Si bien el carácter irreverente del ilustre Manuel González Prada es bien enmarcado dentro del anarquismo, la condición de esta aspiración en la actualidad se metamorfosea de manera tal que llega a convertirse en uno de los ridículos más estólidos. Con pintas (no confundirse con el buen arte del grafiti, como el que promueve Roberto Seminario, “SEF”) que deforman las letras y le roban efectividad comunicativa a la visuografía, los anarco-anacrónicos, constituidos en su mayoría por jóvenes con peinados estrambóticos y ejecutantes de una música que no pasa de ser ruido, contaminante sonoro, se desenvuelven exclusivamente en noches lucífugas y en bandas, para protegerse, para perder la identificación de a uno, indudablemente por temor. Ellos muestran una rebeldía que denominaría incipiente, pues parangonada con el carácter renovador de González Prada, sólo logran —en casi todos los casos— excitar a una turba que vocifera incoherencias; y también son poco efectistas, pues no plasman, en la práctica, ideas reconstructoras como en el Discurso en el politeama, sino letras que hablan de náuseas y las respectivas deposiciones.
Muchachos generacionales a mi persona se sumergen en argumentaciones sobre el anarquismo para justificar actitudes que van desde una falta garrafal de ortografía, hasta falsos grafitos (los ininteligibles y procaces) en cualquier fachada pública. Y si nos remitimos al anarquismo de González Prada, mis imberbes compañeros serían los “viejos” que bien sepultados deberían estar —y sin derecho a epitafio, por el peligro a que también sea una pinta—, pues no traen nada nuevo con esa comunicación errónea, que degrada y/u omite las normas de convivencia en cualquier vecindario mundial.
Es increíble el afán que tienen por estafar a los receptores de sus “argumentos”, al afirmar que por el sólo hecho de que González Prada escribió con “j”, el término “páginas”, tienen el derecho a excederse y tomarse la libertad de escribir peor que un chimpancé en proceso de amaestramiento. Así se desprestigia el sentido de la labor de nuestro eminente compatriota, que vio en la escritura fonológica ventajas como la de aprender con mayor facilidad otras lenguas.
Al hacer de su libertad un vejamen, éste converge indefectiblemente en un libertinaje desenfrenado que los lleva hasta a mimetizarse en francachelas voraces, de las que suelen devenir embarazos no deseados, incrementándose así porcentajes de malnutrición, aborto y consumo de drogas. Es verdaderamente una pena que justifiquen toda su acción, apelando a que todo se constituye en una respuesta en contra de la mala praxis de gobierno, que si bien merece una severa afrenta, es obvio que ésta debe poseer buenas y justificadas argumentaciones. Es por todo esto que diversas instituciones no toman en serio la voz de los jóvenes, y dicho sea de paso, hasta aprovechan estas conductas desacertadas para justificar maltratos de diversa índole, pues suelen hiperbolizar, aun más, los errores.
Y si hablamos de aportes humanísticos en general, no hay émulo, no hay símil ante la vasta obra de González Prada. Y remarco, como dejé entrever líneas arriba, que la aplicación del anarquismo, en la actualidad, es anacrónica. Es difícil de asimilarlo y comprenderlo a cabalidad. Tendríamos que transportarnos a épocas atrás para ser certeros y conscientes ante los conceptos del anarquismo, que gracias a las malas exégesis, es una de las corrientes de pensamiento humano más estigmatizadas. ¿Hasta cuándo?
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