Para Ernesto Zedillo Ponce de León y Felipe Calderón Hinojosa no es válido el principio de que “la guerra es la mera continuación de la política, por otros medios […] La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de la actividad política, una realización de la misma por otros medios”, que el militar prusiano Carl von Clausewitz (1780-1831), en su célebre libro De la guerra, plantea como el origen de su investigación. La nación mexicana ha padecido individuos carentes de capacidad para la política. Rara avis fueron: Juan Álvarez; Benito Juárez, por sobre todo; a la mejor, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles (con sus asegunes) y Lázaro Cárdenas. Los demás, del montón, pero sus abusos, ignorancia y raterías junto a sus grupos depredadores, hicieron que la nación, el Estado y sus gobiernos, como regla, sufrieran en manos de impolíticos (la excepción son los políticos natos).
Max Weber pintó a esos burros de la política. “Es peligroso y a largo plazo inconciliable con el interés de la nación el hecho de que una clase económicamente en decadencia detente el poder político. Pero todavía más peligroso es el hecho de que las clases hacia las cuales se desplaza el poder económico y con ello la perspectiva del poder político no están aún políticamente maduras para la conducción del Estado”. Cuando menos Felipe Calderón, Vicente Fox, Ernesto Zedillo y Carlos Salinas de Gortari, un cuarteto de bribones sin ninguna cualidad para la política (porque no se formaron como políticos), asaltaron el poder presidencial y corrompieron a los demás poderes del Estado, para que los mexicanos, ya sin dirigentes, estemos sumidos en todas las desgracias; y, desde el magnicidio de Luis Donaldo Colosio (1994), asediados en la guerra de baja intensidad de Zedillo a la “guerra” en toda su intensidad con Calderón, pasando por los crímenes de Salinas y las estupideces de Fox.
Matones, antes que aprendices de políticos, Zedillo y Calderón, incapaces e ineptos, eligieron los homicidios para imponer su autoritarismo militaroide al ejercer la brutalidad del poder, acorde con la máxima de que “el poder, es el poder de matar”. Por eso Zedillo, al ocupar la silla ensangrentada, echó mano de los militares para apaciguar los ánimos nacionales, cuando los mexicanos nos dimos cuenta de que el homicidio de Colosio fue una conspiración salinista en la que “mucho tuvo que ver” (remember!, al padre del sonorense) José María Córdoba Montoya, el franchute que tenía a Zedillo como suplente y éste a Liébano Sáenz, el güerito que hizo las veces de vicepresidente zedillista, porque a Zedillo le daba hueva atender los asuntos, no ya políticos, sino gubernamentales y se la pasaba en su bicicleta de montaña y su computadora haciendo malabarismos matemáticos y estupideces econometristas.
Si Calderón entró a tomar posesión por los túneles y puertas traseras del Congreso de la Unión, Zedillo lo hizo a través del cadáver de Colosio, en una maniobra que le salió mal a Salinas. Ambos terminaron, cárcel de por medio del “hermano incómodo”, enfrentados y Salinas hasta huyó al exilio dorado con sus millones, amigos a los que regaló empresas (remember! Carlos Slim), y su regreso publicando libros de un retrasado mental, atacando a diestra y siniestra como un maniático que busca meterse a Los Pinos de la mano de Enrique Peña Nieto, para continuar con sus locuras y sandeces… ¿Qué hacer… pero con Salinas? Tirarlo de a loco, como bufón del Partido Revolucionario Institucional-peñista.
Zedillo inició la guerra militar en Chiapas (en complicidad con Salinas, y ambos generaron la crisis económica que complicó y aceleró Fox, y sobre todo Calderón, con el pretexto de la epidemia gripal que inventó su secretario de Salud, José Ángel Córdova, ya precandidato a la gubernatura de Guanajuato, al estilo de la Cocoa Calderón). Se le llamó “guerra de baja intensidad”, pero llevó la semilla que dio frutos: 50 mil homicidios (para mí que van 60 mil, de acuerdo con los últimos datos de la criminalidad panista-calderonista). Pero Zedillo le prendió fuego a la represión vía militar.
Con el antecedente del abuso militar por parte del presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien usó a soldados y policías a partir de 1968, contra estudiantes universitarios, la nación padece actos belicosos gubernamentales desde Zedillo hasta Calderón, a quien Salinas echa porras, como que el salinismo, durante la campaña electoral, le jaló el gatillo a sus armas para matar a opositores (sin olvidar a Adolfo López Mateos, que arremetió militarmente contra obreros y dirigentes agrarios). El militarismo aumentó hace más de cuatro décadas, intensificándose a partir de 1994, para hoy estar de lleno en la “guerra” calderonista. Más que Augusto Pinochet, Muamar el-Gadafi y cualquier otro dictador actual. Ya el ejercicio de la política se canceló y los trogloditas, de quienes nos advirtió Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu (en su texto Cartas persas), nos desgobiernan.
Zedillo y Calderón deben ser llevados a los tribunales penales internacionales, pues en México les tiemblan las manos cómplices para sentarlos en el banquillo de los acusados para un juicio político y penal. Ambos presionaron a las instituciones a ser un decorado y la Constitución fuera convertida en una utopía total porque los funcionarios la marginan, desacatan resoluciones judiciales, roban y la impunidad los absuelve. Los empresarios coludidos (Televisa, Tv-Azteca) siguen pescando en el neoliberalismo económico para crear cada vez más pobres: 50 millones, la mitad de la población, y la otra mitad sobrevive con engaños del Seguro Popular, los salarios bajísimos, el desempleo creciente, millones de jóvenes echados a la calle porque no hay cupo en los centros de estudios superiores… pero sí en las cárceles.
Zedillo y Calderón llevaron al país a la actual situación de “guerra” porque, salvo su abuso autoritario, no tuvieron idea de la política democrática y republicana, de la laica ni de la económica y social para distribuir la riqueza concentrada en unos cuantos bribones.
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