“El dilema en nuestro país por estos días, parece que es ser optimista o no ser nadie.”
El optimista de la actualidad no cree en las cifras que no sean oficiales. Está seguro de que los desplazados desaparecieron del país antes que los ateos. Considera a la pobreza como un mal necesario y el déficit fiscal como un “impasse” de bajo perfil. Para el optimista la imagen es todo; por eso ama furiosamente las encuestas y los vítores y los aplausos.
En el decálogo del optimista la crítica es sinónimo de traición y la réplica camino a la condenación. El optimista silba y canta sin razón y repite todo el tiempo que La “actitud” es mejor que el jugo de noni y más barata gracias a los futuros beneficios del Tratado de Libre Comercio. Ser optimista en estas latitudes es más bien sencillo.
Basta con imitar a quienes creen en las energías positivas antes que en los trece mil niños guerreros, o a quienes tienen reloj de cuarzo y le parece bien que ahora “sólo” haya dos millares de compatriotas secuestrados, salvo que el nuevo censo del Dane (que, como las nuevas fajas de yeso, todo lo reduce) lo contradiga.
O le es suficiente con seguir las rutinas de quienes se bañan con alhucema, o encienden velas porque no son víctimas de un homicidio cada 24 minutos; o de quienes duermen, aman y se desperezan desorientados por el Feng Shui, consultan el horóscopo y creen que la paz a lo sumo necesita una mesa, dos gritos y tres genuflexiones, o de los que cuando se las entregan, contestan su carta astral, son hinchas del análisis transaccional y del insigth, al mismo tiempo que del Deportivo Cali o el Independiente Santafé. Para el optimista la historia nacional tiene cuatro décadas exactas y el futuro comenzó hace cuatro años y unos días.
Por eso optimistas hoy se confiesan el Ministro Carrasquilla (que mira enguayabado cómo desgrava la cerveza y se gravan la leche, el cine y los libros), Sabas, (antes de ser ministro, es decir cuando quería ser embajador), la Ministro Araujo (imagen subliminal de Pepsodent y Pantene más brillo), el Ministro Palacio (que ama tanto el “Seguro” como lo nacional y por eso prefiere ver nacer sus hijos españoles), los más de 40 congresistas con familiares empleados en el exterior, el ex ministro Londoño (que aspira humilde y legalmente al otro 20 por ciento de Ecopetrol), los empresarios que pagaron más de tres billones en sobornos para recibir licitaciones, los paras en medio del veraneo así digan que los tienen entre ceja y ceja, y una buena cantidad de colombianos que creen que tarde o temprano, vía referendo o reality show, les llegará la feliz oportunidad de ratificar (así sea con un articulito) como símbolo nacional a la papaya.
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