Nuestro analista trabaja en dos artículos su visión sobre los vertiginosos acontecimientos que ocurren en un Irán amenazado por el poderío bélico y voraz de EEUU. La civilización humana está nuevamente amenazada y su inteligencia debe movilizarse para impedir un holocausto...
I.
LAS OPCIONES DE TEHERÁN
Los avances tecnológicos y las mutaciones geopolíticas, condujeron a la modificación de las doctrinas de hegemonía imperiales y renovaron la industria de la guerra. Luego de una sucesión de conquistadores, césares, cruzados y emperadores, Hitler fue el último en intentar el dominio mundial mediante la conquista y la ocupación de los países y el sometimiento de los pueblos.
La II Guerra Mundial fue la última librada al viejo estilo y con ella cesó el enfrentamiento militar entre potencias con capacidad para destruirse mutuamente. Con el fin de la Unión Soviética terminó la Guerra Fría y culminó la transición de los viejos tiempos al mundo lamentable de hoy.
Nadie sabe exactamente por qué ni sobre la base de qué cálculos políticos, Sadam Hussein emprendió la aventura de ocupar y anexar a Kuwait que proporcionó a Estados Unidos la oportunidad de introducirse en el Medio Oriente del modo más brutal: la guerra.
En una región políticamente atrasada y desestabilizada por la creación del Estado de Israel, un experimento imperial que estableció por la fuerza un país artificial, sobre la base de ceder a judíos europeos, territorios de Palestina, ocupada por Gran Bretaña y habitada por árabes, la presencia militar norteamericana ha significado un desastre.
Es casi inabarcable la suma de apetitos de todas las potencias, los desmanes, desastres y tragedias culturales y humanas creadas por los imperios coloniales de las Cruzadas a la fecha, los errores de cálculo, las posiciones aventureras y las desdichadas rivalidades que han impedido la unidad y las acciones concertadas, que han conducido a la actual situación.
En términos generales, casi sin excepción, las inmensas riquezas petroleras de la región, si bien han servidos para el progreso material y la vida de lujos y excesos de las oligarquías de la región, han contribuido poco al progreso global de esas naciones.
Fueron precisamente Irak e Irán, los dos mayores y más poblados países petroleros de la región donde, simpatías aparte, se realizaron más esfuerzos y se obtuvieron los mejores resultados para convertir los lucros de los hidrocarburos en herramienta para el desarrollo que, en un curso natural, pudo haber conducido al progreso social y a la modernización de sus prácticas, estructuras políticas y normas jurídicas.
Estados Unidos que nunca ha reparado en los estilos de vida ni en la idoneidad de las instituciones, las políticas, las leyes o las formas de gobierno de Arabia Saudita o los emiratos árabes, en el último medio siglo ha interferido constantemente en la vida política de Irak e Irán.
Por esos caminos llegaron esos pueblos a la situación de hoy: antediluvianas monarquías en Arabia Saudita y los emiratos del Golfo, dictaduras enmascaradas en cosméticas imitaciones a occidente, Palestina ocupada, humillada y sin esperanzas, Irak invadido y embarcado en una guerra cruenta e interminable e Irán, a punto de ser agredido por los Estados Unidos.
El exhibicionismo de Estados Unidos permite conocer sus opciones basadas en portaviones, bombarderos, coheteria de largo alcance y bombas atómicas que forman un poderío que, arma por arma, no puede ser confrontado por ningún país.
Si fatalmente la paz pierde las oportunidades y se desata la agresión, nadie debe esperar un “duelo de titanes” sino otro abuso, una exposición descarnada de la fuerza bruta y de tecnologías letales al servicio de los peores intereses imperiales.
No obstante la discreción que hace difícil conocer las opciones de Irán, se puede asegurar que no está indefenso ni intimidado. La Nación persa puede poner sobre las armas un millón de hombres entrenados, bien armados y extraordinariamente motivados y, por añadidura cuenta con una profundidad operativa que lo hacen inconquistable y, a largo plazo, probablemente, invencible.
No cabe ninguna duda de que la prioridad de Irán será la resistencia y, tal vez, ante la opulencia del ataque inicial, decida preservar su poderío para usarlo donde y cuando sea más eficaz, sin someterse a la voluntad del agresor ni exponer innecesariamente sus fuerzas viva y medios técnicos.
En cualquier caso, si llegara a desatarse la agresión y Estados Unidos arroja sobre Persia su demoníaco poderío, nunca más habrá moral ni razones para pedir a Irán ni a ningún iraní compasión ni cordura.
Los diez mil kilómetros que separan a Washington de Teherán son muchos para las armas de Irán pero no hacen invulnerables a los Estados Unidos.
Cálculos aparte, nadie puede ganar una guerra como la que amenaza a todos y nadie disfrutaría una victoria lograda sobre montañas de cadáveres.
Evitar las guerras equivale a ganarlas. La sentencia es válida también para Estados Unidos.
II.
EL MENÚ
La planificación de operaciones estratégicas como la agresión a Irán, que, además de componentes militares letales, incluyen cábalas políticas, repercusiones mundiales y elementos de incertidumbre, se realizan por grupos multidisciplinarios que concilian los intereses, las prioridades, incluso las objeciones de las organizaciones y agencias del gobierno.
Se trata de un proceso democrático en el cual las reservas son tan bienvenidas como los aportes, ninguna idea es desechada y ninguna advertencia cae en oídos sordos. Los planificadores no intentan adivinar el pensamiento de los jerarcas políticos y militares, sino de anticipar las posibles variantes y preparar propuestas para cuantas alternativas puedan ser calculadas o imaginadas.
Entre el alud de informaciones en torno a los preparativos norteamericanos para una agresión a Irán, comienzan a adquirir contornos nítidos las ideas que proponen alcanzar sus objetivos de maneras indoloras aunque igualmente imperiales.
Entre las alternativas que es posible identificar, además de la agresión masiva, figuran las que combinan ataques militares limitados con actividades políticas, de inteligencia, subversión y diversionismo, para intentar derribar al gobierno de Mahmud Ahmadineyad y negociar con un sucesor más moderado.
Una variación de esa opción, sustituye la acción militar por la diplomacia y puede estar en fase de ensayo con la movida que propone sumar a Irán a los esfuerzos por moderar o contener la violencia en Irak, apostando a plantar un “Caballo de Troya” que permita a los norteamericanos, sus aliados y admiradores y sobre todo, a sus servicios especiales, aproximarse a los ambientes políticos internos en Irán.
Desde esa posición, Estados Unidos estaría en mejores condiciones de diseñar acciones de respaldo encubierto a la oposición legal a Ahmadineyad a quien, por otra parte, no le sobra el tiempo ni las opciones y pudiera preferir esos riesgos antes que exponerse a una aniquiladora guerra que, entre otras cosas, frustraría sus planes estratégicos.
Irán necesita tiempo y espacio de maniobra. Todos lo saben.
Aunque parece un curso excesivamente sofisticado para un staff dado a la brutalidad como el de Bush, pudiera ser coherente con el pensamiento originario de Condoleezza Rice, más habituada a las sutilezas y entrenada en la labor diversionista y de subversión política, que en los aprestos bélicos.
Salvando las distancias, ese “segundo carril” retoma las experiencias aplicadas en los ex países socialistas de Europa Oriental y en la Unión Soviética, donde no fue necesario disparar un solo tiro para dar marcha atrás al más audaz y gigantesco proyecto político de todos los tiempos, produciendo el reajuste geopolítico más importante desde el descubrimiento de América.
Para los alquimistas norteamericanos, un rumbo semejante puede no ser largo ni inviable, sobre todo de cara a las realidades políticas internas en Irán y a la inminencia de los ejercicios electorales.
Del lado norteamericano, una pendiente menos inclinada ofrecería oportunidades de protagonismo a la CIA y a la diplomacia, abriría espacios a la participación europea, e incluso pudiera atraer a Rusia y China. Los aliados árabes de Estados Unidos lo agradecerían.
Una alternativa semejante seguramente tendría en contra a Israel que preferiría una opción maximalista que suprimiera, no sólo las amenaza que pudiera representar Irán, sino que, al amparo de la guerra y de las fuerzas de Estados Unidos, trataría de lograr objetivos geopolíticos relacionados con toda la región.
Lo curioso es que un enfoque así apostaría a ejercer influencia en la política interna iraní, incluso en sus procesos electorales, lo que sería un descubrimiento para la opinión pública norteamericana que, por sus propios líderes, se enteraría que, a pesar de lo dicho acerca del modelo teocrático iraní, allí la gente vota y elige entre corrientes con diferentes vocaciones y grados de radicalismo.
En los gráficos que forman el menú ofertado por los planificadores de alto rango, seguramente figuran otras opciones, sin excluir el bloqueo naval, incluso el magnicidio. Todas son más de lo mismo, excepto que algunas aplican anestesia al reo antes de llevarlo a la guillotina.
El imperialismo ordena a la carta. Es su estilo.
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