El concepto inicial de la televisión por cable era una señal exclusiva con programas nacionales e internacionales exenta de las molestas interrupciones de propaganda. Entonces, se pagaba emisiones sólo para los que adquirían ese derecho. De modo que hecha la ley, hecha la trampa, arrancaron con espacios comerciales referidos a las cintas o a pretextos menores y dentro del menú de cable. El espectador aguantó.
A posteriori, los grandes maniqueadores llegaron a la conclusión que la gente es estúpida y soporta y entonces, en aquelarre de voluntades, decidieron clavar propaganda de todo calibre. Suele no es raro ver cómo se alaban las bondades de un detergente X con la admonición que eso sólo es válido en determinado país, en la nación en que se vende. ¿Qué puede servirnos el limpiagrasa que se usa en la Argentina? No mucho, pero sí nos roba tiempo, el tiempo que debió estar huérfana y exenta de publicidad.
Nos hablaron de decenas de canales. ¡Ah, olvidaba recordar que los vivos del cable, por algún arte de birlibirloque, llenaron de un efecto lluvia, rayitos, centellas y ruidos extraños, la emisión de los canales de señal abierta y ahora no se puede ver bien con las populares antenas de conejo que servían para ese nobilísimo fin antes. Pruebe, si no me cree, con los del 1 al 10. Es decir, con el efecto “taquito” consiguieron que el cable vía el pago diferenciado y el lucro de la empresa que tiene ese monopolio, la archiconocida Telefónica del Perú, la que llegó a hacerse de la telefonía nacional en tiempos del gobierno delincuencial de Kenya Fujimori, se hiciese más rica y robusta.
No ha mucho que dieron en comodato o préstamo un decodificador que tuvo inmensas ventajas: más canales, colores más bonitos, películas a granel y más de 120 canales. ¡Cómo si se pudiera ver más de uno a la vez! Pero ¡no hay carne sin hueso! El truco es que a los 10 o algo así días, cortan paulatinamente estas películas y se descubre que ese derecho ¡también tiene un costo! ¿Cuántos pican el sebo y quedan adheridos a la telaraña? Estoy seguro que no pocos. Al lote más reciente de cable-adquirientes simplemente les dan señal censurada de 9 am. a 6 pm y sábado y domingo: ¡nada de nada!
¿Cuántos diarios dan cuenta del hecho o difunden tamaña irregularidad? ¿hay por ventura radios o programas que denuncien el hecho? El monopolio de Telefónica, con diferentes nombres o razones sociales es el mismo con 100 ó 200 subcontratantes con escaleritas, guantes y camionetas por todas las ciudades del país, vendiendo chucherías urbi et orbi. No parece haber estadística que encuadre el registro de esta barbaridad. El exclusivismo es predominante es fuerte, tiene influencia y también patrocina obras de caridad o eventos culturales, alquilando mercenarios anónimos a los que convierte en escritores o poetas o artistas para llevarlos por todo el país. Donde vea el símbolo de Telefónica del Perú, compruebe la pezuña entrometida de los ibéricos de nuestro tiempo.
La basurización del cable es parte de la cultura del caballazo, peruanismo que alude a la brutalidad con que se imponen políticas, costumbres, leyes, etc, y eslabón indispensable de la imbecilización de un pueblo. Nadie pudiera dudar del cable por el cual se paga y el cliente escoge qué ve, a qué hora, en qué momento, con quién o quiénes o qué declina en ese mismo sentido. Siempre bajo la premisa del libre albedrío, la libertad más libérrima y la opción de, dado el caso, tirar todo por una ventana si así le place a cada quién. Pero no, Big Brother, Telefónica del Perú, gestó, embarcó y consiguió la basurización del medio. ¿La premiarán en Palacio? ¿Con la Orden de la Gran Cruz de los Sinverguenzas con gemas de plástico? Amén.
¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
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