El general paquistaní Pervez Musharraf (arriba en el centro), el golpe de estado que promovió el 12 de octubre de 1999 en Paquistán lo ha llevado a ocupar la presidencia del país, su gran aliado George W. Bush que dice defender la democracia en el mundo.
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La gran ilusión

Ese grupo está compuesto por el general Pervez Musharraf; el ejército paquistaní y sus sub-productos, los elementos radicales; los líderes de los partidos políticos; los vendedores de influencias en Islamabad, Rawalpindi, Lahore y en Karachi; los manipuladores en los Estados Unidos, en Arabia Saudita y en el Reino Unido, y todos los demás que están muy al tanto de los asuntos de Pakistán. En este momento y después del asesinato de Benazir Bhutto, el estribillo que se escucha es la celebración de elecciones, tan pronto como sea posible; la agenda o plan de cambios también incluye al general Musharraf despojándose de su uniforme, la restauración de la independencia del aparato judicial y la libertad de prensa.

Tanto la sociedad civil como los opositores de las maniobras de Pervez Musharraf fuera de las fronteras de Pakistán estarían satisfechos si se cumplieran las condiciones anteriormente expuestas. Esperan que más temprano que tarde el ejército paquistaní tome acciones decisivas contra Taliban-Al Qaeda, que parecen extender su influencia más allá de las Áreas Tribales Administrada Federalmente (FATA) con relativa facilidad. Aunque las llamadas «mínimas demandas para la resurrección de Pakistán» ante su tendencia final hacia el colapso parecen eminentemente sensatas sobre el papel, más la realidad no concuerda con las esperanzas piadosas injertadas en las mismas sobre la restauración de la normalidad.

Sin embargo, de ser celebradas las elecciones en el más corto plazo según demanda prácticamente todo el mundo, la confusión post-electoral podría profundizar las fisuras y conducir a un mayor desorden que el actual. Bajo el decreto del estado de emergencia los nuevos poderes que se confirieron al ejército reducen casi a cero la posibilidad de celebrar elecciones justas y libres. La agencia que ha sido instruida para organizar las elecciones en Pakistán y que se ha dedicado enfáticamente al proceso electoral por varias décadas es la agencia de servicios de Inteligencia de Pakistán (ISI), con la asistencia y el apoyo de la Inteligencia Miliar (MI) no de la Comisión Electoral—al menos de la constituida actualmente.

Ha sido esa agencia (la ISI) la responsable de supervisar el tremendo crecimiento de los partidos radicales en la asamblea nacional y en las estaduales, dos de las últimas—NWFP y Balochistan, han quedado bajo el poder de los «Tanzeems» o elementos pro-talibanes. Una vez más, la ISI ha sido quien ha dirigido el surgimiento de un líder político a costa de los demás y viceversa, siempre que ha sido del agrado del régimen militar.

Apenas exageraríamos al plantear que de manera clandestina la ISI ha usurpado prácticamente las funciones de los órganos electorales de Pakistán. Por tanto, la celebración de elecciones en estos momentos conduciría a la extinción del último rayo de esperanza para restaurar la democracia en Pakistán y para prevenir que el país se convierta en un estado fracasado. Si los Estados Unidos persistieran en apoyar a Pervez Musharraf, perderían la poca reputación que le queda en Pakistán.
Al arrestar a miles de personas, mayoritariamente de los sectores de la sociedad civil que expresamente se oponen al Talibán, Musharraf ha fortalecido a los radicales, algo que ha estado haciendo todo el tiempo.

Los principales patrocinadores de Pakistán toman el reto

Los principales patrocinadores de Pakistán desde su comienzo han sido EE.UU., el Reino Unido y Arabia Saudita. La influencia que ejercen EE.UU. y de Arabia Saudita no se limita a la esfera militar; se extiende también a las principales clases políticas así como al sector comercial que apuntalan la economía paquistaní. Sin la ayuda financiera (o el subsidio) de estos dos países, Pakistán no sólo se convertiría en un caso inútil, simplemente se hundiría totalmente.

El funcionamiento del país ha sido tan profundamente socavado durante los días de Musharraf que responder al el reto de los islamistas radicales y restaurar una aparente normalidad parecen ser cuestiones inalcanzables. Hoy, además del ejército ya desmoralizado y desacreditado, los únicos elementos organizados y dispuestos a beneficiarse del empeoramiento de la situación son los jihadistas (que ya han salido de los perímetros de sus cuarteles en las FATA y han llegado hasta las áreas vecinas en la Provincia Fronteriza del Noroeste (NWFP) y de Baluchistán, incluso Islamabad) y las zonas de MQM, en Karachi. Los villanos de los servicios de inteligencia también expanden sus tentáculos con la misma rapidez. En fin, al paso que va, Pakistán sigue el camino del colapso.

La situación no tiene solución a menos que se tomen fuertes medidas. Los EE.UU. y Arabia Saudita, apoyados por el Reino Unido, Japón y la Unión Europea tienen que unir esfuerzos para prácticamente dar un segundo ultimátum sobre la base del lanzado después del 11 de Septiembre por los estadounidenses al general Musharraf: «o estás con nosotros, o prepárate a enfrentar las consecuencias». El segundo ultimátum que lanzarían de conjunto los EE.UU. y Arabia Saudita debe darse también a los generales de Pakistán que apoyan a Musharraf, así como también a los líderes de los principales partidos políticos. Los días de Musharraf están contados. Ya no es el principal ponente; el poder se le ha escapado de las manos. Con o sin uniforme militar, el general se ha convertido en un lastre para el ejército de Pakistán, para sus patrocinadores extranjeros (principalmente el gobierno de George W. Bush) y para la nación paquistaní. Una vez dado el ultimátum, Pervez Musharraf puede ser destituido en un segundo. Ya no tiene alternativa a no ser la de realinearse con los jihadistas.

Elementos claves para la resurrección de Pakistán

El ultimátum sería dado en forma de lista, con elementos claves para la resurrección de Pakistán. Estos elementos incluirían, entre otros:

 La remoción de Pervez Musharraf de la escena y su asilo en Arabia Saudita, EE.UU. u otro país de su elección.

El nombramiento de un presidente interino para Pakistán hasta que sea elegido un nuevo presidente en un proceso electoral. La selección del presidente interino (alguien sin uniforme militar) sería por decisión colegiada. El colectivo a tomar la decisión incluiría a nominados por el ejército, representantes de los principales partidos políticos, tres civiles prestigiosos (como Pervez Hoodbhoy), tres ex-jueces reconocidos del Tribunal Supremo, que no hayan apoyado alguna ordenanza u ocupación militar en el pasado. Ese colectivo escogería una persona adecuada en un plazo de quince días después de haber sido constituido. Los representantes de los gobiernos de EE.UU. y de Arabia Saudita supervisarían el proceso.
Una vez seleccionado, el presidente interino prestaría juramento ante el presidente del Tribunal Supremo de acuerdo con la Constitución de 1973. Al asumir el cargo, el presidente interino emitiría una notificación que anularía todos los decretos aprobados por el Presidente Pervez Musharraf (y los anteriores emitidos por el general Zia ul Haq) considerados inaceptables para poder celebrar elecciones libres y justas, y para restaurar la democracia. En caso de que Pervez Musharraf dimitiera con gracilidad y se despojara de su uniforme en la fecha señalada, recibiría la inmunidad de la fiscalía por todos sus actos durante el período desde que usurpó el poder en 1999 hasta la fecha de su dimisión. El presidente interino también restauraría el Tribunal Supremo con todos sus miembros bajo la autoridad de su presidente Iftikhar Chaudhry, tal como era justo antes del reciente estado de emergencia proclamado por el general Musharraf, a principios de noviembre de 2007.

 Después de la dimisión de Musharraf (que puede hacerlo con gracilidad o ser expulsado del poder), el nuevo Jefe del Ejército de Pakistán, general Ashfaq Kayani tendrá al menos de 60 a 75 días para llevar a cabo las siguientes tareas de carácter urgente: preparar gradualmente al ejército para recobrar su papel profesional y despojarlo de tareas ajenas a su papel como institución armada; revitalizar al ejército para determinar primeramente el avance de los jihaditas y después restaurar el status quo en NWFP y más tarde en FATA; desplegar unidades especialmente seleccionadas y con suficiente capacidad para garantizar que cuando se celebren las elecciones en NWFP y en Baluchistan, los radicales que se han establecido en las asambleas provinciales, gracias a sus logros legislativos en anteriores elecciones bajo la administración de Musharraf, no puedan intimidar a los electores u obtener ventajas basados en las leyes promulgadas para favorecer a los islamistas.

 La tarea más urgente del nuevo Jefe del Estado Mayor del Ejercito (COAS) sería retirar completa y resueltamente a la ISI de su dañino papel en la política de Pakistán y garantizar que no interfiera en lo más mínimo en las elecciones.

 El presidente interino, tras consultar al presidente del Tribunal Supremo y los líderes de los principales partidos políticos, nombraría a un primer ministro interino encargado de las elecciones, así como a un comisionado electoral con cuatro comisionados independientes.

 La nueva Comisión Electoral tendría 75 días para preparar las tareas de tipo electoral y extirparía los elementos no deseados en los niveles inferiores antes de celebrar nuevas elecciones.

 La nueva Comisión Electoral, después de evaluar la situación en el terreno, anunciaría las fechas de las elecciones y el período de tiempo en que se autorizaría la actividad política de los partidos con vista a la elección. La Comisión Electoral—basada en la neutralidad—tendría completa autoridad para excluir todos aquellos candidatos que tengan antecedentes penales, siempre que tal acción cuente con la aprobación de al menos cuatro de los cinco comisionados electorales. En el caso de los líderes de las organizaciones políticas, tal decisión podría ser apelada ante el Tribunal Supremo.

 Los principales partidos políticos se comprometerían a que, con vistas a ganar las elecciones, no se alinearían con elementos radicales de ninguna forma.

 Finalmente, el presidente interino garantizaría que toda la prensa disfrute las libertades que se garantizan en los países democráticos.

Pervez Musharraf es ya un elemento de fuerza gastado. El caos que descendió sobre Pakistán ofrece una oportunidad histórica a los Estados Unidos, Arabia Saudita y a todos los que desean el bien para Pakistán, dentro y fuera del país, para que, verdaderamente y de una vez por todas, saquen a Pakistán de la ciénaga en la cual lo sumieron la ingerencia del ejército, el mal gobierno y el más reciente acto de asesinato. Los principales aliados de Pakistán: EE.UU. y Arabia Saudita serán los mayores beneficiarios.

El ejército, al haber visto su moral desastrosamente dañada, también tendría una vía de escape para recobrar su papel profesional sin perder su prestigio. Se ha diseñado un programa guía para la irrevocable restauración de la democracia, y más importante, para prevenir que Pakistán termine como un estado fracasado o quede bajo el poder de los islamistas. El programa no es rígido o inflexible; es susceptible a modificaciones importantes en cada una de las etapas mientras avanza la inevitable marcha hacia la democratización de Pakistán y su resurrección, y mientras actúa la familia de naciones de la que Pakistán es miembro responsable.

De la gran tragedia surge la dorada oportunidad para la renovación. El nuevo Jefe del ejército sólo tiene que tomar su puesto y echar a andar para dar a Pakistán la oportunidad que nunca antes tuvo. Todo- la unidad nacional, la imagen del ejército, la restauración de la democracia—automáticamente volvería a su lugar.