Hasta estos momentos, el planteamiento para salir de la crisis en la Eurozona ha venido centrándose en los países considerados como la periferia de la misma: a Grecia, Portugal, España e Irlanda les han impuesto políticas de gran austeridad de gasto público que abarcan desde la reducción del gasto social hasta la disminución de la protección social, bajando los salarios, por medio de una gran desregulación de los mercados de trabajo. Además, en estos países como en toda la Unión Europea (UE) existe un enorme problema de exceso de deuda (tanto pública como privada) que dificulta la salida de la crisis del conjunto de los países de esta región, lo que amenaza a la Eurozona y a la UE, y pone en entredicho la viabilidad del euro.
¿Qué pasa con los países periféricos de la Unión Europea?
Alemania: un gigante maltrecho
Hasta ahora, la problemática europea se ha enfocado en los países menos fuertes de la UE, cuando en realidad se encuentra en los más desarrollados. En este sentido, para comprender con justeza lo que ocurre en esta zona del mundo, debemos entender lo que pasa en Alemania: en 2008, el producto interno bruto (PIB) ya venía de picada, llegando apenas a 1.2 por ciento, para pasar a -5 por ciento en 2009; en el periodo enero-abril de 2010, la caída en promedio en relación con el mismo periodo del año pasado fue de -0.3 por ciento; el PIB per cápita cayó -3.7 por ciento; la tasa de desempleo fue de 7.4 por ciento; los activos externos netos representan el 20 por ciento del PIB; la deuda pública ronda el 80 por ciento del PIB, situación que pone en un brete a la economía alemana; la formación bruta de capital fijo significa el 19 por ciento del PIB, tasa bajísima si se considera el poderío de esta economía; la productividad del trabajo, en -16 por ciento; el superávit comercial es de 182 mil millones de dólares (Fondo Monetario Internacional, abril 2010, y Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos, 2010). Las cifras, como se observa, no son nada halagüeñas para el gobierno alemán.
Un elemento importante en la economía alemana es que las rentas del capital han crecido astronómicamente, lo que se traduce en que la capacidad de ahorro también ha aumentado de manera considerable. Este ahorro procede del capital exportador. En la medida que la demanda interna no ha sido el motor del crecimiento económico, tal crecimiento se ha basado, durante el periodo 1995-2008, en las exportaciones. Alemania es uno de los países más exportadores del mundo (junto con Estados Unidos y China). La competitividad del capital exportador alemán no se debe a una mayor inversión, sino a un crecimiento salarial muy reducido. Ahí está la clave de la economía de las exportaciones alemanas, en la productividad de sus trabajadores. “Ahora bien, para que Alemania exporte se requiere que otros países importen. Y la mayoría de los países que compran los productos alemanes son de la UE. Dos terceras partes de las exportaciones se dirigen a los países de la UE, incluyendo los países periféricos, que naturalmente pagan en euros. Una consecuencia de ello es que Alemania tiene millones de euros a su favor en la balanza comercial y en su balanza de pagos. ¿Y qué ha hecho Alemania con este dinero?” (Navarro, 2010). En lugar de redistribuir el ingreso, acrecentar la demanda interna e incentivar la economía, con el consiguiente aumento del consumo de la mayoría de la población y de un mejoramiento en su balanza de pagos, se optó por: “1) comprar deuda externa de los países periféricos a intereses muy favorables; 2) prestar dinero a la banca de los países periféricos, que se endeudaron hasta la médula –realizando actividades claramente especulativas, como las inmobiliarias en España, contribuyendo a la creación de las burbujas inmobiliarias–; y 3) invertir directamente en actividades especulativas, la mayoría también inmobiliarias, destrozando, por cierto, partes de la Costa Mediterránea con planes de viviendas de carácter especulativo. En realidad, esta exportación de dinero (euros) se acentuó con la compra de deuda pública de los países periféricos, pues se consideró tal compra como una gran ganancia, creando una cierta burbuja de deuda pública (y también privada). A los gobiernos de los países periféricos les era más fácil pedir prestado dinero a los bancos alemanes (y franceses) que aumentar los impuestos de las rentas superiores, muchas de ellas escasamente gravadas, contribuyendo en gran manera al fraude fiscal. La elevada regresividad fiscal y el fraude fiscal eran las características de las políticas fiscales de los países periféricos” (Navarro, 2010).
La situación de la banca alemana
Los préstamos alemanes representan más del 25 por ciento del capital bancario. Esto supone una dependencia de estos fondos muy grande, lo que ayuda a entender parte del problema. Esta situación no es conveniente para la UE ni para Alemania. No es conveniente ni económica ni políticamente que las clases populares alemanas tengan tan poca capacidad de demanda y tampoco es bueno que “Alemania tenga tanto dinero para exportar y que los países periféricos tengan tan poco para importar, endeudándose tanto” (Navarro, 2010). Se crean así enormes dependencias que debilitan a todo el sistema europeo.
Así, en este momento, “la banca alemana, la francesa y la de otros países del centro de la Eurozona, han prestado 1.4 trillones de euros a los países periféricos (una cantidad imposible de pagar). Y ahí está el problema. La banca alemana y sus aliados en el establishment europeo, incluidos el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional (FMI), han puesto como objetivo central de la recuperación económica el forzar a los países periféricos a que paguen sus deudas, tanto públicas como privadas, a sus bancos. Y el objetivo fundamental de la mal llamada ayuda a los países periféricos por parte de la UE y del FMI es, en realidad, ayuda a los bancos alemanes, franceses y de otros países del centro de la Eurozona, prestándoles dinero a los Estados periféricos para que paguen su deuda” (Navarro, 2010).
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