las naciones, porque carecemos de una legislación y una institucionalidad judicial que garantice mínimamente los derechos de propiedad; porque continuamos subestimando e incluso despreciando el valor y la importancia de la educación pública y especializada, como lo ha ratificado The International Institute of Education en sus informes; porque invertimos menos de un tercio que Chile en investigación; porque tercamente nos aferramos al hipo de las exportaciones de productos primarios y no iniciamos las reformas económicas estructurales que permitan la diversificación de nuestra economía y el surgimiento de un mercado de capitales; y, finalmente, porque nuestro déficit en infraestructura básica, comparativamente, es uno de los mayores de la región.
Un dato adicional: En todos los estudios de desarrollo económico el factor político es determinante para implementar los cuatro factores que permiten la prosperidad. Sin educación, uno de los “ingredientes” de la prosperidad de las naciones, no seremos capaces de producir una enterada y tecnificada élite política y empresarial que pueda ser internacionalmente competitiva y nos arranque de las fauces ignominiosas de la estagnación y la pobreza.
Un vistazo a la campaña electoral y ello nos relevará de cualquier argumento adicional para concluir que el Perú carece de esa clase dirigente y que el país necesita urgentemente implementar una profunda renovación política de carácter institucional, si no se quiere perecer a manos de la incompetencia y alejarse una vez más de los “ingredientes” que hicieron de otras naciones prósperas y pujantes economías. No olvidemos pues la lección que nos ofrece la historia económica del mundo.
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