Se indaga y enseña, de modo habitual, nuestra historia arrancando de la Independencia. Atrás quedan los tres siglos de la mal denominada "Colonia", descrita como opresiva y oscura. La época indígena se lapida como "Prehistoria". Se acata dicho marbete, aunque se aprende que tan dilatado lapso “comienza con la aparición del hombre y finaliza con la invención de la escritura” y existan testimonios de grafía azteca, maya, chibcha y hasta pascuense ¿Algún docente cuestionará eso de "Prehistoria"? Se adelanta la respuesta: ninguno.
Los educadores están nutridos no sólo de los dogmas fragmentadores, sino también de la creencia que la historia comienza al vincularse el Nuevo Mundo con el Viejo. Amén de ello, castrados de espíritu crítico, son obsecuentes repetidores del texto oficial. En otra esfera, no obstante -y he aquí otra manifestación, de cúpula a estado llano, de desarraigo masivo- se omite en el currículo –como ahora se denomina con pompa- al programa- la protohistoria peninsular. Algo de ésta se analiza en la asignatura de Castellano al aludir a los orígenes del Idioma Patrio. La explicación está en que las oligarquías lugareñas repudian tanto el ayer
indígena como el ancestro ibérico. Legitiman la ruptura con Madrid identificándose con Montezuma, Atahualpa o Lautaro. Es sólo viruta retórica, pues finalizan -se sabe- despojando al pueblo aborigen de suelo y dignidad y lo juzgan un lastre. Anhelan ser europeos y blancos. En ese afán practican, con descaro, el calco de lo francobritánico y ahora de lo estadounidense. Eurocentrismo, indolatría y patrioterismo constituyen la hipotenusa y los catetos del triángulo de esta especie de Bermudas donde son infinitos los naufragios.
Pocos rescatan la admonición de Bolívar: “no somos indios ni europeos. Pertenecemos a un pequeño género humano mixto, somos suramericanos”. Con otras palabras, Simón Rodríguez, Martí, Sandino, Gabriela Mistral, Darcy Ribeiro y Ramos exaltan el mestizaje y explican que nuestra América es una nacionalidad desmembrada y las repúblicas, partículas desprendidas de un todo que fundan Carlos V y Felipe II.
Cada tratado como, por ejemplo, los 20 tomos de la “Historia de Chile” de Francisco Antonio
Encina, y cualquier modesto texto escolar reafirma el error, según el cual, las veintitantas patrias son "naciones" y la vecina está poblada de enemigos de ayer, de hoy, de mañana y de siempre. Fronterizos o no, son siempre visualizados como "extranjeros" y con defectos y carencia que los tornan indeseables. Juan José Arévalo, para referirse al Continente, que
más bien parece un archipiélago, expresa que nuestras repúblicas "semejan témpanos que flotan en un océano de frialdad sin conexión submarina y privados de común horizonte”.
Los enfoques insularistas son asumidos como propios por las capas medias y la masa popular aplastadas por la cultura oficial. Esta es inyectada a través de la prensa, la TV y la universidad y sostenida como patrimonio por las FFAA de cada país . Estas consagran los
particularismos que vulneran la unidad de la patria común que fuese un sólo cuerpo socio-político durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Cada habitante es inducido por la plática familiar, el texto escolar, la instrucción castrense, el comentario de prensa... a sentirse "distinto" y "distante" –y a veces “superior”- a los oriundos de otros segmentos del contexto hispanoamericano y, específicamente, de los limítrofes. Solemniza la patética comedia de equivocaciones la definición entregada por las Facultades de Derecho “El Estado es la nación jurídicamente organizada”.
Toda “Historia de América” –comenzando con la de Diego Barros Arana, continuando con la de Antonio Ballesteros y Beretta, Ricardo Levene y Luis Alberto Sánchez- son sólo compaginaciones de las historias locales. No logran encontrar el tejido común de las raíces y trayectoria de nuestro “pequeño género humano mixto”, al decir del Libertador. Son “más
de lo mismo”. No aportan a superar nuestra crisis de identidad. El mismo título es una invitación al equívoco porque América es sólo territorio que cubre de Tierra del Fuego a Alaska. Al usarlo se introduce en la misma talega a hispanoamericanos con yanquis
y canadienses. Constituye una excepción el texto “Historia de la nación latinoamericana” de
Jorge Abelardo Ramos que invita a visualizar la fundación del Nuevo Mundo –de 1492 a 1a
actualidad- superando la porfiada insularidad de las repúblicas y detectando los múltiples vínculos que las ligan, no sin denunciar el complot de las grandes potencias y la miopía de las élites nativas generadoras de su atomización. Lo centrífugo se complementa con el “quiebre de la motivación de pertenencia” y con el “efecto deslumbramiento”. En nuestras patrias es oficial la auto-denigración, viven –o sobreviven– dándose la espalda entre sí mientras contemplan embobadas a Europa y EEUU siempre visualizados como entidades paradigmáticas.
Esas minorías –con apoyo de los imperios de turno- generan una cultura del resentimiento, del desprecio y de la desconfianza que logran que las veintintas patrias se ignoren entre sí, se distancien y hasta se odien. La historiografía, el aula y los medios legitiman ese sistema de disvalores y el abanico de actitudes negativas observables incluso en los encuentros de fútbol inter-estatales.
En esta historiografía insular, por ejemplo, al chuquisaqueño Jaime Sudanés se le cuestiona la paternidad sobre el “catecismo político cristiano” ¿Por qué? Seguramente por por su condición de boliviano. Bernardo O´Higgins luego del golpe de Estado “blando” que le propinan en 1822, se evapora. Veinte años en que se omite su actuación en Perú y Bolivia donde interviene –al igual que Ramón Freire- activamente en la vida cívica. Asesora a la Confederación Perú-Bolivia y el líder ponderativo lo condecora. Eso se oculta, porque quizás se piense –no se dice- que mancilla el honor patrio. Asímismo también define como traidores a los oficiales insurrectos de Quillota que, en 1837, se pronuncian por “la paz y contra el despotismo”, negándose a marchar contra el ensayo integrador de Andrés Santa Cruz.
Se encubren las maquinaciones del capitalismo británico que desencadenan la Guerra del Pacífico. No ponderan que el venezolano Sucre es el primer Presidente del Alto Perú y con su nombre se rebautiza Chuquisaca. Sería “pedir peras al olmo” que capten el porqué profundo un militar español -Gabino Gaínza- cabecilla de la resistencia fernandina en la chilenísima Patria Vieja después es mandatario de las Provincias Unidas de Centroamérica. La historiografia uruguaya evita poner de relieve a Artigas como un federalista argentino oriental. Por ende, su pedestal no es únicamente uruguayo. Poco y nada se alude a la anexión de Tejas por EEUU y menos a la guerra yanqui contra México que le usurpa la mitad de su suelo. Menos hay un comentario sobre la Guerra de la Triple Infamia que implica el genocídio del Paraguay. Datos significativos de este tipo debieran acumularse. Es tarea de los historiógrafos nacionales y populares confeccionar catálogo de estos datos que invitan a profundizar el texto pionero de Jorge Abelardo Ramos.
En lo que respecta a la relación chileno-argentina, nuestra historiografía, siendo
imposible marchitar los laureles de Chacabuco y Maipú, opta por generar un O´Higgins de la misma envergadura que San Martín y se infla a Tomás Cochrane. Este mercenario escocés se convierte en santón de la Armada y la anglofilia de esa rama de las FFAA lo conserva sobre un altar. En las biografías argentinas de Dorrego que reviso la referencia a su actuación en Chile son mínimas. Sin embargo, es aquí entre 1810 y 1811, donde se inicia la preparación política y se despierta la vocación militar. Contrario sensu, en tratados y manuales que circulan en Chile apenas si se menciona al destacado héroe.
Hay entonces responsabilidad de una y otra historiografía. A los historiadores argentinos
la labor cívica y castrense del personaje en Chile no pasa de constituir aventura periférica y para los historiadores chilenos es mortificante que sea protagonista de tan trascendentes hechos patrios un “extranjero” como ese muchacho porteño que viniera, como tantos otros rioplatenses, a estudiar en la Real Universidad de San Felipe. Esa urdimbre común es opacada o amputada por la patriotera “académica” lugareña. De los gabinetes de los historiógrafos
oligarcas o cipayos, el virus de la balcanización salta a los manuales escolares de Historia Patria y de allí a los medios. De éstos al imaginario colectivo. Por eso se valora la obra magna de Ramos hoy justipreciada en la Venezuela de Chávez –“más vale tarde que nunca”-y se estima valioso fundar -como órgano de Estado y no apéndice de gobierno- el Instituto “Manuel Dorrego” de Revisionismo Histórico cuyos fundadores tuvieron la agudeza de darle alcance no sólo argentino, sino iberoamericano.
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