Según el analista de temas internacionales de la revista mexicana Proceso, Juan Balboa, quien tuvo la oportunidad de consultar a numerosos funcionarios y diplomáticos en La Habana, desde octubre de 2009 el canciller español José Ángel Moratinos y el presidente cubano Raúl Castro venían “cocinando” un acuerdo para liberar a los presos debidamente juzgados y procesados en 2003 por actos instigados desde la Oficina de Intereses de Estados Unidos en la Habana. Si esto es así, la huelga de hambre de Orlando Zapata para protestar por las condiciones de sus compañeros, y que lo mató el 23 de febrero de 2010, se inició a finales de noviembre de 2009, pero sin que él supiera del acuerdo que se estaba “cocinando” en la cúpula de su país. Sin embargo, su muerte, y el inicio inmediato de la huelga de hambre de Guillermo Fariñas, descarrilaron el proceso negociador arriba mencionado, provocando, primero, las condenas venidas de la Unión Europea y Estados Unidos, acelerando seguidamente el proceso de liberación de los presos políticos reconocidos por el gobierno cubano.
De cualquier forma, sin obviar la circunstancia de que los medios internacionales jugaron su sistemático papel de chantaje contra Cuba en este asunto, ni siquiera quienes simpatizan con este país y su difícil camino revolucionario podrían ocultar que los casos Zapata y Fariñas constituyen uno de los golpes políticos más fuertes que se hayan asestado contra el gobierno cubano en los últimos años. Por ejemplo, los contrarrevolucionarios financiados por Washington, así como sus organismos abiertos o encubiertos, se caracterizan por su actuar mercenario y cobarde, pues al operar por dinero, queda claro que carecen de verdadera convicción ideológica. Pero esa misma cobardía no se puede aplicar al fallecido Zapata o al huelguista de hambre “profesional” Guillermo Fariñas, se esté o no de acuerdo con los mismos, ya que el primero ofrendó su vida y el segundo estuvo a punto de morir para defender sus puntos de vista: nadie se suicida por una causa política si no tiene una fuerte convicción por la misma. Así, difícilmente se podría acusar a Zapata y Fariñas de ser “agentes de Washington” en el sentido estricto, aún si hubiesen recibido en el pasado algún apoyo directo o indirecto de aquel país. Así, hubieran querido o no, ambos huelguistas fueron y son objeto de manipulación política y mediática, y es muy probable que una hipotética muerte de Fariñas habría servido para que los duros del Departamento de Estado que rodean a la señora Clinton se frotaran las manos ante lo que habría sido otro severo golpe político a los hermanos Castro y, desde luego, pretexto para continuar la línea dura contra ellos. La misma posición habría adoptado la mafia de Miami, cuyo lucrativo “negocio” es la lucha contra el gobierno y la Revolución Cubana.
El asunto es que este problema interno de Cuba encontró una sobreexposición mediática internacional sólo comparada con el caso Mariel o el niño Elián, y si bien es un golpe al gobierno cubano, su efectividad política ya la hubiera querido para sí la cada vez más escasa, aunque escandalosa, contrarrevolución de Miami. Sea lo que sea, esa contrarrevolución ya encontró una mina para explotar en su lucha de “guerra fría” contra el régimen cubano, a menos que éste actúe con habilidad para hacer parecer las liberaciones de presos como un hecho razonablemente exitoso de derechos humanos, visto que aquellos fueron, en su momento, financiados e instigados por la Oficina de Intereses de Estados Unidos en Cuba y sentenciados por lo mismo.
Queda, por lo pronto, para los Castro, realizar un inventario de daños y analizar qué tan duro ha sido el golpe como para afectar la estabilidad del sistema, lo que mucho quisieran los sectores duros del gobierno estadunidense. Sin embargo, es claro que en esta ocasión los contrarrevolucionarios de Miami estuvieron marginados de la solución del caso Fariñas, pues quienes se llevaron los aplausos fueron la iglesia católica, el gobierno de España, las “damas de blanco” y, así sea mínimamente, el propio gobierno cubano. En síntesis, se ha producido una solución nacional a este asunto, pues en Cuba nadie desea que le impongan soluciones foráneas y, si alguna instancia internacional ha de participar –por ejemplo España–, no ha de ser por la vía del chantaje, sino por la de la negociación.
Desde luego, no parece que este asunto vaya a detonar una rebelión o desestabilización en Cuba, pues está más o menos demostrado que los opositores internos no cuentan con suficientes aliados en su propio país, aunque sí con simpatías internacionales con intereses muy particulares, que no son necesariamente los del pueblo cubano.
Así, son relativas algunas afirmaciones en el sentido de que el proceso de liberación de presos políticos es un “golpe mediático propiciado por los hermanos Castro” para liberar un poco la presión internacional, el de las “damas de blanco” y la huelga de Fariñas, por más que el régimen haya iniciado pláticas con la iglesia católica, antes incluso de que arrancara la primera huelga del lamentablemente fallecido Zapata. Y aunque es cierto que con esta liberación de presos casi desaparece el problema causado al régimen por la huelga de Fariñas, también es indudable que la presión de la misma y la alharaca interesada de los medios han jugado muy fuerte para dichas liberaciones. No fue entonces algo del agrado del gobierno cubano la presión de que fue objeto, porque el problema estuvo a punto de salirse de su control.
De cualquier manera, los enemigos de La Habana en Estados Unidos tendrán dificultad para continuar con sus argumentos acerca de la “dureza” del régimen cubano, ya que la liberación de presos políticos es un argumento que Washington venía solicitando, por lo que difícilmente lo podrán rebatir: ya no está Fidel al frente del país y los presos comienzan a ser liberados, entonces Estados Unidos deberá dar pasos creíbles para distender su confrontación con la isla y no podrá ya exigir, por enésima ocasión, que Cuba “se abra a la negociación” o “muestre buena voluntad”; situaciones que Cuba ha cumplido con largueza, ahora y en el pasado, sin obtener reciprocidad. Por cierto, la primera reciprocidad que cabría de Washington sería liberar a los cinco presos cubanos acusados de “espionaje” y sentenciados a centenares de años (un San Salvador Atenco internacional).
La pelota está ahora en el campo de Estados Unidos y obviamente en el de la Unión Europea, que Cuba espera juegue su papel, catalizada por una España que ha ayudado bastante en este asunto a las partes antes encontradas.
Así, Cuba ha dado ya un paso importante, al que sin duda seguirán otros, pues aún quedan presos por liberar, por lo que es legítimo presionar a la Casa Blanca para que libere a su vez a los cinco presos cubanos. También si busca, legítimamente, mejorar las relaciones con el gobierno Obama y que ya no se prohíban los viajes de estadunidenses a Cuba. Por ahora, la mejora de las relaciones Washington-La Habana, no obstante las promesas iniciales de Barack Obama, se ven enturbiadas por un Departamento de Estado que opera más con criterios de Ministerio de Seguridad que de cancillería, y que parece funcionar con el piloto automático de un bloqueo económico anticuado, remanente de la Guerra Fría; criterio que, por cierto, no se utiliza contra China, que también es dirigida por un partido “comunista”.
Y lo mismo puede decirse para el caso de la Unión Europea, de la que Raúl Castro busca neutralizar la “posición común ante Cuba”, que supedita el diálogo con la Habana a los avances en materia de derechos humanos y democracia. De cualquier manera, se trata de una patética posición de la Unión Europea, a la cola de la política de Washington y que, con toda razón, Moratinos trata de derrumbar; buscando además para Madrid un lugar protagónico que los Castro están dispuestos a otorgarle en el futuro de Cuba, sitio que, por cierto, México bien podía haber ocupado, pero lo perdió por su alineamiento a Washington.
Y en el caso de América Latina puede observarse también que, en este asunto, esos gobiernos no operaron en contra del cubano, excepto el chileno del derechista Carlos Piñera, quien fue impulsado en su ascenso político por sus amigos pinochetistas, pero eso sí, sin trabar los exitosos negocios que hizo a la sombra de los últimos gobiernos socialistas de su país.
Y también para operar contra este apoyo y simpatía que Cuba ha venido recibiendo de la región en los últimos años, fue el montaje mediático que Washington ha venido sosteniendo para condenar a La Habana, con muy escasos resultados ante el grueso de la región latinoamericana, quien la ha acogido calurosamente en el Grupo de Río, en la aún informal Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe y hasta en la propia Organización de Estados Americanos, aunque Cuba se haya rehusado a regresar a la misma.
Tampoco escapa al análisis la aparición casi simultánea de Fidel Castro durante el clímax de estos hechos, y más la exasperación que representa para algunos el que no haya dedicado sus habituales comentarios a los mismos. Esto tiene una lectura: no dar al evento el nivel protagónico que los medios internacionales sí dieron al mismo para utilizarlo contra Cuba. En tanto, Fidel se dedica a alertar, con su precisión característica, el peligro en que Obama y Netanyahu ponen al mundo en el Medio Oriente con sus acechanzas al gobierno de Irán por el tema nuclear, mientras “olvidan” el pequeño detalle de que Israel posee más 300 armas atómicas, en manos de un gobierno de belicosos irresponsables que se creen “iluminados por dios”.
En conclusión, en este tema de los presos liberados por Cuba, si bien hay que reconocer cierto éxito al peso de la lucha de los opositores internos, hay que diferenciarla del sobredimensionamiento y de la alharaca de los medios subordinados a Estados Unidos, que son la continuación del bloqueo económico por otros medios.
Asimismo, todo esto cabe en el contexto de la lucha que Washington no cesa contra La Habana, no obstante que los adeptos anticubanos son cada vez menos, aunque aún controlan algunas posiciones importantes en el Congreso. Sin embargo, el gesto cubano de liberar poco a poco a 52 presos, que estuvieron muy lejos de las condiciones subsistentes en Guantánamo, obliga a la Casa Blanca y a otros actores internacionales a cesar ya su lucha vengativa contra un país que no se doblega, mantiene su independencia y por ello es todavía un ejemplo que Washington busca doblegar, aunque esto sea el verdadero test de unas relaciones con América Latina que Barack Obama se comprometió a “mejorar”.
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