La economía global no supone, en primer lugar, la extensión de los valores e instituciones de Occidente al resto de la humanidad, sino que, prioritariamente, representa el atardecer de la era de la supremacía global occidental, lo cual no significa que este crepúsculo habrá de ser contemplado de buena gana y en paz por quienes gobiernan el mundo.
Las economías modernas de Europa, EE.UU. y Canadá no son modelos válidos para los nuevos tipos de capitalismo creados por los mercados globales. La mayor parte de los países que tratan de adaptar sus economías al modelo de los libres mercados anglosajones no conseguirán alcanzar una modernidad sostenible. Por ejemplo, Chile o Brasil, o Uruguay.
No hay perspectivas de que Gran Bretaña vuelva a una gestión económica keynesiana; tampoco de que EE.UU. recupere un New Deal rooseveltiano o de que algún país continental renueve los niveles de protección humana asociados con la democracia social europea.
La rueda capitalista sigue girando y nuevos países son arrastrados a crisis a duras penas manejables. Las dificultades que a estas horas experimentan los desdeñados PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España “Spain”) llevan en sí las señas de identidad de la precrisis que asoló al mundo hace poco. En esos cuatro países europeos el déficit fiscal, las empresas amenazadas de quiebra, los bancos que no pueden recuperar lo prestado y el desempleo en aumento vertiginoso, eran también los datos que mostraban los EE.UU, a comienzos del 2008.
La burbuja inmobiliaria en España acaba de explotar como lo hizo en el país del Norte. Miles de millones de euros fueron prestados y ahora no tienen retorno. Los consumidores no pagan porque no tienen cómo hacerlo y los prestamistas (bancos y empresas) se las ven negras. Se trata de la lógica del capital en acción: se inventan negocios que, a la postre, resultan un fiasco. Y ello no es casual. Se procede así porque la mentada lógica capitalista exige, año a año, balances positivos que superen a los del período anterior. Si ello no sucede, el giro económico, comercial y financiero se estanca y, con ello, aparece el fantasma de las bancarrotas en cadena. La tasa de ganancia, en el sistema capitalista, tiende a caer y hay que impedirlo a toda costa. Incluso inventando negocios virtuales que se traducen en asientos contables que parecen ganancias pero que, en realidad, constituyen una masa de papel moneda (llámese a este papel dólar o euro) que no tiene detrás sustento alguno en mercancías o productos tangibles. Así, llega la hora del “crac”.
Los sudacas y la crisis
Es posible que los mercados sociales europeos sean tan productivos como los libres mercados estadounidenses. Pero ello sería visible en el largo plazo. En el corto, y en el marco de las rivalidades de un libre mercado global, no pueden, sencillamente, ser competitivos a nivel de costos.
Las socialdemocracias europeas que imaginan que las economías sociales de mercado pueden reconciliarse con un libre mercado global no han entendido las nuevas circunstancias en las que se encuentran las sociedades industriales avanzadas. Serán transformadas o destruidas por la industrialización de Asia y por la entrada a los mercados mundiales de los países poscomunistas y, tal vez, de Brasil.
Las condiciones que confieren una ventaja estratégica al libre mercado con respecto a las economías sociales de mercado del período de posguerra son las de un libre comercio global desregulado en conjunción con una movilidad de capital global sin restricciones.
Se trata de una ventaja que opera como tal en lo inmediato. Pues, a largo plazo -lo acabamos de afirmar- aparecerán las crisis: el comercio desregulado y la “movilidad” del capital conducen al desastre.
Obama, en EE.UU. superó, por ahora, lo peor de la crisis inyectando dinero en el mercado. En menor escala, el Fondo del Bicentenario, aquí, significa inyectar dinero en el mercado no para superar una crisis que el gobierno argentino sorteó con éxito, sino para fortalecer el mercado interno y para desendeudar al país. Con ello, se crean condiciones para la inversión reproductiva, ya sea nacional o extranjera.
Claro que la particularidad del caso argentino es que los partidos que aplaudieron a Obama critican a Cristina Kirchner por hacer lo mismo. Si el presente y el futuro de un país pueden medirse por la calidad de su debate político, el panorama que ofrecen en la Argentina los radicales, los cívicos de Carrió, los socialistas y los “disidentes” del tipo Reutemann es, francamente preocupante.
Y volviendo a la economía global, nos parece vislumbrar que los países de nuestra región han sabido sortear los efectos del terremoto financiero debido al rol interventor del Estado en la economía. Más Estado en Brasil y Argentina ha significado que hoy el comercio entre ambos países vaya en aumento con tendencia a superarse. A su vez, la mayor distancia que ambas economías han puesto respecto del mercado financiero mundial ha rendido sus frutos. Los remezones en el centro del sistema llegan a nuestra periferia no como tsunamis sino como olas fuertes y encrespadas pero que se pueden “surfear”. El margen de maniobra con que cuenta Latinoamérica es estrecho en cuanto a participar del comercio mundial globalizado preservando la autonomía y la soberanía en las decisiones. En ese sentido, la reforma de la carta orgánica del Banco Central para convertirlo en un instrumento para el desarrollo y la industrialización y no en una caja que garantiza la seguridad y los negocios de los grandes bancos, va en el sentido correcto. Con todo, a la Argentina le falta un nuevo Banco Nacional de Desarrollo y a la región un Banco del Sur.
Capitalismo y ecosistema
Un caso particular, relacionado con lo que venimos apuntando, toca de cerca a la Argentina y al Uruguay. Si consideramos los costos medioambientales, podemos advertir que éstos o se “internalizan” con un régimen impositivo que obliga a reflejarlos en los costos de las empresas; o se “externalizan”, es decir, no se paga por el daño que el emprendimiento ocasione a la sociedad y/o a la naturaleza.
Si los costos medioambientales se internalizan, esas empresas estarán obligadas a competir en un mercado global con las empresas de otros países que no pagan esos costos medioambientales. De este modo, quedan en una desventaja notoria y letal.
El libre mercado global “externaliza” costos que los países ricos internalizan. En las economías sensibles a las cuestiones medioambientales (países ricos) las políticas impositivas y regulatorias se diseñan de tal manera que las empresas deben asumir los costos que sus actividades imponen a la sociedad y a la naturaleza. O sea, si la empresa daña el ambiente, paga. Y paga mucho. Los libres mercados globales imponen fuertes presiones sobre este tipo de políticas. Los bienes producidos por empresas responsables en cuestiones medioambientales son más caros que los bienes producidos por las empresas que tienen libertad para contaminar.
Si las sociedades avanzadas pueden proteger su medioambiente de esta manera (como Finlandia, por ejemplo), es, en parte, porque pueden exportar su contaminación trasladando la producción a países del tercer mundo en los que los estándares medioambientales son más flexibles. Los países avanzados pueden seguir limpios a expensas de otras partes del mundo que se vuelven más sucias.
Un estudio realizado en 1993 sobre diez mil compañías alemanas de tamaño medio descubrió que la tercera parte de ellas estaba planeando transferir parte de su producción a otras regiones el mundo, como por ejemplo, la Europa oriental poscomunista, donde los salarios eran más bajos y la legislación medioambiental más débil.
La actual crisis que protagonizan Argentina y Uruguay en torno de la construcción de la pastera Botnia (finlandesa) en la margen izquierda del río Uruguay, así como los acuerdos militares unilaterales que Paraguay ha realizado con los EE.UU. dan cuenta del objetivo geoestratégico de los EE.UU. en nuestra región: tornar inviable el Mercosur.
El tema geopolítico, empero, es más amplio. Y todo está relacionado. Otros componentes del escenario son las bases militares en Colombia, la IV Flota navegando las costas de Latinoamérica, el cerco a Venezuela y el fomento de la desestabilización del socialismo bolivariano; las rotas relaciones de EE.UU. con Bolivia y los intentos de desestabilizar al gobierno argentino (la oposición política; las patronales agropecuarias, la iglesia católica, los diarios Clarín y La Nación y remanentes ideológicos del terrorismo de Estado que conversan a escondidas con Duhalde constituyen, todos ellos, actores que juegan aquí en sintonía fina con Washington, aun cuando algunos de esos actores ni se lo imaginen).
En todo caso, se trata de temas para futuras notas.
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