Por fin llegó la hora. Después de años de argumentos internos, confusión, y dudas, ha llegado la hora de un boicot internacional hecho y derecho de Israel. Desde hace décadas han existido, por cierto, buenos motivos para un boicot, como lo prueban montones de iniciativas.
Por fin llegó la hora. Después de años de argumentos internos, confusión, y dudas, ha llegado la hora de un boicot internacional hecho y derecho de Israel. Desde hace décadas han existido, por cierto, buenos motivos para un boicot, como lo prueban montones de iniciativas.
Pero los crímenes de guerra de Israel son ahora tan horrendos, su extremismo tan evidente, los sufrimientos tan grandes, la ONU tan impotente, y tan urgente e imperiosa la necesidad de que la comunidad internacional contenga la conducta de Israel, que ha madurado el momento para una acción global.
Un movimiento coordinado de desinversión, sanciones, y boicots contra Israel debe ser convocado para contener no sólo los actos agresivos y los crímenes contra el derecho humanitario de Israel, sino también, como en Sudáfrica, su lógica racista fundacional que inspiró y sigue impulsando todo el problema palestino.
El segundo objetivo de la campaña por el boicot es ciertamente el principal. Los llamados a favor de un boicot han citado hace tiempo crímenes específicos: los continuos ataques de Israel contra civiles palestinos; su desdén indiferente por las vidas civiles palestinas destruidas “accidentalmente” en sus asesinatos y bombardeos; su arruinamiento deliberado de las condiciones económicas y sociales de los palestinos; su continua anexión y desmembramiento de las tierras palestinas; su tortura de prisioneros; su desacatamiento de las resoluciones de la ONU y del derecho internacional; y especialmente, su negativa a permitir que los refugiados palestinos retornen a su patria. Pero el boicot no puede apuntar sólo a esas prácticas. Debe concentrarse en su fuente ideológica.
La verdadera ofensa a la comunidad internacional es la motivación racista de estas prácticas, que viola los valores y normas fundamentales del orden posterior a la Segunda Guerra Mundial. Esa ideología racial no es sutil ni oscura. El propio Olmert ha aporreado repetidamente al público con la «amenaza demográfica» que enfrenta Israel: la «amenaza» de que demasiados no-judíos se convertirán algún día – ¡qué horror! – en ciudadanos de Israel.
Es la «amenaza demográfica» la que, según la doctrina israelí, justifica el acordonamiento de Cisjordana y de la Franja de Gaza como prisiones al aire libre para millones de personas cuyo único crimen real es que no son judíos. Es la «amenaza demográfica», no la seguridad (ha aclarado Mr. Olmert), la que requiere que el horrendo Muro separe las comunidades árabe y judía, yuxtapuestas actualmente en un paisaje fragmentado, que de otra manera podrían mezclarse.
La «amenaza demográfica» es la frase más repugnantemente racista que sigue siendo utilizada en el modo de hablar internacional. Ha sido misteriosamente tolerada por una comunidad internacional perpleja. Pero ya no puede ser tolerada. El temor sionista ante la amenaza demográfica, provocó la expulsión de la población árabe indígena en 1948 y 1967, creó y perpetúa la ocupación israelí de Cisjordania y la Franja de Gaza, inspira sus terribles abusos de los derechos humanos contra los palestinos, lleva al malestar regional, como el ataque de 1982 contra Líbano (que creó a Hezbolá), y continúa impulsando al militarismo y a la agresión israelíes.
Este descarado racismo oficial y su acompañante, la violencia, coloca a Israel en las filas de los estados parias, cuyo símbolo fue otrora Sudáfrica. En ambos países la lógica nacionalista atormentó y humilló al pueblo nativo. También se extendió regularmente a la desestabilización de las regiones circundantes (hasta los topes con “amenazas demográficas”), llevando a ambos regimenes a ataques crueles e implacables. Impulsados por un sentido de su condición de víctimas perennes, asumieron la autoridad moral de aplastar a las hordas nativas que amenazaban con diluir las naciones orgánicas afrikaner/judía y toda la civilización blanca occidental que creían representar tan noblemente.
Una sociedad blanca humillada en Sudáfrica terminó por renunciar a ese mito. Israel sigue aferrándose a él. Ahora ha conducido a Israel a pulverizar a Líbano, tratando de eliminar a Hezbolá y, tal vez, preparar el camino para un ataque contra Irán. Las ofertas de paz de todo el mundo árabe son desechadas como si fueran basura. Una vez más, el Oriente Próximo es sumergido en el caos y la agitación, porque una existencia normal – paz, democracia plena – es anatema para un régimen que debe ver y tratar a sus vecinos como una amenaza existencial a fin de justificar la política de rechazo que preserva su carácter étnico/racial y posibilita sus continuas anexiones de tierras.
¿Por qué ha sobrevivido tanto tiempo esta escandalosa doctrina racial, recompensada con miles de millones de dólares de ayuda de EE.UU. cada año? Conocemos los motivos. Para demasiados occidentales, el carácter judío de Israel se refunde con el legado del Holocausto para dar un sentido intuitivo a la afirmación de Israel de que se halla bajo un ataque continuo.
El profundo prejuicio judeo-cristiano contra el Islam sataniza a las víctimas de Israel, en su mayoría musulmanas. El prejuicio racista europeo contra los árabes (nativos de piel oscura) presenta su desposeimiento material como si tuviera menos significación humana. Las ingenuas visiones cristianas de la “Tierra Santa” naturalizan el gobierno judío en paisajes bíblicos. Estúpidas nociones cristianas evangelistas del Rapto y de los Tiempos Finales posicionan la potestad judía como esencial para el retorno del Mesías y el Milenio final (a pesar de que, en esa asquerosa narrativa, los judíos terminan por ser quemados).
Hay que dejar de lado ahora todos estos planteamientos y prejuicios, que han confundido durante mucho tiempo a la acción internacional. La lógica brutal de la auto-imagen deforme y las doctrinas racistas de Israel es expresada más allá de toda confusión por la realidad mostrada ahora en toda su brutalidad: el paisaje lunar de los escombros de aldeas libanesas otrora encantadoras; un millón de personas desesperadas que tratan de sobrevivir a los ataques aéreos israelíes mientras llevan a niños y empujan las sillas de ruedas de abuelos minusválidos por carreteras llenas de cráteres; los cuerpos inanimados de niños extraídos de los subterráneos polvorientos de edificios derrumbados. Es la realidad de la doctrina nacional de Israel, el resultado directo de la visión racista del mundo. Amenaza a todos, y hay detenerla.
Preparación de la campaña
Ha habido mucha discusión sobre una campaña de boicot, pero hasta ahora no ha progresado más allá de algunos grupos ardientes pero aislados. Los esfuerzos han tropezado con los difíciles problemas de costumbre, es decir si un boicot es moralmente obligatorio para rechazar las flagrantes violaciones de los derechos humanos por Israel o si impediría una participación vital en foros israelíes, o si una defensa por principio del derecho internacional debe ser atemperada por llamados (ficticios) al “equilibrio”. Especialmente, la discusión reciente ha zozobrado por llamados a un boicot académico.
En este caso, las preocupaciones son razonables, aunque algo limitadas. Las universidades ofrecen conexiones vitales y arenas para la colaboración, el debate, y nuevas formas de pensar. Sin tales foros y su intercambio intelectual, argumentan algunos, se puede argüir que se impide el trabajo hacia un futuro diferente.
Pero este argumento ha volado por los aires junto con las aldeas del sur de Líbano, en circunstancias en las que las facultades universitarias israelíes endosan completamente la actual guerra. Como ha argumentado una y otra vez Ilan Pappé, las universidades de Israel no son foros para el pensamiento ilustrado. Son crisoles para la reproducción de la lógica y práctica racistas sionistas, que filtran y controlan las ideas admisibles. Producen abogados que defienden el régimen de ocupación y dirigen sus “tribunales” irregulares y arbitrarios; planificadores e ingenieros civiles que diseñan y construyen los asentamientos en tierras palestinas; economistas y financieros que diseñan e implementan las subvenciones para esos asentamientos; geólogos que facilitan la confiscación de los acuíferos palestinos; doctores que tratan a los torturados para que puedan volver a torturarlos; historiadores y sociólogos que dan un sentido a una sociedad nacional mientras preservan las mentiras oficiales sobre su propio asado; y poetas, dramaturgos, y novelistas que componen las obras nacionalistas que glorifican y dan un sentido moral a todo el asunto (en el interior, por lo menos).
Aquellos de entre nosotros, que hemos encontrado a académicos judíos israelíes en universidades israelíes vemos que la vasta mayoría de ellos, incluyendo a liberales con buenas intenciones, operan en una burbuja extraña y singular de ficciones habilitantes. La mayoría ignora todo sobre la vida, la cultura, o la experiencia palestinas. Saben sorprendentemente poco sobre la ocupación y sus realidades, que aplastan a la gente al otro lado del monte más cercano. Han absorbido nociones simplistas sobre un Arafat partidario del rechazo, los terroristas de Hamas, y el urbano Abbas.
En ese mundo de ilusiones especial y aislado, dicen cosas sin sentido sobre factores irreales y eventos ficticios. El intento de encontrar algún sentido en sus conjeturas no es más productivo que hablar sobre Oriente Próximo con los neoconservadores del gobierno Bush, que también viven en una extraña burbuja de ignorancia y fantasía. Aparte de unas pocas almas valerosas y asediadas, éste es el mundo de las universidades de Israel. No cambiará hasta que sea obligado a hacerlo – cuando las condiciones para su auto-reproducción sean afectadas y su auto-engaño sea demasiado manifiesto.
El verdadero objetivo – cambiar las mentes
Las universidades representan y reproducen el mundo burbuja de la población judía israelí en su conjunto. Y nadie abandona de buenas ganas su burbuja. En Sudáfrica, los afrikaners se aferraron a su propia burbuja – sus mitos auto-exoneradores sobre la historia, la civilización, y la raza – hasta que fueron obligados por sanciones externas y el derrumbe de la economía nacional a repensar esos mitos. Su resistencia a hacerlo, aunque racista, no fue sólo cruel.
Muchos afrikaners benévolos y bien intencionados simplemente no creían que tuvieran que repensar ideas que se les presentaban como dadas y eso conformaba su realidad. (Una apreciada amiga afrikaner en este país recuerda su vida durante Sudáfrica del apartheid como algo parecido a “El Show de Truman”, una película en la que un hombre crece sin saberlo en un show de televisión, ubicado en un mundo artificial bajo una bóveda, diseñado para que se parezca a una pequeña ciudad.) Al derrumbarse su realidad, repentinamente nadie admitió que alguna vez hubiese creído en ella o la hubiera apoyado.
La visión sionista del mundo es un sistema aún más completo. Suministra todos los detalles históricos y geográficos para crear un mundo mítico total, en el que los judíos tienen derechos a la tierra y los palestinos ningunos.
Es una construcción plenamente realizada, como esos mapas hebraizados cuidadosamente elaborados por el movimiento sionista en los años treinta para borrar el antiguo paisaje árabe y sustituirlo por referencias bíblicas hebreas. También es muy elástica. Los “nuevos historiadores” han denunciado la valorada narrativa histórica nacional de 1948 y 1967 como un montón de ficciones, pero esas mismas ficciones siguen siendo reproducidas por agencias estatales para asegurar a los judíos israelíes y de la diáspora de su inocencia y de la justicia de su causa.
La vasta mayoría de los israelíes continúa por lo tanto confortablemente en su Show de Truman e incluso ven toda presión o crítica externas como una confirmación. No necesitamos más evidencia gráfica del éxito de esa campaña que el abrumador apoyo entre judíos israelíes para el actual ataque catastrófico contra Líbano, que refleja su sincera creencia en que la potencia nuclear Israel está realmente bajo una amenaza existencial por un grupo guerrillero que arroja cohetes Katyusha a través de la frontera. Por asombrosa que parezca a los observadores, esa creencia es aleccionadora e instructiva.
Dos esfuerzos son indispensables para obligar a gente empapada de una tal visión del mundo a repensar sus nociones, sus mitos históricos, y sus propios mejores intereses.
– 1. Una seria presión externa; en este caso un boicot total que debilite la capacidad de Israel de sostener los estándares económicos que esperan sus ciudadanos y corporaciones, y que asocian con su propia auto-imagen progresista; y
– 2. Un compromiso claro e inquebrantable con el objetivo del boicot, que – en Israel como en Sudáfrica – debería ser plena igualdad, dignidad, seguridad, y bienestar para todos en el país, incluyendo a los palestinos, cuya cultura ancestral se originó allí, y a la población judía, que ha edificado allí una sociedad nacional.
Esa combinación es esencial. No hay otra alternativa que funcione. La diplomacia, las amenazas, los ruegos, el “proceso de paz,” la mediación, serán todos inútiles hasta que la presión exterior lleve a toda la población judía a emprender la dificilísima tarea de repensar su mundo. Esta presión requiere toda la gama de boicots, sanciones, y desinversión que el mundo pueda emplear. (El intelectual sudafricano Steven Friedman ha observado irónicamente que el modo de derribar a cualquier régimen colonial de asentamientos establecido es hacerlo elegir entre los beneficios y la identidad. Los beneficios, se impondrán invariablemente.)
En qué concentrarse
Por suerte la experiencia sudafricana nos ha enseñado cómo proceder, y las estrategias proliferan. Los métodos básicos de una campaña internacional de boicot son familiares. Primero, cada persona trabaja en su propia órbita inmediata. La gente puede instar a que sus colegios y universidades, corporaciones, clubes, e iglesias desinviertan de compañías que invierten en Israel. Hay que boicotear todo evento deportivo que incluya a un equipo israelí, y trabajar con los planificadores para que los excluyan.
No participar, ni visitar, ningún evento cultural israelí – películas, obras teatrales, música, exposiciones de arte. Evitar la colaboración con colegas profesionales israelíes, excepto en el activismo anti-racista. No invitar a ningún académico o escritor israelí a contribuir a ninguna conferencia o labor de investigación y no asistir a sus paneles o comprar sus libros, a menos que su trabajo participe directamente en el activismo anti-racista. No visitar Israel excepto para activismo anti-racista. No comprar nada hecho en Israel, comenzar a estudiar las etiquetas sobre el aceite de oliva, las naranjas, y la vestimenta. Contar a todos lo que estás haciendo y por qué. Formar grupos de discusión por doquier para explicar el por qué.
Para hallar ideas y aliados, hay que encontrar en Google las campañas de “boicot de Israel” y de “sanciones contra Israel” que se están creando en el mundo. Conocer a esos aliados, como las principales iglesias, e informar a la gente al respecto. Para más ideas, leed la historia del boicot de Sudáfrica.
En segundo lugar, no hay que permitir que alternativas sionistas liberales que argumentan contra un boicot, a favor del “diálogo,” confundan a nadie. Si podemos sacar alguna conclusión del último medio siglo, es que, sin el boicot, el diálogo no lleva a ninguna parte. Y no hay que dejar que los argumentos liberal-sionistas de que Israel permitirá que los palestinos tengan un Estado si hacen esto o aquello confundan a nadie. Israel ya es el único poder soberano en Palestina: los fragmentos que dejan a los palestinos no pueden formar un Estado.
La cuestión ahora no es si existe un Estado, sino qué clase de Estado incluye. La versión actual es apartheid, y tiene que cambiar. Por difícil que sea de lograr, y por mucho que asuste a los israelíes judíos, la única solución justa y estable es la plena democracia.
Tercero, hay que prepararse para la oposición al boicot, que será mucho más ruidosa, más malévola, y más peligrosa que en el caso del boicot contra Sudáfrica. Hay que leer y reunir hechos sólidos y documentables. Hay que apoyarse mutuamente fuerte y públicamente contra las inevitables acusaciones de antisemitismo. Y apoyar a tus medios de información contra las mismas acusaciones. Hay que escribir a los medios y explicar lo que son realmente los “equipos mediáticos de Israel”. La mayor parte del activismo pro-israelí se basa directamente en los programas de difusión de propaganda del gobierno israelí. Hay que trabajar en equipo para contrarrestar su presión sobre los periódicos, las estaciones de radio, y los foros de noticias de la televisión.
No hay que permitir que capturen o intimiden a la discusión pública. Mediante la sonora insistencia (y tiene que ser sincera) en que el objetivo es la plena igualdad de la dignidad y los derechos de todos en Israel-Palestina, incluyendo a los millones de ciudadanos judíos de Israel, demoled sus engañosas afirmaciones de antisemitismo.
Finalmente, hay que defender la validez de los principios que impulsan la misión del boicot. No hay que tolerar ni el más mínimo hálito de antisemitismo en vuestro propio grupo o movimiento.
Existen, por cierto, racistas anti-judíos, y se sienten atraídos a estas campañas como cucarachas. Distraerán y absorberán vuestras energías, mientras debilitan, degradan, y destruyen el movimiento de boicot. Algunos son infiltrados sionistas, que lo harán deliberadamente. Si no podéis convencerlos (y no perdáis demasiado tiempo tratando de hacerlo, porque usarán vuestros esfuerzos para haceros consumir tiempo y distraer vuestras energías), denunciadlos, expulsadlos, ignoradlos, no hay que tener nada que ver con ellos. Son los enemigos de un futuro de paz, no sus aliados – forman parte del problema, no de la solución.
Boicotear al Hegemón
Es el momento de aplicar también presión internacional sobre el cómplice EE.UU. Es imposible, en la actualidad, ejercer un boicot efectivo contra EE.UU., ya que sus productos son demasiado omnipresentes en nuestras vidas. Pero es rápido y fácil lanzar un boicot de productos estadounidenses emblemáticos, contrariando a sus principales corporaciones. Es especialmente fácil boicotear los grandes productos de consumo globales como Coca-Cola, MacDonald’s, Burger King, y KFC, cuyo poder ha aplicado presiones antidemocráticas a gobiernos en todo el mundo. (Mediante inquietantes prácticas monopolísticas, Coca-Cola es un actor vil en los países en desarrollo, en todo caso: véase, por ejemplo: http://www.killercoke.org.) ¿Piensas que echarás demasiado de menos esos alimentos? ¿Es demasiado sacrificio consumir algo diferente por un cierto tiempo, considerando lo que ocurre a la gente en Líbano? ¡Piensa en todos los productos locales que apoyarás! (Y cómo le hará bien a tu salud).
En EE.UU., el impacto de estas medidas puede ser pequeño. Pero en África, Latinoamérica, Europa, y en los mundos árabe y musulmán, el boicot de esas marcas famosas puede tener alcance nacional y el impacto sobre los beneficios de las corporaciones será enorme. No hay que subestimar jamás el poder de las corporaciones de EE.UU. para influenciar la política exterior de EE.UU. Es una fuerza que lo hace sistemáticamente.
Pero siempre, siempre, recuerda el objetivo y la visión. La cólera y el odio, que surgen de la debacle libanesa deben ser canalizados no hacia las represalias y la venganza sino hacia una acción de principios. La lucha armada contra la ocupación sigue siendo legítima y, si es realizada adecuadamente (sin asesinatos de civiles), es un instrumento clave. Pero el objetivo de todos los esfuerzos, de cada impronta, debe ser garantizar la seguridad para todos, hacia la construcción de un nuevo futuro pacífico. Es muy difícil, en medio de nuestra indignación moral, permanecer en el camino al éxito. Ese desafío es, sin embargo, bien conocido por las campañas de derechos humanos como lo es para las tres fes monoteístas. Es lo que el Islam conoce como el “gran Yihad” – la lucha del corazón. Debe ser la antorcha que guía este esfuerzo, que debemos defender todos juntos.
Copyright Virginia Tilley and CounterPunch
http://www.counterpunch.org/
Traducido por: Germán Leyens es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.
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