Importantes personalidades diplomáticas se pronuncian en contra de la lógica que hoy lleva a los occidentales a considerar la posibilidad de bombardear Siria. Ante la amenaza de guerra, varios ex altos funcionarios de la ONU proponen la negociación.
Los tambores de guerra vuelven a resonar una vez más en el Medio Oriente, esta vez con la posibilidad de un ataque inminente contra Siria después del supuesto uso de armas químicas por parte de su gobierno. Precisamente en momentos de crisis como estos es cuando los argumentos en favor de la paz son más claros y obvios.
En primer lugar, no tenemos pruebas reales de que el gobierno sirio haya utilizado armas químicas. E incluso si los gobiernos occidentales hubiesen proporcionado pruebas, estaría justificado que permaneciéramos escépticos recordando los muchos incidentes falsos o fabricados utilizados para justificar las guerras anteriores: el incidente del Golfo de Tonkín y la guerra de Vietnam, la masacre de las incubadoras de Kuwait y la primera guerra del Golfo, la masacre de Racak y la guerra de Kosovo, las armas iraquíes de destrucción masiva y la segunda guerra del Golfo, las amenazas de masacre en Bengazi y la guerra contra Libia.
Vale la pena recordar que varias de las pruebas que supuestamente indican que el gobierno sirio utilizó armas químicas son proporcionadas a Estados Unidos por los servicios de inteligencia de Israel [1], que no son precisamente una fuente neutral.
Pero aún si en esta ocasión las pruebas fuesen auténticas, eso no legitimaría una acción unilateral. Toda acción militar exige la autorización del Consejo de Seguridad. Quienes se quejan de la «inacción» de dicho Consejo deberían recordar que la oposición de China y Rusia a una intervención en Siria está en parte motivada por el abuso que hicieron las potencias occidentales de las resoluciones del Consejo de Seguridad sobre Libia, que acabaron realizando un «cambio de régimen» en ese país. Lo que Occidente denomina como la «comunidad internacional», dispuesta a atacar Siria, se reduce a 2 países (Estados Unidos y Francia) de los casi 200 que existen en el mundo. No es posible que se respete el derecho internacional sin un mínimo de respeto por lo que hay de decente en las opiniones del resto del mundo.
Aunque se autorizara una acción militar y se llevara a cabo, ¿de qué serviría eso? Nadie puede controlar realmente arsenales de armas químicas sin tropas terrestres, opción que nadie considera realista después de los desastres registrados en Irak y Afganistán. Occidente no cuenta realmente con un aliado fiable en Siria. Los yihadistas que luchan contra el gobierno [sirio] no sienten por Occidente más amor que los que asesinaron al embajador de Estados Unidos en Libia. Una cosa es aceptar el dinero y las armas provenientes de un país y otra muy diferente es ser su verdadero aliado.
Los gobiernos sirio, iraní y ruso han hecho propuestas de negociación que Occidente ha tratado con desprecio. Quienes dicen que «no podemos hablar o negociar con Assad» olvidan que se dijo lo mismo del Frente de Liberación Nacional de Argelia, de Ho Chi Minh, de Mao Zedong, de la Unión Soviética, de la OLP, del IRA, de la ETA, de Mandela y del African National Congres sudafricano, y también de muchas guerrillas de Latinoamérica. La cuestión no es saber si se habla o no con la otra parte, sino después de cuántas muertes innecesarias se acepta hacerlo.
Han quedado atrás los tiempos en que Estados Unidos y los pocos aliados que le quedan actuaban como gendarmes del mundo. Este mundo está haciéndose más multipolar y los pueblos del mundo quieren más soberanía, no menos.
La mayor transformación social del siglo XX fue la descolonización y Occidente tendría que adaptarse al hecho que no tiene ni el derecho ni la competencia ni los medios de gobernar el mundo.
No existe un lugar donde la estrategia de las guerras interminables haya fracasado más miserablemente que en el Medio Oriente. A largo plazo, el derrocamiento de Mossadegh en Irán, la aventura del Canal de Suez, las muchas guerras israelíes, las dos guerras del Golfo, las amenazas constantes y las sanciones asesinas contra Irak, y ahora contra Irán, la intervención en Libia no han conseguido más que agravar el derramamiento de sangre, el odio y el caos. Sin un cambio radical de política, Siria sólo podrá convertirse en un nuevo fracaso de Occidente.
El verdadero coraje no consiste en lanzar misiles crucero simplemente para hacer gala de un poderío militar que se ha vuelto cada vez más ineficaz. El verdadero coraje reside en romper radicalmente con esa lógica mortífera y, en vez de ello, en obligar a Israel a negociar de buena fe con los palestinos, en convocar la conferencia Ginebra 2 sobre Siria y en conversar con los iraníes sobre su programa nuclear, teniendo en cuenta honestamente los legítimos intereses de Irán en materia de seguridad y de economía.
La reciente votación del Parlamento británico en contra de la guerra, así como las reacciones en los medios sociales, reflejan un cambio generalizado de la opinión pública. Nosotros, los occidentales estamos cansados de guerras y estamos dispuestos a sumarnos a la verdadera comunidad internacional exigiendo un mundo basado en la Carta de las Naciones Unidas, la desmilitarización, el respeto de la soberanía nacional y la igualdad de todas las naciones.
También en Occidente los pueblos quieren ejercer su derecho a la autodeterminación: si hay que emprender guerras, debe hacerse después de un debate abierto y teniendo en cuenta preocupaciones que afecten directamente nuestra seguridad nacional, no basándonos en una mal definida noción de «derecho de injerencia» que puede ser fácilmente manipulada y que nos expone a todos a todo tipo de abusos.
Queda de nuestra parte el obligar a nuestros hombres y mujeres dedicados a la política a respetar ese derecho.
Por la paz y en contra de la intervención.
[1] «Papel de Israel en el anuncio del ataque contra Siria», Red Voltaire, 30 de agosto de 2013.
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