El contenido fundamental de la cumbre de la OTAN celebrada a fines de noviembre pasado en Riga se ha resumido en argumentar la necesidad de que la OTAN adopte una estrategia nueva.
La esencia de esta estrategia resida en concentrarse en operaciones fuera de la zona tradicional de responsabilidad de la alianza, mientras que el objetivo esté en convertirla en una organización encargada de la seguridad y estabilidad internacional que responda a los nuevos retos a esta seguridad en interés de sus miembros.
Otro objetivo implícito de esta transición radica en tener una justificación adicional de la existencia de la alianza a los ojos de la sociedad y la élite de los países miembros, especialmente en las condiciones en que los viejos miembros de la alianza se sienten ya cansados de la ampliación.
El tema principal de las discusiones era Afganistán. La operación que se lleva a cabo allí para estabilizar la situación en el país choca con graves dificultades. Los viejos miembros de la alianza, acostumbrados a una vida tranquila al amparo de los EE.UU., envían con mucho desgano sus tropas, condicionando su presencia a la negativa a participar en operaciones combativas.
Gracias a la cobertura que los medios de comunicación dieron a este evento, en nuestro país puede formarse la impresión de que el problema de las relaciones con Rusia era casi el tema predominante y en sentido más hostil respecto a nosotros. Esto no es cierto. Las relaciones con Rusia se presentaban en tonos correctos y constructivos en los documentos de la OTAN y los informes de las personalidades oficiales. El problema de la participación de la OTAN en la labor para garantizar la seguridad energética se mencionó sólo de pasada, y en los pasillos los personeros de los Estados hablaron de esta participación únicamente desde el punto de vista de la seguridad de las vías de comunicación marítimas, oleoductos y gasoductos contra ataques terroristas. Rusia ni siquiera se mencionó.
Sólo nos resta adivinar las causas de esta cobertura tan impropia en Rusia. Quizás sea cuestión de pereza por que a uno no le da gana de leer los documentos. Quizás sea el deseo de atraer mayor interés porque las malas noticias siempre atraen más atención que las buenas. Mas, lamentablemente, las causas parecen ser menos perdonables. Hay gente tanto aquí como en Occidente que se sienten mal sin "guerra fría" y enemigos, y donde no los hay los crean. Otra causa es de origen más reciente. No hemos podido deshacernos del complejo de inferioridad surgido ya en tiempos de antaño y multiplicado durante la última década del siglo pasado. De ahí, una mezcla de altanería excesiva de los éxitos que se suben a la cabeza con gritos de pánico: "nos acosan y oprimen".
Claro que no acosan ni pueden hacerlo. Pero las relaciones con Occidente sí se ponen complicadas. Siempre nos han criticado y acusado de "imperialismo". Tanto en la época soviética, cuando el régimen soviético poseía un enorme poderío militar pero se mantenía en defensa estratégica y se desintegraba por dentro, como en la década pasada cuando apenas teníamos Estado. Pero la tensión actual de la crítica no tiene precedente durante dos últimas décadas.
En el evento de Riga, en que se reunieron políticos y politólogos que no expresan los criterios oficiales sí era evidente un crecimiento de ánimos antirrusos. Destacaban, como era de esperar, los representantes de los países bálticos, polacos y representantes de Georgia. Sus torpes invectivas, engendro de fobias seculares, no podían por menos de despertar sonrisas por ser demasiado obvio su carácter torpe e irrisorio.
Las críticas y hasta ataques a Rusia se deben sólo parcialmente a las fobias de los novatos o al descontento de que Rusia se ha fortalecido para desengaño de quienes esperaban que su deuda externa y debilidad interna la ataran por mucho tiempo de pies y manos, cuando no para siempre. La competitividad de Rusia provoca especial irritación teniendo por fondo los actuales descalabros de EE.UU., la negativa de Europa a desempeñar un papel de importancia global y el creciente sentimiento de su vulnerabilidad, incluida la energética. Y, lo que es principal, sobre el te fondo de las crecientes divergencias entre al Europa "vieja" y EE.UU. Otra explicación es que los sectores políticamente activos en Occidente se sienten realmente decepcionados con los procesos de desarrollo internos en Rusia. Parece que nos hemos pasado de la raya cuando la consolidación conservativa ya parece ser reaccionaria.
Mas, creo que la principal causa reside en que EE.UU. aprovechándose de los mecanismos de la OTAN, intenta impedir que Europa se aísle de su defensor y patrón de antaño.
Parte de reputados partidarios de esta actitud exige revisar las relaciones con Rusia en el supuesto de que estas relaciones pueden sustentarse no sólo en la cooperación y competición sino también en el enfrentamiento. De Rusia se trata de hacer enemigo para disciplinar más a Europa y lograr que ésta vuelva a apoyarse en EE.UU.
Será a estas razones a que pueda obedecer el bastante exótico discurso que el senador Richard Lugar pronunció en una conferencia que se celebró paralelamente a la cumbre de la OTAN. Como es sabido, el senador instó a convertir la OTAN en un instrumento de presión sobre los países productores de energía, ante todo sobre Rusia, para impedir que éstos puedan aprovechar "arma energética". En este discurso el senador esgrimió a todas luces argumentos poco correctos que, dado su alto nivel profesional, podrían ponerse en juego solamente para disimular las causas reales de su llamamiento.
Entre éstas últimas estaban, por cierto, alusiones a la necesidad de presionar para promover inversiones extranjeras en el sector energético, alusiones que aquí pasaron casi inadvertidas y que salen del tono.
Es verdad, por otra parte, que las recomendaciones de Lugar respecto a la participación de la OTAN en la labor para garantizar la seguridad energética de Europa han sido altisonantes pero resultaron vanas y quedaron reducidas a la exhortación de utilizar la alianza para indemnizar, en caso de ser interrumpidos los suministros de energía a los países de la alianza, a los países víctimas. Que se sepa, estos acuerdos ya se han logrado en la Unión Europea y entre Rusia y la Unión Europea. En caso de ser interrumpidos los suministros, los países víctimas tendrán que recibir gas a través de la red de gasoductos. Es sabido que esta práctica ya se utiliza.
De hecho se persigue el objetivo de desplazar a la Unión Europea de la esfera de seguridad energética dónde la misma desempeña el papel fundamental. Es decir se trata de una política no tanto antirrusa como antieuropea.
No creo que las recomendaciones dadas por Richard Lugar se pongan en práctica si es que los europeos no sean suicidas.
Pero si, pese a ser poco dables, estas exhortaciones pasan a constituir la base de la nueva estrategia de la OTAN, cualquiera que sea el régimen político interno, Rusia tendrá que construir gasoductos hacia Oriente y no suscribir más contratos a largo plazo con los consumidores de Occidente. La libertad de opción tiene que proteger al país contra un potencial chantaje político-militar de los consumidores.
Pero en general, la reunión de la OTAN no era sino un evento intermedio en cuanto a las relaciones con Rusia pues la política de cooperación quedó aprobada. A Rusia se la intentó aprovechar como espantajo para restablecer la disciplina y la unidad de la alianza. Pero es poco probable que este objetivo pueda ser logrado. Puede ser factible si nosotros le hacemos juego a esta política, hechos puro espantajo.
Fuente: Ria Novosti, 22/ 12/ 2006.
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