En medio de la notable campaña que llevan adelante distintas organizaciones de mujeres “Educación sexual para decidir, anticonceptivo para no abortar, y aborto legal para no morir”, los medios de comunicación encontraron la forma de volver a colocar el tema del aborto en el epicentro de la tormenta bajo el paraguas de la intervención legal frente a una situación de violación. Si el derecho a la información transita el fino límite entre lo público y lo privado, fisgonear en la vida del otro ha roto todo límite. Decididamente, la vida privada ha pasado a ser pública y todos y cada uno se considera con derecho a opinar sobre decisiones que no le competen.
El rótulo fue colocado: “la chica violada”, “la joven discapacitada” y en el anonimato esta niña mujer, víctima como tantas otras, de una clara situación de violencia y abuso, queda claramente cosificada. Y entonces por ser una cosa, no siente, no opina, no vive, por lo tanto se puede discutir libremente sobre ella. Si hasta el filósofo Immanuel Kant ha sido más respetuoso con los objetos cuando puso en consideración el noúmeno, lo inteligible, la realidad en sí y el fenómeno, la realidad para sí.
La gran falta de respeto de los opinólogos que inunda los medios, se evidencia precisamente en el olvido de la esencia, de lo inteligible de esta mujer joven de 19 años, al punto de promover la caridad de un empresario quien decidió poner su vocación benéfica al servicio de la humanidad proponiéndose como adoptante.
“Si fácil es abusar, más fácil es condenar y hacer papeles para la historia para que tenga lugar”(1).
Cuando el silencio es impunidad
Corría el año 1993, cuando los habitantes de la Ciudad Juárez en México empezaron a encontrar mujeres jóvenes y niñas asesinadas. El femenicidio de la ciudad lindante con Estados Unidos, que ya se ha cargado cerca de 500 víctimas muestra claras evidencias de la presencia del crimen organizado.
Después de 16 años y a pesar de las numerosas presentaciones judiciales, lucha de las diferentes organizaciones, películas, documentales, canciones, denuncias y elucubraciones, aún no ha habido ningún esclarecimiento en torno de estas mujeres de las cuales, después de largos períodos de desaparición, sólo se encuentran sus huesos.
En su mayoría hijas de madre soltera, de clase baja, las víctimas han sido brutalmente violadas y mutiladas antes de su asesinato, al extremo de no haberse reconocido aún cerca de medio centenar de ellas. Las conjeturas acerca de las causas de esta matanza van desde el narcotráfico, al tráfico de órganos, pasando por seguidores de cultos satánicos o pandillas vinculadas a la policía.
Ciudad fronteriza norte, de paso a la búsqueda de una vida mejor, la Ciudad de la Muerte encierra un gran secreto que ni la justicia ni los organismos estatales gubernamentales están dispuestos a develar.
Una vez más, no sólo el trasfondo de la violencia de género, sino también la lucha de clase y su consecuente relaciones de poder están en juego. Sin embargo, pocas veces los medios se refieren a este tema y el silencio colabora en la consecución de la impunidad.
“No voy a perder ni un minuto de mí escuchando lo que vas a decir. La mentira de hoy borrará tal vez lo que publicó el diario de ayer. Mi corazón no puede callar la verdad. Mi corazón vive y muere de amor y soledad”(2).
Cuando Ser es digno de Ser
Dos casos, sólo dos casos de los múltiples que hay en el mundo donde una sola verdad los une, la anulación de la razón de ser y la pérdida de dignidad. Y los mismos medios dispuestos a redefinir permanentemente, y según su conveniencia, cuáles son los derechos humanos vitales para una sociedad.
El reclamo que desde sus mensajes promueven por su vigencia, alternan entre sacar los trapitos al sol o esconder la basura bajo la alfombra, en uno y en otro caso siempre están en juego sus propios intereses, aquellos que van a contramano del Ser digno de Ser.
(1) Silvio Rodríguez: Canción en Harapos
(2) León Gieco: Amor y soledad
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