En un contexto político mucho más complicado que el de la Cumbre de las Américas, celebrada en abril de 2009, donde el entonces recién estrenado presidente Barack Obama fue la “estrella” y brillaron los términos “entendimiento”, “asociación de igualdad” y “multilateralismo”, tuvo lugar el pasado febrero una gira de la señora Clinton por la región, sólo que en esta ocasión una palabra sintetizó el estado de ánimo de América Latina con respecto de Washington y Obama: decepción. Para contrarrestar este efecto, continuación de lo que los latinoamericanos consideran también como desinterés de la Casa Blanca hacia la región, la gira de la canciller Clinton se movió sobre tres ejes más o menos identificables: bilateral, regional y global.
En términos bilaterales, parece claro para Washington que hay que recomponer con diplomacia, presencia personal y relaciones públicas una imagen cuyo deterioro general se sintetiza –producto en parte de los medios y los voceros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba)–, en el celebrado, aunque todavía informal, arranque de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, sin Estados Unidos; aunque éste no sea el objetivo básico de la mencionada comunidad. Pero que la creación informal de dicha instancia molestó a Washington, lo dice el hecho de que el tema no fue tocado públicamente por la señora Clinton para felicitar, por lo menos, a sus poco antes contentos vecinos por sus avances integracionistas, y no precisamente por respeto a la soberanía de esos países, sino porque el asunto no fue claramente de su agrado.
Entrevistarse entonces con ocho o nueve mandatarios –y también con los que ganaron elecciones en Uruguay, Chile y Costa Rica– no fue trivialidad en términos de recuperar imagen, al margen de que con cada uno se tocaron temas muy difíciles, y con Brasil y Argentina, asuntos que superan, incluso, la perspectiva regional, como las buenas relaciones de Teherán con Brasilia y el diferendo por la Malvinas entre Buenos Aires y Londres.
Se puede afirmar entonces que, como visita de relaciones públicas y en el ánimo inmediato de parecer que se renueva el interés estadunidense por la región, la gira de la señora Clinton fue positiva a la vista de la opinión pública, al margen de que asuntos decisivos no pudieron arreglarse en los términos que la diplomática estadunidense hubiera querido, como convencer a Brasilia de apoyarla en la ofensiva internacional contra el gobierno de Ahmadinejad. Y también que la remisa gobernante argentina, Cristina Kirschner, aceptara el débil “argumento” de que Washington no tiene ninguna influencia sobre Londres, a efecto de que se preste a negociar su apetito colonialista en las Malvinas, y más conociéndose del apoyo estratégico que en 1982 brindó a Inglaterra en la breve guerra que se libró en las aguas del Atlántico. Por lo pronto, queda claro que los intereses globales de Washington no siempre coinciden con los regionales y bilaterales de sus vecinos latinoamericanos.
Pero el eje regional de la gira de la señora Clinton no sólo implicó contrarrestar los efectos políticos de la Cumbre de Río y lo que siguió a la misma en términos de unidad regional y optimismo integratorio, al perfilarse la mencionada Comunidad Latinoamericana. También implicó aprovechar para ahondar las diferencias que separan a las izquierdas lideradas por Lula Da Silva y Hugo Chávez, enfatizando expresamente los “errores” de este último y privilegiando los supuestos o reales aciertos políticos del mencionado Lula y la señora Bachelet. Desde este punto de vista, fue clara la prepotencia de la señora Clinton al señalar públicamente al gobernante venezolano, aprovechándose de la hospitalidad brasileña, “líneas” políticas que debe seguir el mismo mandatario de Brasil no para agradar y servir a su propio pueblo, sino a Washington.
La respuesta de Hugo Chávez confirma la ofensiva política internacional que, inclusive, ahora parece pasar por Madrid para desestabilizar al gobierno bolivariano y a la Alba. Como se recuerda, a principios de 2010, importantes voceros periodísticos de Washington “vaticinaron” que Chávez “podría caer” este año; pero la ofensiva también se sintió en la Habana, luego de la muerte por huelga de hambre del preso contrarrevolucionario Orlando Zapata, elevado a la categoría de “luchador libertario” por virtud de los medios de comunicación que obedecen a Washington. La muerte de Zapata embonó, así, con la ofensiva antizquierda “dura” seguida por la señora Clinton, convirtiendo su gira en una carambola de varias bandas.
Al margen, debe reconocerse que las autoridades cubanas parecen que minimizaron el estado de salud de Zapata, por lo que dieron armas políticas a Clinton para que su gira coincidiera de alguna forma con este problema. Y en el mismo tenor regional, si bien la participación de Estados Unidos en el rescate de Haití se analizó como un retorno a su protagonismo. El hecho no dejó satisfecha a toda la opinión pública porque significó una presencia militar desproporcionada para un rescate que requería más médicos e ingenieros, que fusileros paracaidistas: con toda lógica, el asunto se interpretó, por muchos analistas, como una presencia en un enclave caribeño que muchos asocian con una planeación estratégica de largo plazo contra Caracas. Estrictamente, la devastación y el nivel de la catástrofe, sin parangón ni en ése ni en otro país latinoamericano, ayudaron a los estadunidenses a que su participación pareciera vital, por encima inclusive del respeto a la soberanía haitiana. Se sabe sobre este tema que tampoco dejó muy satisfecho a Brasil, que lidera las fuerzas militares de la Organización de las Naciones Unidas en Haití, con lo cual las diferencias del principal país suramericano con Washington parecen no tener fin.
Y la rara hazaña “rescatadora” estadunidense de Haití fue la segunda parte de un rescate, a contrapelo de la opinión pública latinoamericana, representado por el intento de lavar la cara al nuevo régimen de Porfirio Lobo en Honduras. De eso se trató, entre otras cosas, el llamado a los presidentes centroamericanos para reunirse en Guatemala a principios de marzo, sin aparentemente consensuar si estaban dispuestos a dar a Lobo un tratamiento similar al de los otros presidentes.
En efecto, la Unión Europea estaba dando por esos días el tratamiento de “mandatario legítimo” a Lobo, en una reunión de Centroamérica con aquella organización donde se tomó el fácil expediente de legitimar al hondureño, señalando que no era conveniente su exclusión permanente de ese foro. La sospechosa coincidencia de la Unión Europea con Washington y con la gira de Clinton era más que evidente, por lo que Nicaragua se abstuvo, con razón, de la cita guatemalteca.
Casualmente, pasados unos días después de esta reunión en Guatemala, la señora Clinton solicita públicamente a los países del hemisferio readmitir a Porfirio Lobo en los organismos regionales interamericanos, reiterando que su gobierno considera legítimas las elecciones donde Lobo fue elegido. Por lo pronto, en Guatemala, una parte del camino legitimador de Lobo ya fue planchado.
En Guatemala, la señora Clinton anunció también el aumento de apoyos para la lucha contra el narcotráfico, el crimen organizado, las pandillas y, en último lugar, la pobreza, a través de la Iniciativa de Seguridad Regional Centroamericana, que funciona mano a mano con el Plan Mérida. Obviamente, Centroamérica es el eslabón latinoamericano más débil y susceptible al involucramiento y la presión de Estados Unidos, tal como quedó demostrado tras su “quirúrgico” apoyo a los golpistas que expulsaron a Zelaya en junio de 2009.
Pero del tema de los migrantes centroamericanos que esperan una reforma del Congreso estadunidense, y es el principal déficit de Washington con esos países, lamentablemente sólo volvieron a escucharse promesas. También este tema es parte de la decepción latinoamericana, pues, coincidentemente, los países con la izquierda más “dura” son los más “exportadores” de ciudadanos: Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador y México, aunque en este último país, esa izquierda no está en el poder.
Por último, aunque no al último, la gira de Clinton contiene otro elemento estratégico-global que ella no reconocería en público: contrarrestar los efectos políticos de la reciente gira, a inicios de febrero, de un peso pesado de la política internacional: el canciller ruso Sergei Lavrov, por el Caribe y Centroamérica. Se trata de hacer sentir a los amigos, y a los posibles rivales de Washington en la región, que la que parece ausencia o descuido de “su traspatio” puede no serlo tanto y que nadie puede ni debe confiarse en ganar espacios a su costa, más si se trata de potencias extrarregionales de las que, con toda claridad, la Casa Blanca desconfía. Aunque ésta puede parecer una reedición ridícula de la ya histórica Doctrina Monroe (América para los “estadunidenses”), hay que ver cuáles son los países de los que en verdad Estados Unidos desconfía a nivel global, más allá de que mantenga relaciones diplomáticas con los mismos.
Puede observarse que la geopolítica no es una doctrina olvidada por el Pentágono ni por sus estrategas de política exterior, más ahora que la unipolaridad y el unilateralismo están siendo puestos en cuestión en muchas partes del mundo, incluida la propia América Latina.
En síntesis, la gira de la señora Clinton por la región fue de amplia ambición, considerando las dificultades políticas y de imagen que su país enfrenta con los tres actores de más peso en América Latina: Brasil, Venezuela y Argentina. Sin embargo, los resultados no se concilian con la mencionada ambición, pues es un hecho que los obstáculos a las buenas relaciones no se corrigen con una visita, aunque es cierto que acercan a las partes y en algo mejoran la imagen. Sin embargo, las diferencias con Brasil son de todo tipo y el objetivo anti Irán no funcionó. Y con Argentina, apenas la relación sirvió para mejorar el pésimo evento de la visita de hace unos meses del subsecretario Arturo Valenzuela. Y Venezuela, quien siempre vio con sospecha la presencia de Clinton, confirmó que la secretaria no traía una agenda renovada y sí la vieja costumbre de querer imponer la visión de Washington a los gobiernos latinoamericanos.
En conclusión, parece que Washington necesita hacer algo más que relaciones públicas si quiere que en verdad su imagen sea creíble en esta región latinoamericana.
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