Desde hace más de seis meses, una ciudad es asediada por paramilitares en Oaxaca: San Juan Copala. Las indiscriminadas ráfagas de AK-47 contra el principal centro político y ceremonial de la cultura triqui se mantienen a todas horas. Las emboscadas contra los pobladores que se atreven a salir de sus casas suceden casi a diario. Más de 30 muertos y centenas de heridos ha dejado el sitio a una población que resiste una guerra. La orden de los grupos armados es no dejar salir ni entrar a nadie: que los triquis que optaron por la autonomía se rindan por balas y por ausencia de alimentos y medicinas. Antes de la llegada de los paramilitares, el Ejército y las policías abandonaron sus cuarteles
San Juan Copala, Oaxaca. Calles desoladas donde deambulan pollos y perros famélicos; ventanas reventadas por las balas; paredes y techos descarapelados por los impactos de fusiles de asalto AK-47, R-15 y M-16 es el panorama de un amanecer en esta cabecera de la “nación triqui”, cuyos pobladores, apoyados por los de 10 comunidades más, instauraron como Municipio Autónomo el 20 de enero de 2007.
No hay calle que no se encuentre a tiro de los paramilitares, apostados en los cerros circundantes y, principalmente, en el barrio vecino de La Sabana y en los cuarteles del Ejército y de las policías municipal y estatal, abandonados desde el año pasado por las “fuerzas del orden”. Las balaceras a las que está sometida una población de más de 700 habitantes (y que antes de que iniciaran los ataques era de más de 1 mil 200) nunca terminan. Día, tarde y noche, los grupos armados disparan contra el edificio de la presidencia municipal, donde se encuentran el presidente autónomo entrante, Jesús Martínez Flores, y el saliente, José Ramírez, con una secretaria y un par de ayudantes.
Los disparos también se dirigen contra la iglesia, las escuelas, las casas habitación y contra la oficina de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, dependencia federal abandonada por el grupo de funcionarios que encabezaba el ingeniero Anastasio Villarreal Díaz, apenas iniciado el asedio paramilitar. Sin buscar demasiado, en cada calle se pueden observar decenas de cartuchos percutidos.
Todo hombre que sale de su casa es objetivo de los grupos armados de la Unidad para el Bienestar de la Región Triqui (Ubisort) y, aseguran los habitantes de Copala, de los del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT), provenientes de la también vecina comunidad El Rastrojo.
Puertas cerradas, ventanas clausuradas, polvo acumulado en las calles que nadie barre y por donde nadie camina. Y los ojos asombrados de quienes por alguna rendija se asoman para observar a una abuela osada que recorre la calle principal de esta población: Lázaro Cárdenas.
El 28 de noviembre pasado comenzó el asedio de la Ubisort, afiliada al Partido Revolucionario Institucional (PRI), organización que encabeza Rufino Juárez Hernández, discípulo del actual secretario de Gobierno de Ulises Ruiz, Evencio Nicolás Martínez. Las acciones armadas del grupo estarían a cargo de Antonio Cruz García, Toño Pájaro, y Anastasio Juárez Hernández, hermano de Rufino, acusan los pobladores de Copala.
Las descargas siguen inquietando a hombres y mujeres. Los sobresaltos son comunes en estas familias que escuchan las detonaciones y los impactos en las paredes o en los techos de sus casas. El derroche de recursos de los grupos armados es incalculable: las balaceras son permanentes y cada descarga, de 25 balas, de AK-47, cuesta alrededor de 1 mil pesos.
Desde hace seis meses, los paramilitares cortaron los cables de la energía eléctrica, los de las líneas telefónicas y los ductos del agua potable. Los niños, a oscuras, silentes y temerosos se van a la cama o al petate después de haber rezado en sus casas a Tatachú, un Cristo sangrante, santo patrono del pueblo. En ellos recaen muchas de las actividades que normalmente harían sus padres: salir a buscar alimento, acarrear cubetas con agua del río, enviar recados y caminar presurosos por las calles más peligrosas, las de la plaza principal.
—Sí me da miedo; pero yo no me voy a ir de aquí, porque éste es mi pueblo -dice, sin titubeos, Leticia Velasco Aguilera.
Huipil a las pantorrillas, descalza y cabello recogido, la niña concluye: “Hay fuerza”.
Su dieta, como la de todas las familias simpatizantes del Municipio Autónomo, se reduce desde hace seis meses a tortillas tostadas de maíz, salsa de chile con agua y, a veces, frijoles.
Por algunas horas al día, los paramilitares permiten a las mujeres caminar ciertas calles. Aun así, los disparos se siguen escuchando. Si algún hombre se aventura a salir, debe cuidarse de los cuatro puntos cardinales, correr agachado cada que atraviesa una calle, buscar callejones y recodos en las paredes: está siendo cazado.
El párroco Rogelio Barragán, los médicos y casi todos los maestros abandonaron iglesia, centro de salud, dispensario y escuelas. La única institución educativa que se mantiene en funciones es la escuela albergue a cargo de la congregación de monjas diocesanas, cuya sede se encuentra en la ciudad de Huajuapan de León. Desde hace seis meses, los 55 niños, de entre seis y 16 años, no han podido salir ni ser visitados por sus padres. Las monjas se encargan de la manutención.
Se trata de entre ocho y 10 religiosas, cuya encargada es la madre María del Carmen Lucero Rosario. Son las únicas personas que pueden ingresar y dejar San Juan Copala en automóvil. Los lugareños consideran que ellas se convertirán en blanco de los paramilitares si entablan algún tipo de comunicación con los simpatizantes del Municipio Autónomo. Por eso, las religiosas no se relacionan con nadie.
Los demás niños de la comunidad no asisten a la escuela. Se trata de 150 alumnos de primaria y 110 de secundaria.
—Aquí lo único que se puede hacer ahora es sacar tu cara por la ventana, regresar al cuarto y volver a sacar tu cara por la ventana –dice el profesor Gregorio Chávez Jiménez, responsable de la Escuela Albergue de San Juan Copala.
Desde una casa permanentemente asediada por francotiradores, Julián González Domínguez, suplente del presidente municipal autónomo, explica que el objetivo de los grupos armados es que se retiren todas las personas de esta comunidad y se queden únicamente los priistas que, además, son minoría.
—Y cómo van a dejar las mujeres y las familias sus casas, su mercado, su plaza.
A decir del líder triqui, de 52 años de edad, la Ubisort y el MULT cuentan con el apoyo del gobierno estatal de Ulises Ruiz.
—El gobierno está con ellos. Cómo que tenemos tantos meses así y nadie de la policía viene. Ya vieron que no hay luz ni agua y que están balaceando todo el tiempo. Nadie sale. Pero gobierno no hace nada. Y de dónde sacan ellos armas y balas.
Desde finales de la década de 1990, las comunidades de Yosoyuxi y San Juan Copala encabezaron un movimiento crítico al interior del MULT, que culminó en 2006 con la fundación del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui-Independiente (MULTI). La nueva organización impulsó la creación del “Municipio Autónomo”, que cautivó a integrantes del propio MULT, pero también de la Ubisort. Comunidades enteras abandonaron sus antiguas organizaciones y se afiliaron al proyecto autonómico.
“El discurso ideológico sí existe; pero está subordinado a los clanes. Si un padre de familia acuerda integrase a una organización, lo hace con las familias de sus hijos; e, incluso de sus hermanos. Por eso, poblaciones enteras se adhieren a uno u otro movimiento”, explica Francisco López Bárcenas, abogado, maestro en desarrollo rural y autor del libro San Juan Copala: dominación política y resistencia popular.
Timoteo Alejandro, considerado el “líder natural” del MULTI y, desde Yosoyuxi, principal sostén del Municipio Autónomo fuera de la cabecera de San Juan Copala, explica que las diferencias con el MULT comenzaron cuando las comunidades pidieron cuentas de la utilización de los recursos de los ramos 28 y 33 del Presupuesto de Egresos de la Federación a los líderes Heriberto Pazos Ortiz y Rufino Merino Salazar.
—Cuando estábamos con ellos, nunca supimos nada de ese dinero. Y ni obras ni nada se hacían aquí. Hasta la fecha, las comunidades del MULT siguen sin nada; son las más pobres. Y mientras, los líderes son ricos y ni viven en la región triqui; viven en residencias de lujo en Oaxaca.
De 44 años, complexión delgada, mirada taciturna, huaraches y camisa remangada, don Timo, como le dicen sus paisanos, muestra con orgullo las dos canchas de basquetbol, los 500 metros de cemento del camino principal y las obras en construcción: una bodega y una nueva aula para la escuela. Dice que Yosoyuxi recibe ahora anualmente 80 mil pesos del ramo 28 y 2 millones del ramo 33.
Durante casi dos años, el Municipio Autónomo vivió en paz. El conflicto inició cuando la Ubisort logró reactivar sus grupos armados. Para ello, habría regresado de Estados Unidos Toño Pájaro, a quienes los habitantes de San Juan Copala señalan como quien se encarga de reclutar y entrenar paramilitares. El 28 de noviembre de 2009 se le impidió el paso a una caravana de campesinos del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, de San Salvador Atenco, que iba a solidarizarse con las autoridades del Municipio Autónomo. Los habitantes de La Sabana bloquearon la carretera mientras un grupo armado desataba una balacera en el centro de Copala.
El 8 de diciembre, una columna armada de la Ubisort tomó el Palacio Municipal. Declaró que no había Municipio Autónomo, sino “agencia municipal” y colocó en el puesto a Anastasio Juárez Hernández. El 10 de marzo de 2010, los simpatizantes de la autonomía retomaron el palacio mediante una concentración masiva de mujeres y niños, según el vocero del Municipio Autónomo Jorge Albino.
Rosa Martínez, de alrededor de 70 años, estuvo ahí. Recibió un balazo de AK-47 que le atravesó el pie derecho. Nunca pudo reponerse del todo y camina con dificultad. La herida aún no cicatriza.
—Llegamos mujeres y niños porque habíamos hecho asamblea. Entramos y los sacamos; pero uno disparó –dice, evasiva. No quiere recordar el hecho.
La mayoría de los hombres involucrados en la organización del Municipio Autónomo ha sido emboscada. Algunos han resultado heridos; otros, muertos y otros han perdido a un hermano, un hijo, una pareja. No hay uno solo que no haya sido afectado por un grupo paramilitar.
De 25 años de edad y bigote ralo, Albino muestra las cicatrices de una emboscada: siete balas de fusil de asalto automático AK-47 que se impactaron contra su cuerpo. Una de ellas permanece muy cerca de su columna vertebral. La emboscada ocurrió el 11 de mayo de 2006, en los albores de la constitución del Municipio Autónomo y cuando el iniciado activista contaba con 21 años de edad. Venía de la ciudad de Juxtlahuaca cuando fue emboscada la camioneta en que viajaba junto con otras dos personas: Adrián y Francisco Bautista. Adrián murió; Francisco salió ileso.
A decir de los simpatizantes de la autonomía, los sicarios buscaban a Timoteo Alejandro Ramírez, responsable de la comunidad de Yosoyuxi ante el Municipio Autónomo, o “líder natural”, como le llaman en esa localidad. No lo encontraron; pero un par de meses después le hicieron una herida que aún le hace derramar lágrimas: su hijo primogénito, de 19 años, también nombrado Timoteo Alejandro, fue muerto en una emboscada en el paraje Cieneguilla, cerca de Copala. “Por eso debemos tener muchos hijos; si nos matan a unos, no nos quedamos sin nada”, comenta.
En noviembre de 2009, Gregorio Chávez, de 23 años, hijo de Gregorio Chávez Jiménez, responsable de la Escuela Albergue de San Juan Copala, fue baleado en el centro de esa población. “Qué bueno que (las emboscadas) fueran (con armas) de (calibre) 22; pero usan puro R-15 y cuerno de chivo”, dice el padre de una familia de 11 hijos. “Dos días que tuve a mi hijo en el hospital me costaron más de 20 mil pesos”, agrega.
Jorge Albino insiste en que los ataques no sólo provienen de grupos armados de la Ubisort, sino también del MULT.
—De hecho, ellos son más peligrosos porque saben hacer política. Si no estamos de acuerdo con ellos, ni nos amenazan; sólo nos emboscan y nos matan. Y hasta tienen discurso de izquierda y son adherentes a La Otra Campaña (como también lo es el MULTI).
La principal preocupación de la abuela Macaria Merino Martínez, de 80 años de edad, es que muera sin que haya quien la sepulte y le rece. Está sola en ésta, su comunidad de San Juan Copala, o, como ella le dice, Chuma’a, el pueblo de todos los triquis.
—No tengo hambre; pero me trago la tortilla a fuerzas; no hay dinero para velas ni flores, ni caja de muerto… Y quién me va a llevar al panteón. No me puedo morir ahorita.
Cabeza blanca, huipil con listones a la espalda y sandalias negras, termina por compadecerse de Tatachú, el protector de los triquis.
—Los santos también tienen hambre, pues no hay quien les ponga veladora ni les lleve flores. Ellos se alimentan de eso. Tatachú también está sufriendo como triqui. Cuánto tendrá que pagar la Ubisort por eso…
El profesor jubilado Miguel Ángel Velasco, indígena triqui de 52 años de edad y originario de esta población, va de la tensión a la tristeza y luego a la determinación: “Voy a resistir; mejor me muero en la puerta de mi casa que fuera de mi pueblo”.
Desde que inició el sitio de San Juan Copala, todo ingreso o salida se realiza por el monte de esta Sierra Triqui. Selváticos, con platanares y enredaderas en las partes bajas, en las altas los cerros se convierten en fríos bosques de ocotes y encinos. Cañadas y laderas donde continuamente se realizan emboscadas son atravesadas en completa oscuridad por hombres y mujeres, que lo mismo huyen de esta población o resisten el asedio.
Una vez que se ha salido o ingresado de San Juan Copala, las descargas de los francotiradores arrecian en todas direcciones, principalmente hacia donde se escucha ladrar a los perros. Los paramilitares no escatiman balas.
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