El Dalai Lama ha sido indistintamente calificado como líder autoexiliado, el refugiado más famoso del mundo, un monje itinerante, uno de los oradores más admirados del mundo, un premio Nobel, una celebridad que puede opacar a muchas otras- pero casi nunca ha sido descrito como una figura trágica que representa una causa imposible.
Aunque cada una de esas descripciones puede decirse que contienen un elemento justo o medida que se ajusta a la verdad, no ofrecen una perspectiva real del hombre. Su atracción personal, su sonrisa radiante y carismática personalidad han inspirado muchas biografías, artículos y comentarios escritos por muchos de sus admiradores en el mundo, que reflejan una genuina admiración, adulación y respeto. Sin embargo, todas son manifestaciones externas de un ser humano fascinante, de una figura semi-divina que no tiene otros atributos más que su única humanidad y humildad.
El era muy jovencito cuando su país fue invadido. Si hubiera tenido entonces la sabiduría de los años, ¿habría enfrentado al invasor de manera diferente? ¿Es que acaso tenía otra opción? ¿Es que sufre por lo que pudría haber hecho? o ¿es que percibe el profundo sentido de la traición de de otras naciones que pudieron hacer cambiar el curso de los acontecimientos? India, el otro gran vecino, ya era independiente cuando se produjo la invasión comunista de China. Seguramente pudo pasar por su mente la tentadora idea de que, en circunstancias diferentes, un Sadar Patel al frente de los acontecimientos en la India hubiera podido salvar al Tibet.
En última instancia, habría inventado un modus vivendi más aceptable con los chinos, antes de darles la carta blanca para que hicieran lo que querían. Una y otra vez, el destino de las naciones parece haber sido conformado según sus líderes. ¿Es que entonces los líderes condensan en su persona el destino de los pueblos?, ¿o el destino engaña a las naciones al crear líderes que siguen su mandato? Cualquiera que sea la realidad, sigue sucediendo que el destino, mientras se muestra dócil a los cambios, no puede ser revertido. Ni la historia puede se borrada. El creyente en el destino debe detenerse a pensar si el destino ha apartado su vista de él, de sus conciudadanos, o de ambos inclusive. En su arriesgado viaje, un viajero debe enfrentarse al dilema de las épocas, para lo cual no ha habido respuesta satisfactoria alguna desde tiempos inmemoriales, a pesar de los voluminosos tratados filosóficos que existen sobre el tema.
¿Qué le faltó al Tibet en la segunda mitad del siglo XX? ¿Incapacidad de sus líderes para anticipar los acontecimientos y un plan propio? ¿o fue el destino del pueblo del Tibet ser testigo indefenso de la subyugación de su país por parte de un invasor que no mostró ni misericordia ni respeto por su cultura, aunque perteneciera a una de las más importantes civilizaciones que el mundo ha conocido. Se dice que el Dalai Lama ha confiado a algunos de sus entrevistadores- que en serio o en broma debe quedar en dudas- que él y su pueblo experimentaban su período de «Karma».
¿Cuántos momentos en solitario habrá tenido el líder tibetano mientras agonizaba al recordar aquellos días oscuros cuando el tirano presionó con su puño por primera vez el corazón del Tibet. Y aun está ahí. ¿Cuántas veces vio la desgracia de su pueblo que logró sobrevivir tras la larga caminata hasta la India y hacia la libertad-más que hacia la libertad, hacia él para verlo en persona y buscar su bendición. Con tal carga sobre sus hombros, ¿qué clase de fuerza sobrehumana es él capaz de tener para mantener la sonrisa en su rostro cuando mira al mundo? ¿es esa fortaleza inagotable? ¿Algún día de estos pondrá fin a su vida? ¿Acaso conoce el simple monje budista, el líder de inspiración divina, que le repara el futuro a su pueblo? ¿Son el optimismo y la alegría un medio de prevenir que él y su pueblo caigan en fatal ciénaga de la que no hay salida posible, ni siquiera a través de la Karma u otra forma?
Nadie, ni siquiera el mismo Dalai Lama conoce las respuestas a esas preguntas. Pero él si sabe que la misma naturaleza de la existencia plantea que la lucha misma es vida, Karma o el color de la existencia. En su caso casi no se pueden aplicar paralelos históricos. Poca gente describiría su enérgica defensa como una batalla entre David y Goliat. El se mantiene profundamente comprometido con la filosofía Gandiana de la no violencia, que es una rama de la filosofía Budista.
Naturalmente, este seguidor de Buda rechaza la violencia. Ha dado una nueva dimensión al concepto de Gandhi. La lucha tibetana que él encabeza no le exige al opresor que abandone sus tierras. El es capaz de ajustarse a la situación; se sentiría satisfecho con la autonomía del Tibet bajo control chino. Hay que admirar la sagacidad del líder tibetano. Ellos tienen una fuerte presencia militar en Tibet y en varias ocasiones han mostrado absoluta crueldad. La lucha armada no tendría éxito sin el apoyo activo del gobierno de la India.
Este artículo fue escrito originalmente en julio de 2001. Publicamos hoy su versión castellana e inédita.
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