Los narcotraficantes y sus sicarios, en complicidad con los narcopolíticos (gobernadores, presidentes municipales, funcionarios federales, militares coludidos y policías corruptos), hacen a los mexicanos víctimas del fuego cruzado –confirmado y documentado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Amnistía Internacional, Artículo 19 y otras organizaciones defensoras de los periodistas–, también a quienes, sin autocensura, siguen ejerciendo las libertades de prensa.
De entre estos periodistas y, particularmente, los reporteros, en los nueve años de la derecha-foxista-calderonista, suman ya 10 homicidios. Y no parece que el último sea el de Eliseo Barrón Hernández, del periódico La Opinión-Milenio, que circula en Durango, entidad donde Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, goza de total impunidad desde que Fox y su grupo lo dejaron escapar.
La raíz de esa secuela de homicidios, con todas las agravantes penales (y ahora frente a la ineficacia y casi protección de la Procuraduría General de República (PGR), con Medina Mora y sus buenos para nada: Juan de Dios Castro y Orellana Wiarco, quienes archivan todas las denuncias e investigaciones, suficientes para destituirlos y llevarlos a juicio político y penal), nació con el homicidio de Manuel Buendía, durante el sexenio de Miguel de la Madrid.
Desde entonces, los presidentes, con todo y la actual campaña contra las delincuencias de los cárteles, crearon las condiciones de la sangrienta inseguridad que priva por todo el territorio, que sólo tiene a reventar de capos las cárceles de donde se escapan, como si entraran y salieran de su casa.
Durante el funeral de Eliseo Barrón, aparecieron cinco mantas (informaron los reporteros Leopoldo Ramos y Saúl Maldonado, La Jornada, 28 de mayo de 2009) con amenazas a periodistas y militares que cumplen con su deber, firmadas por el Chapo.
El Partido Acción Nacional, Calderón y sus derechistas y Max Cortázar, con sus enriquecidos timbiriches que la hacen de directores de comunicación de las secretarías del despacho presidencial, que odian a los periodistas y las libertades de prensa, al igual que los narcotraficantes, están contentos de que se multipliquen los asesinatos de periodistas.
Además de negarles publicidad a los medios de comunicación que informan y critican verazmente, nada hacen ante los 10 homicidios que han ocurrido. Y como treta atraen los crímenes a la PGR para burlarse más de esos hechos.
El mismo día de los funerales de Eliseo Barrón, en Veracruz, donde Fidel Herrera desgobierna, fue secuestrado el reportero Fidel Pérez Sánchez, columnista también del periódico Notiver. Ya en Durango habían matado al reportero Carlos Ortega, sin que éste ni Eliseo Barrón (ni los demás en el resto del país) hayan sido siquiera objeto de la faramalla de una investigación.
Panismo y calderonismo pisotean la Constitución. En lo general no tienen capacidad para poner en vigor el artículo 29 y hacer frente a la “perturbación grave de la paz pública” por el narcotráfico y otras delincuencias; mientras, de facto, los militares suspenden garantías y derechos para que los mexicanos suframos un pregolpismo, que huele a reelección de facto del calderonismo, si, como van las cosas, se cancelan las elecciones presidenciales de 2012.
Deshacerse de los periodistas por la interpósita persona de los narcotraficantes es muy bien visto por el calderonismo y por un inquilino de Los Pinos de cuya boca, ni por equivocación para cubrir el expediente, ha salido una sola expresión condenatoria por los cinco reporteros asesinados durante sus tres nefastos años.
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