Era evidente nuestra llegada. Lo advertía un enorme cartel sobre el puente de la ruta: No a las plantas de celulosa. Cuanto más avanzaba el micro que nos llevaba, ese mensaje, palabra y grito, se repetía en autos, comercios, postes, paredones, remeras, gorras. Aquí y allá: No a las papeleras. Sí a la vida.
La inquietud y el interés por conocer a esos vecinos que, prensa más prensa menos, siguen firmes contra la instalación de una de las papeleras (pasteras) más grandes del mundo, hizo que nuestra agrupación, pequeña, joven y juvenil, el colectivo La llanura, se acercara hasta allí.
Había pasado el mediodía del sábado. La idea era llegar al balneario camping Ñandubaysal, sobre el río Uruguay, que abriría sus puertas gratis para que todos participaran de la actividad que la Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú realizaría el día siguiente. Desde la terminal llamamos a Susana, secretaria de la Asamblea. Sí, habla Susana. Qué tal. Espérame que me parece que alguien puede llevarlos hasta el Ñandú. Cuántos son. Ahora te llamo. Sí, ya está, acérquense hasta Costanera y 25 de Mayo, busquen a Luis, él tiene que ir hacia allá en camioneta. Los alcanza. Nos vemos luego. A Luis lo ubicamos en la esquina indicada, sentado en la panchería de Pocho. Cómo andan. De dónde vienen, che. Si tienen hambre, comemos algo, tomamos una cerveza y vamos. Macanudo. Tipo gaucho, como todos por allí, nos adentra en esta historia en que él y miles más son protagonistas. Empezaron pocos pero cada vez somos más. Les daremos la pelea.
En eso se acerca Pocho, robusto, grandote, amable. Se vienen por todo. Los yanquis. Las transnacionales. Mirá, estas cosas las aprendimos desde que estamos en esto. Leemos, nos informamos, discutimos. Algunos nos conmovimos por esas sencillas palabras. La conciencia en la lucha desde la lucha, no desde afuera. No donada (o impuesta) por dirigentes iluminados, partidos o programas preconcebidos, inmodificables, sino naciendo y creciendo desde el cuerpo colectivo que es la lucha. El hombre nos muestra fotos de lo que es esto cuando está el carnaval. Cuatro mil, cinco mil personas por acá, en la calle. Le gusta su ciudad, está orgulloso y va a meterle tiempo y sangre para que no se la roben. Por último, rueda una cargada sobre la chomba de Pocho, manchada de aceite, alguna empanada jugosa. Nos reímos, y Pocho, alegre, dice que “así, rotosos, mirá a los gigantes que les peleamos”.
Nos subimos a la camioneta. Salimos. Al lado del camino hay eucaliptus y pinos delgados, rectos. A diferencia de ése que trepábamos en la plaza del barrio, con ramas que eran puentes prometedores, desafiantes, ése que murió de viejo y no asesinado, éstos, salidos de laboratorios, son aburridos y poco felices; parece, paradoja cruel, que el sistema que asienta su ‘orden’ también en la fuerza y la represión los hubiese plantado así, como en una formación militar. Árboles nacidos para el negocio, no para la vida, devorados mañana por el capitalismo, como nosotros, día a día. Miles de hectáreas plantadas de un lado y otro del charco. Estos árboles no beben: devoran litros y litros de agua para crecer apenas un gramo y secan las napas, desertifican; dicen que hay pueblitos en Uruguay que ya no tienen agua y precisan de camiones que la trasladan desde otros lados.
Yendo para el balneario, Luis comenta sobre el funcionamiento, la práctica, de la Asamblea. Que sí, que al ser tan masivo el asunto, viene todo el mundo y lo admitimos, el que quiere hablar, habla. Hasta concejales y funcionarios de la ciudad vienen, pero no a “hacer política”. Parece que esa palabra ya no comprende la actividad que Luis y sus vecinos realizan. Importa poco. Habrá que buscar otra y que esa se la queden ellos arriba. Así los identificamos bien.
Llegamos al Ñandú y se junta el grupo que tenía la tarea de resolver algunos detalles para el domingo. Se siente la confianza que se tienen. La puteada inofensiva, el chiste amigo. El río está crecido, hay poca playa, una lástima, porque la bandera grande iba a estar bien adentro, unos cien metros adentro, más cerquita de Botnia. Al menos no llueve, y esperemos que mañana tampoco. Luis, que a esta altura era nuestro guía oficial, sigue comentándonos. Que si la planta hubiese querido poner de este lado, ya se hubiese ido. Pero en Colonia se está empezando a armar algo, ya que ENCE se traslada a Nueva Palmira. Botnia, atrás, se ve clarita, grandísima, prepotente. Preguntamos sobre el corte, si lo reafirman o ponen en discusión cada asamblea: hace meses no se discute. El corte no se levanta hasta que se vaya Botnia. ¡Qué ejemplo de dignidad da esta gente! ¡Cuán distinto del de nuestras dirigencias políticas, que reciben al genocida Bush o tocan las campanitas en Wall Streat!
A retazos comprendemos esta lucha que desvela a más de uno y emociona y estimula a tantos. Mañana después de la actividad hay asamblea. Estábamos convencidos de que era hoy, cambiemos los pasajes, salgamos más tarde. El sol sin verse caía, negándose a que la pastera vea lo que arruina. ¡Esos atardeceres que deberían haber sido maravillosos donde se hermanan los ríos!
La mañana dominical nos despierta con calor húmedo y miles de mosquitos. Se ve más movimiento en el lugar. Hoy es el día de la prueba hidráulica, nombre utilizado con ironía y en referencia a las que ha de realizar la empresa finlandesa, artilugios para seguir engañando a vaya a saber quién.
La actividad incluye ir a nado y en embarcaciones hasta acercarse a la pastera, y desplegar banderas contra los piratas finlandeses como la que dice Juira Botnia! También los pescadores del club Sirio-libanés estarán presentes, equipos de rugby, atletas, nadadores y sobre todo familias materas que pueblan la playa. Unas 800 personas demuestran el uso dado al río, ligado al deporte, al esparcimiento, a la vida.
La jornada es hermosa. Otra forma que le encontraron para demostrar que el corte, eje de su pelea, no es su única forma de expresarse. En una carpa atendida por asambleístas se venden remeras, banderas, tazas y gorras con el No a las papeleras. El dinero que ingresa, por fuera de los costos, va para la Asamblea. Allí nos dan un folleto donde informan, entre otras cosas, que “El funcionamiento de Botnia demandará más de 80 millones de litros de agua dulce por día (mil litros/segundo) que se extraerán del Río Uruguay, gran parte del cual volverá al río con una carga de contaminantes tóxicos orgánicos”; que, “el método que Botnia utilizará para obtención de la pulpa de celulosa utiliza dióxido de cloro para el blanqueado de la misma [...] [y] compuestos orgánicos clorados, como dioxinas y dibenzofuranos que serán vertidos al río y al aire, con peligro latente para la vida, dada su extrema toxicidad y persistencia en el medio ambiente”: “las emisiones atmosféricas emitidas por Botnia en funcionamiento (la chimenea mide 120 metros de altura y su sección es de más de 100 metros cuadrados de luz) llegarán a una distancia aproximada de 100 kilómetros. A la redonda, con compuestos altamente perjudiciales para la salud de la población y el medio ambiente”.
Al costado, a través de grandes parlantes, suenan chacareras, zambas y cumbias. La alegría contagia. Todos se ven felices con su tarea aunque cansados. El día fue agotador. Alguien avisa que esa noche no va a participar de la asamblea, que no da más, como Gustavo, impulsor de la propuesta.
Al terminar la actividad arrancamos en auto con Susana y Raúl. Antes pasamos por casa para una ducha y apurarle para no llegar tarde al kilómetro 28 de la ruta nacional 136, donde gente sencilla corta el cruce internacional Argentina-Uruguay. En el viaje, Raúl explica la capacidad de autocrítica de los participantes en un proceso sin intereses especulativos, privados: así, nos dice que él estuvo en contra de movilizarse a Buenos Aires en diciembre pasado, pero participó y cree que fue un éxito. En la breve estadía en casa, ella relee la carta para el presidente Tabaré Vázquez que se someterá a discusión. Conecta la cámara fotográfica a la PC y muestra fotos recientes. Tomamos mate y subimos otra vez al auto. Hay que apurar: las distancias en Gualeguaychú son amplias, de la ciudad al corte, del corte al balneario. Pero quienes carecen de transporte propio tienen micros costeados entre todos para estar en las actividades y las asambleas, tres por semana.
La ruta es oscura, incluso el puente que cruza el río Gualeguaychú. A lo lejos comenzamos a divisar un poco de luz y en seguida decenas de autos sobre el camino y gente alrededor. Llegamos a Arroyo Verde.
En la banquina, un micro donde descansan quienes están en el corte, una carpa, un baño humilde. Adelante, la tranquera que se levanta cuando la asamblea lo decide (la asamblea decide quién pasa y quién no pasa). Son las 20:05. Uno coordinador cuenta a los presentes: más de 90, casi 100, quórum para que la asamblea sea decisoria. Si no, será informativa. Llegan a tener asambleas de 4.000, 5.000 personas. “Eso es lo que no entienden los medios cuando dicen que en el corte hay poca gente. Acá, si pasa algo, con una llamada por celular llegan a Arroyo Verde miles de personas en media hora”. Imagino que eso el gobierno lo sabe. También, que por más que nacionalmente la gente no se movilice en apoyo de los gualeguaychenses (desafío de la asamblea, aparte del que implica extender la brecha de los frenteamplistas consecuentes y descontentos y del conjunto del pueblo contra el gobierno y las “inversiones extranjeras”, que sólo traen miseria a al pueblo), apoya su causa. Proponen esperar un poco. A lo lejos, las luces se acercan: son autos, familias. Ya hay quórum. Antes de comenzar, suena el himno nacional. Algunos no lo cantamos; se respetan las diferencias.
El primero que interviene propone un minuto de silencio por los 31 años, ayer, del golpe genocida. Un emotivo aplauso recuerda a “los 30.000 compañeros desaparecidos”. Las famosas reposeras se acomodan, el mate circula y reina la atención y el respeto por el uso de la palabra. Un coordinador invita a comentar la actividad en la playa y da excusas por quienes no asistieron debido al cansancio. No es cualquier día. La ‘poca’ concurrencia se debe a que la jornada fue larguísima. Luego se lee la carta a Tabaré, se discute apenas, se aprueba por unanimidad. El taxista Carlos marca la ausencia de algunos vecinos. Los llama a “ocupar su espacio” (nos han dicho que el movimiento se masifica cada vez más).
Patricia, muralista de unos 40 años, propone un mural en Parque Lezama “para nacionalizar la lucha”. Hay acuerdo pero no se vota: quedan en avanzar en la propuesta, fecharla y luego resolver. Ahora habla otro vecino y comenta sobre la invitación de la Asamblea de Colón a participar de una conferencia de prensa que se está organizando. Todos de acuerdo. “Va el que puede ir”. No se eligen delegados o representantes. Otro es que el que propone algo, y es aprobado, debe llevarlo adelante, no puede luego desentenderse.
Antes de terminar, preguntan si hay algún invitado. Nos miramos tímidos. Levantamos la mano. Nos piden que pasemos, que hablemos, insisten, nos sorprenden, quieren escucharnos. Pasamos, nos presentamos brevemente, saludamos. Que los felicitamos por su lucha, que aprendemos mucho de ellos, que son ejemplo, que agradecemos todo, que volveremos, desde allá alguna mano podemos darles. Es un momento muy emotivo. Hay que volver a Buenos Aires. Bastante callados, como para guardar y grabar bien esos momentos, algunos subimos al micro, a la camioneta de un compañero otros.
En el camino de regreso, pienso en el saqueo del oro, utilizando cianuro y envenenando ríos, en Betchel, Meridian Gold; en la soja transgénica y los pesticidas de Monsanto; en el PCV, en las pasteras del litoral argentino (que describe bien el periodista Hernán López Echagüe en su libro Crónicas del ocaso); en la basura del Ceamse. Pero también pienso en los autoconvocados de Esquel, en los pobladores de Andalgalá, Famatina, Bajo la Alumbrera, en el Mocase y su defensa de la tierra, en la Coordinadora en defensa del Agua y de la Vida de Cochabamba, en la firme resistencia indígena y andina de Perú; en Colón, en los vecinos de González Catán y de Brandsen, Florencio Varela, Dock Sud… en tantas otras luchas que uno desconoce y que se dan ahora.
Desde Norteamérica, el activista Joel Kovel advierte que “la etapa actual de la historia puede caracterizarse por fuerzas estructurales que sistemáticamente degradan y finalmente exceden la amortiguada capacidad de la naturaleza con respecto a la producción humana”. “La lucha contra la globalización del poder (y contra su sostén ideológico, el neoliberalismo) no es exclusiva de un pensamiento, una bandera política o un territorio geográfico; es una cuestión de supervivencia humana”, dice, desde México el Subcomandante Marcos.
El capitalismo ha salido a la caza indiscriminada de los recursos naturales, pero a veces se encuentra con gente como los vecinos de Gualeguaychú: gente común, es decir, rebelde.
* Retomamos la idea de John Holloway, quien desarrolla esta afirmación expuesta por el Subcomandante Insurgente Marcos: “Somos mujeres y hombres, niños y ancianos bastantes comunes, es decir, rebeldes, inconformes, incómodos, soñadores”. En Holloway, John, “Contra y más allá del capital”, Ed. Herramienta, 2006.
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