Autor: Álvaro Cepeda Neri
Sección: Contrapoder

La política fija los fines y ambos se ejercen teniendo como medio la estructura jurídica a partir (salvo rarísimas excepciones) de una constitución, legítimamente implantada como eje de la legalidad, donde medios jurídicos y fines políticos constituyen el Estado. Actualmente, la mejor síntesis de esos conceptos pueden consultarse en el ensayo de Norberto Bobbio, Estado, gobierno y sociedad (existen dos versiones de la traducción: una de Luis Sánchez García en Plaza & Janés, la otra de José F Fernández Santillán, del Fondo de Cultura Económica), aunque es mejor consultar la Teoría general de la política (editorial Trotta).

No le es dado a los que ejercen los poderes estatales tener capacidad para la política (y en la actual fauna mexicana, la mayoría carece de la información teórica para la formación práctica de ese quehacer). Existen los ejemplares más antipolíticos que acusan tal mediocridad, que ni siquiera saben desempeñarse como burócratas, mucho menos como funcionarios. Pero, sí saben dónde están los negocios y el dinero público, para hacer de ambos su botín. Son los comerciantes que viven de la política. Y los hay que, además de embolsarse la riqueza pública en cargos clave de la elite administrativa, judicial y legislativa, carecen de voluntad política para cumplir con sus obligaciones distribuidas como facultades y funciones. Y los cuales, por su ineptitud, generan más problemas de los que se crean por las demandas y conflictos de la “insociable sociabilidad” de los gobernados.

Tenemos el caso de Calderón, quien recurrió a la ilegitimidad de su cuestionada legalidad electoral. Mientras a brazo partido se apoderó de la candidatura panista y logró que su competidor, López Obrador, fuera sometido a una derrota impuesta fuera de las urnas por el Instituto Federal Electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y la Suprema Corte, quienes integraron la trinidad para bendecir el ascenso de Calderón y su partido, con todo y que Fox había puesto en “grave riesgo” las elecciones y no tuvo empacho en afirmar que él “había ganado su elección y la de Calderón”. Mientras éste se ufanaba de ser presidente al amparo de su divisa cínica, antidemocrática y antirrepublicana del “aiga sido como aiga sido”. Calderón hizo y deshizo para quedarse con la presidencia, y acto seguido se apoltronó en la silla y se acomodó a sus anchas en Los Pinos, muy al estilo de Victoriano Huerta, dejando que, a tontas y locas, la fuerza militar y policiaca federal combatan a las delincuencias con notoria desventaja y magros resultados (un camuflaje de golpismo que lleva visos de militarizar las elecciones presidenciales).

Si bien la política ha de vérselas con problemas de toda índole que nacen de las tensiones entre gobernados y gobernantes, entre conflictos individuales y colectivos, de la convivencia social, etcétera, para resolverlos no con miras al futuro (¡es el presente, estúpidos!), sino conforme a las necesidades del día, ya que los pobladores de un país requieren ser atendidos de inmediato. Empero, Calderón no ha podido solucionar los problemas federales y, por el contrario, ha creado más problemas. Tiene al país, por lo que corresponde a la competencia del poder federal, sembrado de problemas por su ineficaz conducta presidencial, ya que por sus actos y omisiones, no ha cumplido lo dispuesto en el Capítulo III de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (del artículo 89 al 93) ni las demás obligaciones repartidas en los 136 artículos constitucionales.

Al ser duramente increpado en Michoacán, cuando se puso de “músico, poeta y loco” a decir a los damnificados por las inundaciones, lo del “pueblo mágico”, le reclamaron que no había creado fuentes de trabajo y Calderón les contestó que el “gobierno no crea empleos”. Se olvidó de que las inversiones gubernamentales son para generar empleo, si es que el gasto del gobierno, como debe ser, se destina a obras públicas y más cuando la crisis lo exige o cuando el sector privado reduce o se niega a invertir. Calderón, en cambio, sí ha producido despidos mientras enriquece a sus asesores, secretarios del despacho y miles de subalternos, pero sacrifica a la burocracia intermedia. Usa las utilidades de Petróleos Mexicanos en gasto corriente (además del saqueo al que fue sometido. Consultar el libro de Ana Lilia Pérez, Camisas azules, manos negras, editorial Grijalbo). Este botín es uno de los principales problemas que ha creado Calderón y los suyos, desde que Fox los puso en la Secretaría de Energía con tentáculos en la paraestatal (César Nava, entonces director jurídico, arreglaba los contratos de Mouriño y éste preparaba el guardadito para financiar la precampaña calderonista y, después, tras el golpe por la candidatura en Jalisco con la complicidad de Ramírez Acuña).

Calderón (con Ebrard y Córdova) generó la crisis de 2009 al alarmar a la población nacional con los contagios gripales, y así nuevos problemas se engendraron: el desempleo que arrastró desde su ilegítima toma de posesión, añadiéndole los despidos y la reducción de la jornada laboral (con pagos anticonstitucionales); el desabasto de medicinas (en el Instituto Mexicano del Seguro Social, el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado y centros de salud gubernamentales). Otro problema creado por Calderón y los suyos fue el miedo colectivo para distraer a la nación del “catarrito” de la recesión en todo el sistema público y privado. Y qué decir de la eficaz resistencia del narcotráfico, con constantes violaciones de derechos humanos a familias ajenas a ese enredo militar-policiaco, que ha generado la mayor inseguridad territorial. Otro problema es almacenar cientos de miles de millones de dólares en reservas, mientras escasean el gasto social y las inversiones, que arrojan menos empleos directos e indirectos porque la iniciativa privada también se abstiene de aumentar su participación en los mercados.

Además de los problemas propios de las demandas nacionales, para los que no ha tenido respuesta, Calderón ha generado más problemas y ha demostrado que carece de un mínimo de capacidad política y administrativa para enfrentar lo que está obligado a resolver. Es un cabeza dura en un cargo para el que no tuvo tamaños. Ha ingresado ya al montón de presidentes que, tapaderas unos de otros con el mutuo otorgamiento de impunidad, desgraciaron al país. Deberían estar en la cárcel desde Díaz Ordaz a Calderón.

cepedaneri@prodigy.net.mx

Contralínea 200 / 19 de Septiembre de 2010