Resultó como uno de los aforismos del célebre escritor ruso Antón Chéjov, que dice que, si en la pared se cuelga un arma, tarde o temprano con esa arma se disparará.

Durante el tempestuoso siglo XX en el mundo se acumularon tantas armas que, quiérase o no, esos artilugios están obligados a estallar y aniquilar.

Sobre todo cuando nosotros mismos hacemos todo lo posible para que esos medios de exterminio se utilicen. Es que, apenas en la última década del siglo pasado, el mundo sobrevivió 34 guerras grandes y pequeñas, incluida la campaña internacional en el Golfo Pérsico en 1991, las dos campañas en Chechenia, y la guerra en Yugoslavia, el conflicto de mayor envergadura por la cantidad de países involucrados. Tampoco podemos olvidarnos de los terroristas invisibles cuya lucha se ha convertido en una de las tareas esenciales para todo el planeta.

En otras palabras, sin armas no podemos. Desde el punto de vista del arte operativo, ahora difícilmente se tendrán que desplegar frentes de combate, movilizar ejércitos, cuerpos o divisiones. En los últimos años y en el futuro, la lucha armada prevé la ejecución de acciones bélicas rápidas en territorios limitados, donde línea de combate no está definida. Con la particularidad de que la información sobre el adversario, puede aparecer con una velocidad desconcertante, lo que a su vez, conlleva a que la situación cambie a cada momento.

De esta forma, es evidente que en el sistema de acciones de guerra, los recursos de reconocimiento y detección de blancos y objetivos se encuentran en un primer plano. En cuanto a armamento, las divisiones de tanques, o los centenares de piezas de artillería por kilómetro de línea del frente quedan relegados a un segundo plano. El adversario de nuestros días es un ente que se cuenta por unidades, y que no requiere ataques masivos, sino armamento de alta precisión.

Por razones bien conocidas, como antes, el arsenal nuclear seguirá cumpliendo funciones de "representación". Ahora, las tareas estratégicas se resolverán con armas convencionales que dispongan del mismo efecto de destrucción de las bombas nucleares.

Es indispensable destacar que tanto Estados Unidos como Rusia han prestado un interés muy elevado al problema de la modernización de su armamento convencional. Así, hace dos años, EEUU decidió implantar una carga convencional en un misil balístico intercontinental en submarinos estratégicos Trident-2, lo que supuso alteraciones en ese sistema de armamento estratégico.

Por lo visto, los problemas políticos derivados de ese paso, obligaron al Pentágono a renunciar al programa "Trident-2- convencional", pero decidió continuar los planes para crear una bomba de acción perforante en capacidad de destruir objetivos subterráneos altamente protegidos.

Por su parte, Rusia optó por modernizar una tecnología anteriormente adquirida, que se conoce con la exótica denominación de "bombardeo de vació".

Ya en la década de los años 60, los estadounidenses emplearon las bombas de vació en Vietnam, y Rusia también utilizó cargas termobáricas análogas contra las posiciones de los mojaheddines en Afganistán, en los años 70, y contra los separatistas chechenes, en nuestros días.

Hay que destacar que el término "arma de vació" no es del todo correcto.

Se trata de una carga de explosión volumétrica, también denominada termobárica.

En una etapa determinada, tiene lugar un efecto de vació, y su principio básico es el siguiente.

La bomba termobárica, digamos, la de una bomba de avión tiene un depósito en el que se encuentra una mezcla explosiva, que puede estar hecha a base de hidrocarburos volátiles. Al impactar contra el blanco o detonar a una altura de 10 metros de su superficie, esa mezcla al liberarse se combina con el oxígeno de la atmósfera formando una nube de cerca de una veintena de metros de diámetro y unos tres de profundidad. Esa nube, supone una potentísima masa explosiva que estalla 100 ó 140 milisegundos después de su formación.

Tras ocurrir una explosión de esas proporciones, en la trayectoria de la onda expansiva que se desplaza a una velocidad supersónica de 3 kilómetros sobre segundo (km/s), se forma un exceso de presión que puede alcanzar hasta los 30 kilogramos sobre centímetro cuadrado (29.034 atmósferas). Al mismo tiempo, "a espaldas" de la onda expansiva se forma un profundo vació, que como una aspiradora succiona el aire y las partículas. Tras la explosión de una bomba de vació en Irak durante la operación "tormenta en el desierto" aparecieron informaciones de que los estadounidenses habían utilizado armas nucleares tácticas.

La capacidad de la masa gaseosa de fragmentar o destruir obstáculos es muy baja. Pero es difícil imaginar otra arma más letal para las personas.

Incluso en el caso de que no estalle, por ejemplo debido a la lluvia o a vientos fuertes, la "niebla" de la bomba puede penetrar por todas las fisuras e intoxicar a todo lo que esté con vida. Tras la explosión de una bomba termobárica, los seres vivos que no mueren instantáneamente, sufren los efectos de la potente onda de choque y el vació. Entre las heridas características producidas por el empleo de las cargas de vació, los médicos destacan contusiones, ceguera, ruptura del tímpano, hemorragias internas, quemaduras en las vías respiratorias y pulmones, además de rupturas y dislocación de los órganos internos.

Entre tanto, se estudian determinadas perspectivas del efecto termobárico en el empleo de las armas nucleares. Supongamos que tras la explosión de una primera carga en la zona de alta presión y densidad se hace detonar una segunda carga. De esta forma se crea un efecto de choque mucho más fuerte que el que se produciría con una carga nuclear tradicional de la potencia correspondiente.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDIRÁ OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

Fuente
RIA Novosti (Rusia)