Cada 4 años, la elección del presidente de los Estados Unidos da lugar a un show de proporciones planetarias con el que la prensa dominante busca convencer a la opinión pública internacional de que el pueblo estadounidense elige democráticamente al hombre que va a dirigir el mundo.
En ciertos países, especialmente en Europa, la cobertura mediática de ese acontecimiento alcanza proporciones similares, o incluso mayores, a las de la elección del jefe de Estado local. La prensa insinúa que aunque esos países son democracias, sus ciudadanos no deciden su propio destino, que en realidad depende de la buena voluntad del inquilino de la Casa Blanca. En ese caso, ¿son esos países democracias verdaderas?
Lo que sucede es que se confunde el escrutinio electoral con la democracia. Esta observación es también perfectamente aplicable a Estados Unidos. Supuestamente, el gran show electoral estadounidense nos demuestra que Estados Unidos es la representación misma de la democracia. La realidad es muy diferente.
Contrariamente a la idea generalizada, no es el pueblo estadounidense quien elige a su presidente, ni directamente ni de ninguna otra forma. El pueblo estadounidense no es soberano y los ciudadanos no son electores. El presidente de Estados Unidos es designado por un colegio compuesto de 538 personas –los verdaderos electores– designados a su vez por los Estados que componen la Unión, que son los únicos soberanos. Con el paso del tiempo, los Estados se acostumbraron a consultar a sus ciudadanos antes de designar el colegio de electores. Pero el litigio de Gore contra Bush (en el año 2000) sirvió para recordar que la opinión de los ciudadanos tiene un carácter exclusivamente consultativo. La Corte Suprema consideró que no tenía por qué esperar que se volvieran a contar los votos en la Florida para proclamar el ganador. Para la Corte Suprema lo importante no era conocer la opinión de los habitantes del Estado de la Florida sino que el Estado designara a sus electores.
Pero la ilusión no se termina ahí. Durante la estancia de George W. Bush en la Casa Blanca, nadie podía creer que un individuo tan inculto e incompetente fuese quien ejerciera realmente el poder. Todos pensaban que un discreto equipo lo haría en su lugar. Sin embargo, cuando Barack Obama se convirtió en su sucesor, muchos dedujeron que siendo Obama más inteligente que Bush sería él mismo quien ejerciera el poder. Pero, ¿cómo creer que el equipo que ejercía el poder en lugar de Bush renunciaría espontáneamente a hacerlo con la llegada de Obama?
Echemos una ojeada a la agenda del presidente de los Estados Unidos. Está llena de un sinfín de audiencias, discursos e inauguraciones. ¿Quién tendría tiempo de informarse sobre todos los temas que se tratan en los discursos que lee el presidente? El presidente de los Estados Unidos tiene de presidente lo mismo que los presentadores de noticieros de televisión tienen de periodistas. Su trabajo es esencialmente el mismo: leer guiones escritos por otras personas. En otras palabras, es un lector de telepromter.
Sin embargo, percibimos confusamente que el show Obama-Romney no es un simple espectáculo, que algo más se está decidiendo. En efecto, en el sistema constitucional estadounidense la primera función del presidente es la de nombrar a las personas que ocuparán más de 6 000 puestos. La alternancia política es por ello como una amplia migración de las élites. Miles de altos funcionarios y decenas de miles de asistentes y de consejeros pueden verse privados de sus cargos y reemplazados por otros individuos, que en su mayoría serían antiguos empleados de la administración Bush. La elección presidencial estadounidense es decisiva para las carreras individuales de toda esa gente, lo cual viene acompañado de una larga cadena de corrupción a favor de tales o más cuales transnacionales. Hay por lo tanto muchas razones para invertir dinero, mucho dinero, en ese duelo.
¿Y la política internacional? En los últimos años, los cambios no han provenido del resultado de las elecciones presidenciales sino que se han producido durante el transcurso de los mandatos presidenciales. Bill Clinton (presidente de 1993 al 2000) supuestamente debía continuar la reducción de los presupuestos militares posterior a la desaparición de la URSS y aportar la prosperidad económica. Pero en 1995 emprendió el rearme de Estados Unidos. George W. Bush (presidente de 2001 a 2008) debía racionalizar el Pentágono y librar una «guerra sin fin», pero a finales de 2006 detuvo el proceso de privatización del Pentágono y comenzó a preparar la retirada de las tropas desplegadas en Afganistán e Irak. Barack Obama (presidente de 2009 a 2012) debía proseguir la retirada y retomar desde cero las relaciones con Rusia y con el mundo musulmán. Y lo que hizo fue construir el escudo antimisiles y apoyar la «revolución de color» en Egipto, así como las guerras contra Libia y en Siria. En cada una de esas ocasiones los lectores de telepromter no tuvieron el menor escrúpulo en dar un viraje de 180 grados, traicionando así las promesas que habían hecho a su pueblo.
El verdadero problema de la clase dirigente estadounidense es encontrar el lector de telepromter más apropiado para justificar los virajes políticos. En ese aspecto, Romney representa una retórica nueva. No deja de proclamar que Estados Unidos está hecho para dirigir el mundo, mientras que Obama admite que el mundo puede guiarse por el derecho internacional. El actual presidente trata de resolver los problemas económicos mediante una importante reducción de los gastos militares y haciendo recaer el peso de la guerra en los hombros de sus aliados. Por ejemplo, subcontrató a franceses y británicos para que garantizaran la destrucción de Libia. Romney, por el contrario, afirma que, para garantizar el funcionamiento de la economía estadounidense, las fuerzas armadas de Estados Unidos tienen que estar presentes en los cielos y en las aguas internacionales del mundo entero. Y por lo tanto, pretende mantener el nivel de los gastos militares, a pesar de la crisis y como medio de resolverla.
Sea quien sea el candidato ganador, el fondo seguirá siendo el mismo. Estados Unidos quiere desligarse del Medio Oriente, del que ya no depende tanto en el plano energético. Y sólo logrará hacerlo compartiendo esa región con Rusia. Si se mantiene en la Casa Blanca, Obama presentará esa jugada como un progreso del multilateralismo. Si Romney logra desplazarlo, el nuevo presidente afirmará que está aplicando una estrategia similar a la de la época de Reagan al propiciar el oso ruso se vea enredado en una interminable serie de conflictos. En definitiva, en ese tema como en todos los demás, la única consecuencia de la elección presidencial estadounidense será la selección de los argumentos a utilizar para convencernos de que Estados Unidos es una democracia poderosa y justa. Así que… ¿de qué nos quejamos?
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