Cuesta dormir con el viento frío y la luz colándose por entre los huecos del plástico. Con imágenes que sin parar van y vienen: el hijo enfermo, la hija desempleada, las medicinas caras, el recuerdo del esposo y los cuatro hijos asesinados; la huida, junto a su hija y tres nietos, hasta llegar a estos cerros en los que más de un millón 400 mil personas se hacinan en casas a medio construir o en estrechos cuartos de inquilinato.
Entre empinadas cuestas, hombro a hombro van los descendientes de los despojados de ayer y los de hoy. Desposeídos todos y todas, obligadas y obligados a competir por las migajas en que el Estado convierte los derechos. “Población vulnerable” los de ayer, “Víctimas del desplazamiento forzado” los de hoy, según categorías impuestas desde organismos internacionales. La idea de que “los desplazados tienen muchas ayudas” ronda estas lomas y crea resentimiento, dividiendo, impidiendo que a partir de comunes historias y necesidades los desterrados de ayer y los de hoy junten memoria, construyan propuestas, reconquisten derechos.
Cierra sus ojos y a su mente llegan la casa, con tanto amor y esfuerzo construida, los días de madrugar a ordeñar y a cuidar lo sembrado, la familia unida construyendo futuro y juntando su fuerza a la de los vecinos en jornadas que caminos, escuelas, centros de salud para todas y todos abriendo iban. Entre ruidos, una radio vecina deja oír voces que hablan de ‘negociaciones’, paz, perdón, reparación. No quiere oír. A burla suenan y en el pecho rabia y dolor despiertan.
¿Cuántas caras tiene el monstruo?
¿Cuántas caras tiene el monstruo?, piensa. Una, la de las armas y el terror que a la huida obligaron y que, entre sangre, pretendieron ahogar los sueños de vida digna. Otra, la de sonrisas y bonitas palabras de funcionarios que confusión y engaño sembrando van. Leyes y más leyes. Comisiones y más comisiones. Promesas y más promesas.
¿Acaso no son quienes a huir la obligaron los que ahora se sientan en el salón donde aprueban esas leyes? Leyes dictadas para “quedar bien” y sembrar ilusiones, piensa ella. Leyes convertidas en promesas que amarran manos y acallan voces, mientras se acostumbran a esperar soluciones llegadas de afuera.
Un nuevo paso en el plan de despojo y exterminio es el uso de jueces, tribunales y cortes que durante más de 20 años guardaron silencio e incluso fueron cómplices de crímenes y atropellos, y ahora pretenden que creamos que buscan la verdad por lo que, según dicen, estamos obligados a declarar si reparación.
Obediencia a la ley es arriesgar la vida, ayudando, en cambio, a que funcione el circo que a punta de escándalos impone como verdad la mentira, convirtiendo en héroes a asesinos y ladrones, justificando crimen y despojo, aumentando confusión y desconfianza.
Aceptar reparación es aceptar el despojo, es aceptar que nunca más habrá amaneceres con trinos de pájaros sobre tierras sembradas de alimentos, cuidados para alimentar humanos y no máquinas.
¿Acaso iban a desplazar para luego devolver las tierras y permitir a la población retornar? O ¿permitirán que vuelvan maíz y fríjol y selva y bosques donde hoy avanzan indetenibles palma africana y otros cultivos dedicados a la siembra de alimentos que motores alimentarán en vez de alimentar personas?
¿No necesitan, acaso, millones de desempleados bajando de estos cerros día a día, garantizando con su existencia cada vez más bajos salarios y peores condiciones de trabajo? ¿Y jóvenes dispuestos a matar o morir por unos pesos no son acaso necesarios también para que circulen armas, drogas, dinero, y se mantenga el orden que con orgullo afirman haber logrado?
Trampas y burlas que aumentan sangre, dolor y muerte. Quedar bien ante el mundo, eso quieren. Borrar los crímenes y comprar perdón y olvido con limosnas.
Así lo siente ella, que ha recorrido, como millones, muchas veces a pie, esta inmensa ciudad, para lograr, venciendo miedos y a punta de terquedad, su carta de desplazada y seguir luego luchando sin resultados por vivienda, proyecto productivo, salud, derechos todos que la ley garantiza y que 10 años después de aprobada sigue costando humillaciones y trampas, beneficiando muchas veces a otras y otros.
Cansada de tanto taller, tanta promesa, tanta reunión y tantas mesas de trabajo de las que sólo salen más y más papeles; de dedicar horas y esfuerzo a capacitaciones con la esperanza de empezar un proyecto productivo para que luego digan que el dinero se perdió o que no fue aprobado; cansada de ‘líderes’ que, hablando por ellas y ellos, terminan negociando para garantizar sus propios intereses; cansada de organizaciones y ‘operadores’ de ayuda humanitaria, decidiendo por ellas y por ellos proyectos y programas.
Cansada de abrir su corazón para que su historia termine llenando páginas en libros, informes, videos que llenan estantes de bibliotecas y oficinas, y cuya distribución, especialmente en el nivel internacional, justifica solicitudes de ayuda económica “para beneficio de la población desplazada”, a la vez que enriquecen las hojas de vida de investigadores y especialistas cuyo número crece al ritmo en que crecen las cifras de muerte y las ganancias de los dominadores.
Retejiendo memoria y sueños
En la radio vecina, desde el Cauca, un indígena páez cuenta que ellos han decidido lanzarse a desalambrar para defender las tierras y convertir en realidad la reparación que hoy burla es. Sale a la puerta para oír mejor y su mirada se pierde en la distancia mientras el recuerdo su memoria invade. Recuerdo de gritos, consignas y banderas al viento cruzando los caminos. “Tierra p’al que la trabaja”, dice el viento al oído.
Clareando la mañana, se levanta pensando cómo conseguirá los termos para vender café en cualquiera de los muchos sitios en que, en interminables colas, hombres y mujeres su energía desperdician alimentando burócratas e ilusiones.
Hoy es miércoles, recuerda de pronto. Un tierno calorcito siente en el pecho. Al caer la tarde volverá a encontrarse con sus vecinas que, cansadas como ella de manipulación y engaño, han empezado a juntarse. Empezar a oírnos entre nosotras, piensa, es lo importante. Seguir venciendo miedo y desconfianza. Analizar cómo se han venido haciendo las cosas. Aprender de los errores. Estudiar cada propuesta. Construir entre todas propuestas de vida propias que solucionen de verdad.
Porque si el miedo no ha ganado, posible sigue siendo recuperar formas de organización que de confusión, dispersión, rabia y dolor hagan surgir fuerza de verdadero cambio. Formas de organización que reconstruyan confianzas y, juntando los hilos hoy dispersos, tejan nudos y redes en las que logremos atrapar, convertidos en realidad, sueños de vida digna y plena. También eso piensa y en su rostro una sonrisa nace.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter