El filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard, crítico de la sociedad de consumo y uno de los teóricos de la posmodernidad, murió el martes 6 pasado en París, a los 77 años. Gran parte de su producción intelectual estuvo centrada en cómo los medios de comunicación contribuyen a la construcción de sentidos y significados de modo que las “imágenes” de las cosas y los hechos terminan precediendo o superando la realidad.
Sostenía que el espectáculo es fundamental para crear la visión de los sucesos, a lo que llamó la “hiperrealidad”. Las cosas no suceden si no se ve que suceden.
Autor del libro “La guerra del Golfo Pérsico no sucedió” dijo que “nada fue como parecía, si existió, sólo lo fue en un nivel simbólico, se trató de una creación mediática”.
Polémico, provocador, como todo productor de ideas Baudrillard enfocó una importante parte de sus trabajos a lo ocurrido con los medios en las guerras del Golfo, afirmando que: “Las pantallas transmitían fulgores verdosos de misiles, se oían sonidos de bombas sin cesar pero no aparecía ninguna víctima. La guerra había sido un espectáculo apabullante, que coincidió con la irrupción de la CNN en todo el mundo. Pero los espectadores no veían nada. Nada más que destellos y sonidos sin destino. La CNN había descompuesto la guerra conocida, en la que los cuerpos sangran y se desangran y gritan y caen, en un show surrealista de imágenes sucesivas pero sin lógica”.
Al producirse el atentado contra las Torres Gemelas, en los EE.UU, el filosofo francés sacudió la modorra de los intelectuales con estas explosivas declaraciones: “La condena moral, la unión sagrada contra el terrorismo transcurren junto al júbilo prodigioso de ver la destrucción de la superpotencia mundial”.
Agregando: “Que hayamos soñado este evento, que todos sin excepción hayamos tenido parte en el sueño de este evento, ya que nadie puede substraerse al sueño de la destrucción de cualquier potencia que alcance semejante exceso de hegemonía, eso es lo que resulta inaceptable para la conciencia moral occidental, y sin embargo es un hecho, por de más a la medida de la patética violencia de todos los discursos que quieren borrarlo. En suma, ellos lo hicieron, pero nosotros lo quisimos”.
En su artículo “El desierto de lo que es real: simulacros y simulación”, escribe que: “La extrema proximidad entre el suceso y su difusión en tiempo real crea una indecisión y una virtualidad de los sucesos, que despoja su dimensión histórica y lo sustrae a la memoria.
“Asistimos al reality show, asistimos al relato en directo, a la confusión de la existencia y de su doble, ya no hay más separación, no más vacío, no más ausencia, entramos en la pantalla, en la imagen virtual... entramos en nuestra vida misma como en una pantalla, enfilamos nuestra propia vida como una combinación digital.
“A diferencia de la fotografía, del cine y de la pintura donde hay una escena y una mirada -no siempre, de hecho-, la imagen de video como la pantalla de la computadora, inducen un tipo de inmersión, de relación umbilical, de interacción activa, inmersión celular, corpuscular; entramos en la sustancia vacía de la imagen para eventualmente modificarla. Nos movemos como queremos, hacemos lo que queremos con la imagen interactiva, pero la inmersión es el precio de esta disponibilidad”.
Esta conferencia que brindó en mayo del 2003, no pierde vigencia ni actualidad: “Asistimos al espectáculo de la banalidad, que hoy día es la verdadera obscenidad. La televisión se dedica a desocultar la vida cotidiana. Y la gente queda fascinada ante la indiferencia de este “nada que ver”, “nada que decir”, la indiferencia de lo mismo, asumiendo la banalidad como destino, como el nuevo rostro de la fatalidad”. Palabras que son el fiel reflejo de GRAN HERMANO, el reality show con mayor audiencia en la televisión argentina.
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