Secuestrado, torturado y acribillado, así murió Adolfo Sánchez Guzmán, el joven corresponsal de Televisa en la zona centro de Veracruz. Después de su muerte, fue vilipendiado por su medio de comunicación y por las autoridades: en cuanto el caso dejó de publicarse en la prensa, liberaron a los supuestos autores intelectuales
Nogales, Veracruz. “Adolfo Sánchez Guzmán fue un joven periodista con una meteórica carrera que lo colocó como corresponsal de la televisora más importante del país. En diciembre de 2006 murió en un accidente automovilístico y la cadena de televisión pagó con honores su dedicación y rindió culto a su memoria”. Ésa es la idea que Adylen Sánchez guarda de la vida y muerte de su padre, la versión que le construyeron los tíos y abuelos, verdades a medias para mitigar las llagas en su pequeño corazón herido.
Así que la tarde en que la dulce Adylen, envuelta en su uniforme de colegiala, sorprende a los reporteros en la sala de la casa charlando con su tío Alfredo, la abuela Juana y la bisabuela Teresa, rápidamente son ocultadas grabadoras y cámaras y de súbito se cambia la conversación.
Naturalmente le inquieta la presencia de extraños: los mira con duda y un gesto de recelo, preguntándose quizá por qué observan con tal atención el collage que devela la corta línea de la vida de su padre –desde su nacimiento hasta la graduación–, en un conjunto de fotografías bañadas con acrílico. Pero Adylen no pide ni da explicaciones, sólo mira y calla, con un temple poco usual para sus 12 años, el mismo que demostró el día en que con una seriedad absoluta le preguntó a su tío Alfredo “¿qué se siente tener un balazo en la cabeza?”; a él en cambio se le heló la sangre. A medida que se acerca a la adolescencia, las mentiras piadosas para Adylen parecen perder sentido.
El 30 de noviembre de 2006, Adolfo Sánchez Guzmán, joven periodista de 31 años de edad, corresponsal de Televisa en la región centro de Veracruz (cubría los municipios de Orizaba, Córdoba, Río Blanco, Nogales y Ciudad Mendoza), reportero de Xhora Stereo y colaborador de las páginas de internet www.enlaceveracruz212.com.mx y Orizaba en Vivo, fue encontrado muerto en los márgenes del Río Blanco, en el municipio de Nogales. Su cadáver yacía boca abajo vestido de jeans color azul, playera roja, cinturón negro, zapatos cafés y calcetas blancas; tenía la mano izquierda extendida, el brazo derecho doblado y la mano en la frente. Huellas de tortura y dos balazos, uno de ellos en la cabeza.
A 100 metros yacía otro cuerpo: robusto, vestido también con jeans de mezclilla, playera azul a cuadros, zapatos negros; hematomas y sangre en el rostro, identificado posteriormente César Martínez López, alias el Pollo, la última persona con quien se le vió a Adolfo antes de su desaparición. El dictamen forense indica que, cuando su cuerpo fue encontrado, Adolfo tenía entre 15 y 18 horas sin vida, es decir, que permaneció más de 30 horas en poder de sus captores, a merced de sus torturas físicas.
El impetuoso reportero investigaba a las bandas dedicadas a los robos de camiones de carga y tráileres en la región de Córdoba y Orizaba, áreas clave para el trasiego de mercancías entre el sureste, el Golfo y la zona centro del país; ruta de traslado para todo tipo de mercancías, y particularmente, para el transporte de diésel, gasolina y combustóleo extraídos de manera legal, y, también, los ordeñados ilegalmente a los ductos de Petróleos Mexicanos. Desde hace años, dicha zona se convirtió en un punto de asaltos frecuentes a cualquier hora del día a manos de la delincuencia organizada, la que durante meses Adolfo tuvo en la mira de sus indagatorias periodísticas.
Horas de angustia
Antes de las siete de la mañana, ya estaba de pie. La mañana del martes 28 de noviembre, Adolfo siguió la misma rutina al igual que todos los días desde que su hija Adylen ingresó a la escuela primaria. Como padre soltero, se repartía su tiempo entre el reporteo diario y el cuidado de la niña. Hacia la una de la tarde estaba de regreso por la chiquilla y juntos recogieron a la abuela Juanita en la escuela donde daba clases. Comieron juntos. Adolfo salió a las 17:30 horas. Ni su mamá ni Adylen volverían a verlo.
El 29 de noviembre, su padre, Adolfo Sánchez Hernández, denunció ante las autoridades judiciales la desaparición de su hijo Adolfo. Hacía una semana que en el puerto habían asesinado al periodista Roberto Marcos García (Contralínea 180), de manera que el que Adolfo no llegara a casa en toda la noche y tampoco contestara su celular alarmó a sus padres. La desaparición fue ampliamente difundida por medios de comunicación y organizaciones de defensa de periodistas nacionales e internacionales.
Desde su sede en Francia, la organización Reporteros Sin Fronteras lanzó una alerta donde subrayaba su “alarma” por el tercer comunicador desaparecido en México en 2006, año en que, según Reporteros Sin Fronteras, el país se convirtió en el más peligroso del mundo para ejercer el periodismo. Los dos periodistas desaparecidos eran Rafael Ortiz Martínez, del diario Zócalo de Monclova, el 8 de julio de 2006, y Guevara Guevara Domínguez, editor del semanario Siglo 21, con sede en Oxnar, California, Estados Unidos, el 8 de octubre de 2006, entre Durango y Chihuahua.
A propósito del negro panorama que enfrentaba la prensa en México, Reporteros Sin Fronteras envió una carta al presidente Felipe Calderón, recién llegado a Los Pinos, en la cual le advertía que su mandato “se inicia con un balance de la libertad de prensa nunca igualado en un país del continente latinoamericano, aparte de Colombia que está en guerra. Aunque todavía no está comprobado que la desaparición de Adolfo Sánchez Guzmán esté relacionada con sus actividades periodísticas, su familia teme que haya sido víctima del crimen organizado, que acostumbra a secuestrar. Ahora más que nunca, la defensa de la libertad de prensa pasa por la lucha contra la criminalidad organizada.
Desde que su padre denunció la desaparición, se subrayó la profesión de Adolfo, sin embargo, la Fiscalía Especial de Delitos contra Periodistas de la Procuraduría General de la República no hizo gestión alguna para su localización, ni lo haría posteriormente en las indagatorias judiciales, pese a los señalamientos de organizaciones internacionales de defensa de periodistas que conminaban al gobierno a actuar de manera pronta para salvaguardar la integridad de los periodistas y, con ello, la libertad de expresión.
A propósito del caso de Adolfo Sánchez Guzmán, Gonzalo Marroquín, presidente de la Comisión de Libertad de Prensa e Información de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), expresó la preocupación de la SIP de que “en México los periodistas estén a merced de la violencia que despliega el crimen organizado y cuya impunidad aumenta los niveles de autocensura de los medios en detrimento del público a la información”. Agregó que las autoridades “deben comprender que la información y el ejercicio periodístico son eslabones esenciales de la democracia”.
En sólo 11 meses habían sido asesinados siete periodistas y uno más había desaparecido: Roberto Marcos García (21 de noviembre), José Manuel Nava Sánchez (16 de noviembre), Misael Tamayo Hernández (10 de noviembre), Bradley Roland Will (27 de octubre), Enrique Perea Quintanilla (9 de agosto), Ramiro Téllez Contreras (10 de marzo) y Jaime Arturo Olvera Bravo (9 de marzo), y la desaparición de Rafael Ortiz Martínez el 8 de julio de 2006.
Con mucha influencia en el gabinete de Fidel Herrera Beltrán, cuando la familia reportó la desaparición de Adolfo, el gobierno del estado coordinó un amplio operativo que involucró a diversas corporaciones policiacas, numerosos elementos y la búsqueda de la policía montada, y otras, por aire. La familia debió sujetarse a las recomendaciones de la policía: seguir la rutina como si no pasara nada. Si era secuestro, les dijeron, pronto pedirían rescate. Pero no hubo llamadas.
El miércoles 29 de noviembre, durante la búsqueda, elementos de la Policía Ministerial localizaron el automóvil Volkswagen Sedan verde con la matrícula XYJ6514, el mismo que Alfredo regaló a Adolfo para su uso personal. Estaba con las puertas abiertas y con las llaves puestas en el dispositivo de encendido. No había rastros de violencia, salvo que las puertas estaban de par en par. De Fito, dijeron las autoridades, no había ni huella.
El jueves, a las 15:30 horas, Jesús Arturo Fernández del Campo, titular de la Delegación Regional de Seguridad Pública, con base en Ciudad Mendoza, recibió la llamada de un niño que le informaba que a orillas del Río Blanco, en los Viveros Forestales de la Colonia El Águila, había un cuerpo tirado. Un grupo de la Secretaría de Seguridad Pública llegó al lugar y encontró el cadáver de César Martínez López. Más al fondo, entre los matorrales, yacía el de Adolfo.
En un santiamén, aquel paraje se llenó de funcionarios: el subprocurador de Justicia en la zona centro, Miguel Mina Rodríguez; el coordinador Regional de la Policía Ministerial, Normando Bustos Bertheau; el comandante de la Ministerial, Norberto Portilla; los comandantes de las policías preventivas de Ciudad Mendoza y Nogales. Luego llegaron Alfredo y Felipe. Una valla humana les impidió acercarse.
—¡Déjenme verlo, sólo déjenme verlo y ya me voy! ?suplicó Alfredo.
—Mejor no –le dijo una voz.
—¿Por qué?
—No vas a querer ver cómo quedó, mejor así, guárdate la imagen de tu hermano.
—¡Déjenme, sólo lo veo y ya!
La valla abrió paso. Alfredo se acercó hasta donde yacía su hermano mayor, el más querido, el orgullo de la familia, quien se codeaba con políticos y funcionarios: ¡con el mismísimo gobernador! Alfredo pensó en las travesuras de niños, las correrías de adolescentes, los sueños de Adolfo, la necedad de ser periodista y entregarse en vida al oficio; todo él reducido a un cuerpo inflado por los primeros rasgos de la descomposición y las evidentes huellas de horas a merced de sus verdugos.
—¡Ya estuvo!, hagan su trabajo para que podamos enterrarlo –musitó Alfredo. Dio la vuelta y apretó el paso. Recordó que apenas el lunes habían cenado juntos en una taquería de Tierra Blanca, y que infructuosamente le insistió a Adolfo que lo acompañara a Jalapa. En busca de una explicación, Alfredo hacía 1 mil conjeturas; relacionó incluso que de regreso de Jalapa intempestivamente su camioneta se detuvo enmedio de la carretera, y que debió esperar 20 minutos para continuar su camino; hizo cálculos, era la misma hora en que Adolfo recibió el tiro de gracia.
El dolor de la impotencia
El velorio de Adolfo Sánchez Guzmán, Fito, como le llamaba todo mundo, dejó huella en esta región centro del estado porque reunió a gente de todas clases sociales y de las diversas ciudades y rancherías vecinas. Cuando el féretro llegó a la casa de la abuela, el amplio portal fue insuficiente para albergar a los dolientes, de manera que la avenida Juárez, la que comunica Nogales con Ciudad Mendoza, tuvo que ser cerrada por patrullas de Seguridad Pública.
Los días de diciembre son gélidos en Nogales, entre las ráfagas de viento que arroja el Pico de Orizaba y el frescor de la espesa flora del Parque Nacional Cañón de Río Blanco. No en balde el municipio se encuentra enclavado en un valle rodeado de montañas escarpadas en la región centro de Veracruz, donde abundan lo árboles de nogal y donde yace aún en el imaginario popular el legado del primer ingenio que operó en el continente americano.
El segundo día de aquel diciembre, Adolfo fue sepultado en el panteón municipal Benito Juárez. Un cortejo fúnebre, encabezado por su hija Adylen, lo acompañaba; el resto, familiares, amigos, funcionarios, políticos y compañeros de los diversos medios de comunicación en los que el reportero colaboró. Ni una sola nota de condolencias del consorcio televisivo. La ofensa, sin embargo, sería posterior, cuando los directivos dijeron que Adolfo ya no era su corresponsal.
La familia dice que nunca hubo un despido, que fue un argumento de la televisora para no involucrarse en la investigación del crimen de su reportero, borrando de tajo toda relación laboral. “Él seguía con Televisa, nunca lo despidieron. ¡Mire, aquí está su chaleco! ¡Aquí está su credencial!, muestra Juanita.
—¿Qué hizo Televisa cuando lo mataron?
—El tenia cinco días que estaba de vacaciones, sus primeras vacaciones, pero Televisa dice en ese momento estaba de baja; eso para lavarse las manos, yo creo. No dieron la cara por su reportero, nunca reclamaron nada, mejor dio la cara EnlaceVeracruz212.com.mx y Oristereo; mejor ellos dijeron “él trabajaba conmigo, él era mi colaborador”.
El periodista César Augusto Vázquez, director de EnlaceVeracruz212, un portal de internet con una amplia barra informativa y corresponsales en todas las regiones de Veracruz, dice que Televisa desconoció a Adolfo como corresponsal ante la versión de diversas autoridades locales de que el reportero estaba involucrado con la mafia, pero que tanto él como los directivos de Oristereo acreditaron su trabajo y presionaron también a que la Comisión Estatal para la Defensa de los Periodistas abriera una indagatoria del caso.
Adolfo Sánchez Guzmán ejercía el periodismo desde sus años como estudiante universitario. Trabajó en el periódico Política de Jalapa, luego en el Gráfico; después ingresó a Telever, filial de Televisa, donde se estrenó como reportero cubriendo “la barrancada”, el deslave que en junio de 2003 destruyó cientos de viviendas y dejó miles de damnificados y muertos en los municipios de Maltrata, Ciudad Mendoza, Nogales, Río Blanco y Orizaba.
Acariciando la idea de “salir a cuadro en los noticieros de Joaquín López Dóriga o Carlos Loret de Mola”, se afanaba en sus investigaciones, aunque su salario de 1 mil 500 pesos quincenales no era muy estimulante.
“Su papá quería que fuera ingeniero, pero él siempre tuvo la inclinación por el periodismo, desde muy jovencito –rememora su mamá, profesora de educación primaria durante más de tres décadas–. ¿Riesgos? Sí, nosotros sabíamos de los riesgos porque escuchábamos toda la información que él difundía, pero a él no le interesaba porque estaba entregado a su trabajo, le ponía mucho empeño y gran pasión.
“¿Amenazas? Sí, hubo varias, y también represalias, algunas veces su carro apareció pintado con pintura de aceite blanca, otro día apareció con ácido; quizá era gente molesta por la información que él sacaba.
“Me quedó muy grabado un caso que él documentó: un muchacho que vino de Estados Unidos para investigar qué había pasado con su hermanita que vivía en Río Blanco y los vagos la violaron y la mataron. Contactó a Adolfo; llegó a Río Blanco para investigar, y a él también lo encontraron muerto días después. Su pie fue arrancado con todo y zapato. Adolfo sacó su caso aun con los riesgos.”
Crimen “circunstancial”
La lógica oficial en muchos de los crímenes o desapariciones de periodistas que las autoridades usan como pretexto para omitir hacer investigaciones serias es incriminar a los comunicadores en ilícitos, pues con el desprestigio a cuestas, ni siquiera el gremio levantará la voz para demandar justicia.
El de Adolfo Sánchez Guzmán es uno de estos casos. Como refiere el periodista César Augusto Vázquez, después de su asesinato las autoridades difundieron la versión de que estaba “implicado” con las bandas de robo de tráileres, pero nunca aportaron un solo dato o evidencia. La familia en cambio exigió que se probaran esos dichos, que se evidenciara la vida que llevaba Adolfo con una cuenta de ahorros en cero, un pedazo del techo familia para él y su hija, y un automóvil regalado por su hermano Alfredo.
También se argumentó que, en realidad, sus asesinos buscaban ejecutar a su acompañante César Martínez López, alias el Pollo, un supuesto exconvicto, quien había permanecido preso en el reclusorio de Cancún, Quintana Roo, por los delitos de robo y lesiones. De manera que Adolfo había sido sólo una víctima “circunstancial”, pues “estaba en el lugar y el momento equivocado”, ello según el expediente 839/2006, integrado por la Procuraduría General de Justicia del estado.
El 4 de diciembre de 2006, la Policía Ministerial de Veracruz detuvo a los hermanos Carlos y Julián Rosas Palestino, de 30 y 34 años de edad, originarios de la comunidad San Antonio Soledad Cañada, en el estado de Puebla, avecindados en el número 33 del Camino Nacional, en el municipio de Río Blanco, propietarios de varios camiones para el transporte de carga. Se les imputó la “autoría intelectual” del crimen contra Adolfo. Supuestamente “ordenaron matar a César por haberles robado un camión y tomaron venganza porque no les hizo justicia la autoridad, y lamentablemente Adolfo estaba en el lugar equivocado, por eso lo mataron con un motivo distinto a su profesión, difundió la Procuraduría.
En una feria de declaraciones que al tiempo despertarían más dudas que certezas, el coordinador regional de la Policía Ministerial, Armando Bustos Bertheau, dijo que la detención de los hermanos Rosas Palestino respondía a los señalamientos de 11 testigos que apuntaban a una supuesta venganza, pues el Pollo les habría robado varios camiones.
El subprocurador de Justicia de la zona centro del estado, Miguel Mina Rodríguez, declaró a Notimex que el móvil del asesinato fue el robo de un tráiler que sufrieron los hermanos Juan Carlos y Julián Rosas, “por el cual iban a ejecutar a el Pollo y, lamentablemente”, por alguna circunstancia, el periodista Sánchez Guzmán se encontró en el lugar equivocado: “La muerte de Adolfo Sánchez fue circunstancial ya que no estaba implicado con el robo del tráiler, como César González alias el Pollo, por lo que estuvo en el lugar equivocado la noche del jueves 30 de noviembre”.
Con la consignación de los Rosas al Centro de Readaptación Social de Orizaba, el subprocurador de Justicia de la zona centro, Miguel Mina Rodríguez, aseguró que el asesinato de Adolfo quedaba resuelto. Sin embargo, para la familia había muchos hilos sueltos que pronto habrían de romperse, develando la farsa en la investigación.
El mismo día en que sepultaron a Fito, entre un intenso olor a nardos que impregnaba la casa de la abuela, reunidos en la sala, la familia pactó no exigir, tampoco indagar, tragarse la impotencia y su dolor, resueltos de que la rabia que provoca la impunidad les impediría vivir su duelo. Tres años después, en esa misma estancia, sobre los mismos sofás en los que lloraron la muerte de Adolfo, rompen el pacto para detallar a Contralínea las irregularidades que percibieron en la investigación desde aquel 28 de noviembre de 2006, cuando denunciaron la desaparición del reportero.
“Primero me llamó el subsecretario de Gobierno, hoy diputado, Héctor Yunes Landa. Era muy amigo de Adolfo. Le dije: ‘oye, cabrón, Fito está desaparecido’. El gobernador estaba en Cuba, me llamó y me dijo que todas las corporaciones policiacas lo buscarían. Y sí, en un rato llegó la policía montada, aérea y terrestre. No pasó nada.”
Alfredo explica un detalle que alude a irregularidades desde el operativo de “búsqueda”: ubicaron el carro, pero no encontraron a Adolfo, aunque lo buscaron por tierra y aire. “Veintitantas horas después, el cadáver apareció a menos de 100 metros de donde hallaron el vehículo…
“¡El cadáver estaba a menos de 100 metros! ¿Acaso son tan pendejos que cuando buscaran a mi hermano no vieron si estaba allí? ¿O son tan estúpidos o nos quisieron engañar y ellos sabían quién mató a mi hermano? Significa que a los muertos los andan paseando y después los tiran”. Significa también que, cuando las corporaciones policiacas iniciaron la búsqueda de Adolfo Sánchez, aún estaba con vida, pues, según los dictámenes forenses, su muerte habría ocurrido entre las dos y cinco de la mañana del 30 de noviembre.
Alfredo habla de la supuesta amistad entre Adolfo y César Martínez López, el Pollo, mediante la que las autoridades estatales pretendieron vincular al periodista con la mafia. El joven dice que no existía tal amistad:
“A César Martínez lo conocí unos 30 días antes de que apareciera muerto con mi hermano. Adolfo me dijo que ese muchacho estaba viendo lo de unos terrenos que alguien no se los quería devolver, pero no era su amigo.”
—¿Te comentó tu hermano qué estaba investigando?
—Nunca hablábamos de sus notas, aunque nosotros nos dábamos cuenta. Estaba investigando los asaltos de tráileres, estaba documentando los robos de tráileres en la zona de San Cristóbal y Vicente Guerrero. El trabajo periodístico es muy difícil, las situaciones de violencia se han incrementado mucho en el estado de Veracruz; hay muchas personas que asesinan por nada, no sé qué está pasando. A tres años, no estoy conforme pero tampoco hice algo para exigir al gobierno de Veracruz una respuesta.
—¿Creíste que el gobierno iba a resolver el crimen?
—Sí, creí que el gobierno de Veracruz iba a resolver esta situación porque yo me jacto de la amistad del gobernador, yo confié en él, en la Procuraduría, por eso cuando me dijeron ellos son los ‘intelectuales’, dije pues son, y les echaron 32 años. Uno salió a los tres, otro apenas hace unos meses. ¿Por qué salieron? No sé. Me enteré por el periódico cuando dijeron ‘liberan a asesinos de Fito’.
—¿Crees que a tu hermano lo mataron por lo que investigaba?
—Él estaba investigando a unos asaltantes. La versión que me dio el gobierno del estado es que estaba en el momento menos indicado con la persona no adecuada. Para nosotros, la hipótesis no era aceptable.
Alfredo refiere que un día de 2007, de un mes que no atina a recordar, lo llamaron las autoridades para que otorgara el perdón a los supuestos autores intelectuales del asesinato de su hermano: “¿Perdón? Y yo por qué si yo no he hecho alguna acusación sobre estos señores; ustedes son los que dicen que ellos son los asesinos de mi hermano, y ustedes mismos dicen ahora que quieren que yo les dé el perdón. Ustedes son la autoridad, hagan su trabajo. Si ellos mataron a mi hermano, hagan ustedes lo que proceda. Para la familia era demasiado dolor y queríamos vivirlo solos.”
El 18 de diciembre de 2007, el juez tercero de lo Penal de Pacho Viejo sentenció a Juan Carlos Rosas Palestino, como autor material, a 23 años de prisión y a la reparación del daño por 73 mil 296 pesos. En la misma sentencia, su hermano Julián, supuesto coautor material, fue absuelto “por falta de pruebas”. En noviembre de 2009, también Juan Carlos Rosas fue liberado.
El periodista César Augusto Vázquez, con quien colaboraba Adolfo, refrenda la tesis que difundió desde que los supuestos autores materiales del crimen fueron detenidos:
“Eran asesinos hechizos. Detuvieron a los dizques autores intelectuales, que siempre negaron su participación en el crimen del periodista y nunca nadie le preguntó a las autoridades ¿dónde están los asesinos materiales? Los homicidios de los periodistas son del crimen organizado y a los periodistas los mataron por saber y publicar sobre ellos. La sintonía de estos delincuentes va mas allá de la zona centro, sus influencias son muchas en todo el estado”.
El desligar los hechos de su actividad profesional fue la preocupación central del gobierno estatal. Prematuramente, el gobernador Fidel Herrera, “amigo” de la familia Sánchez, aseguró que el comunicador aparecería con bien y desligaba su desaparición con la actividad profesional. Luego, el procurador de Justicia del estado, Emeterio López Márquez, dijo que el móvil de la ejecución pudo ser la venganza.
En realidad nunca se siguió la pista de las indagatorias periodísticas que Adolfo realizaba acerca del modus operandi de las bandas de asaltantes en el corredor de Veracruz a Puebla, una de las zonas con mayor incidencia en asaltos y trasiego de mercancías ilegales, incluida la droga que se desembarca en el Golfo de México. La televisora también se abstuvo de seguir esas investigaciones. César Augusto Vázquez recuerda, por cierto, que por esos meses, “en la pugna de la Gente Nueva del Chapo contra Los Zetas, a Telever le fueron a tirar dos cabezas”.
El año en que Adolfo Sánchez fue asesinado, la Federación Internacional de Periodistas difundió un informe en el cual identificó a 2006 como “el más trágico para los medios de comunicación”, al morir 155 periodistas asesinados o en circunstancias no esclarecidas: 68 en la guerra de Irak, 37 en la región entre México y América Latina. De México, evaluó la Federación, “es el más peligroso para los comunicadores que cubren crimen y corrupción”, donde “la mayor parte de víctimas era periodista investigativo”.
Fuente: Contralínea 182 / 16 de mayo de 2010
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