Una delegación del Grupo Internacional de Abogados por la Paz en Siria viajó a Damasco para ver la situación con sus propios ojos. ¿Está ese país viviendo una revolución, como en Túnez? ¿O está siendo objeto de una agresión externa, como la Nicaragua de los años 1980? Después pasar 5 días en Damasco, la delegación regresó impresionada por los sufrimientos del pueblo sirio. En este testimonio, sus miembros denuncian que Siria está siendo víctima de una operación internacional dirigida desde Occidente.
Como abogados firmantes, en marzo de 2013, de un llamado por la paz en Siria, aceptamos la invitación que nos hizo llegar nuestro colega Skaif Nizar, presidente del colegio de abogados de Damasco, y estuvimos en Siria desde el 6 hasta el 13 de septiembre.
Visitamos únicamente Damasco, la parte central de la ciudad, con una incursión en un barrio donde acababa de caer un cohete que dejó al parecer un saldo de 11 –quizás 21– muertos. Pero en vísperas de nuestra partida fuimos testigos de un atentado a sólo unos metros de nuestro hotel. Así que hay explosiones esporádicamente. La población de Damasco lucha y sigue viviendo como si la situación fuese normal, aunque es difícil hacerlo.
Nos reunimos con familias enlutadas, con militares, con heridos, con escritores y periodistas, con colegas (abogados), con asociaciones y con políticos independientes del partido Baas, cuyo vicepresidente incluso nos recibió. También nos recibieron el presidente del Parlamento, el primer ministro y los ministros de Justicia y de Información. Todos deploran unánimemente la corrupción de nuestros gobernantes, que están traicionando el espíritu de Francia. Sin embargo, [las personas con quienes nos reunimos] establecen una diferencia entre el sector corrupto de nuestra clase política y el resto de la población francesa. Señalan repetidamente que muchos de los agresores vienen de Europa, y en particular de Francia e incluso de Suiza, y que lo que ahora están viviendo ellos [en Siria] también nos sucederá a nosotros [en Francia y Europa] en su momento.
Siria es, desde 1948, un país en guerra con su vecino israelí. Pero la situación actual estalló, en primer lugar, por causa del factor demográfico. El 60% de la población tiene menos de 25 años. Siria cedió a los cantos de sirena de una forma de liberalismo. Se acercó a Occidente, decidiendo incluso adoptar su modelo económico e institucional (multipartidismo, elecciones, integración de mecanismos institucionales supraestatales regionales y mundiales). Por ejemplo, antes que las cosechas locales se dio la preferencia a los productos importados. A eso se agregó una secuencia de varios años difíciles para la agricultura. Vino después la crisis financiera de 2008. Resumiendo, lo anterior se tradujo en un aumento de la pobreza en los campos, provocando un éxodo rural imprevisto y un incremento (estimulado) del descontento. Y el peor oscurantismo, divulgado desde las monarquías del Golfo, logró implantarse entre los olvidados de los suburbios y las zonas rurales.
Unas cuantas manifestaciones artificialmente organizadas y provocaciones hábilmente orquestadas (disparando a la vez contra la multitud y contra la policía) bastaron para desatar los enfrentamientos. Los medios de difusión, con al-Jazzera a la cabeza, no tuvieron más que inundar las ondas con prédicas inflamadas y los servicios secretos aportaron armas y cuadros para transformar Siria en un infierno. Entraron entonces en Siria, desde Turquía y Jordania, y en oleadas incesantes que aún se mantienen, jóvenes descerebrados y prófugos de la justicia a quienes se proporcionan –para su uso en esta vida– drogas (esencialmente sustancias para hacerlos insensibles al dolor que pueden sufrir y al que pueden causar), armas y la posibilidad de destruir, de saquear y de cometer las peores. Y para el más allá, se les promete que si mueren irán a un jardín de delicias.
Esa es la política de la que se hacen cómplices nuestros medios de prensa, a veces por su complacencia, quizás involuntaria, como cuando los «rebeldes» los llevan a visitar localidades sirias –siempre las mismas– que no son otra cosa que escenarios donde se les presentan montajes dignos de Disneylandia.
Pero nuestros gobernantes sí están muy bien informados sobre ese drama, sobre todo porque son ellos sus verdaderos instigadores. Y necesitan mantener a la opinión pública occidental bajo control para poder proseguir su plan reconocido y criminal de dominación a través del caos, plan que comenzó por Yugoslavia y ha continuado después con Irak, Afganistán y Libia. Ya tenían previsto un destino similar para Irán y se vislumbra que ni Rusia (con Chechenia), ni China (con la región de Xinjiang, por no hablar del Tíbet, de Corea del Norte, de Japón, de Filipinas, etc.) o ni siquiera la India están ya al abrigo. Latinoamérica, que ya sufrió ese destino, está rebelándose y organizándose contra ese «desorden mundial».
Esta guerra es una guerra mundial. Sobre las ruinas de un orden jurídico internacional basado en la idea de repartir el mundo entre un conjunto pluralista de Estados, soberanos por definición, que se sitúan todos en Europa, no ha podido construirse aún nada que sea viable. La guerra fría no fue otra cosa que un pulseo entre dos mundialismos fundamentalmente idénticos. La hegemonía de uno de ellos no nos ha conducido a la paz mundial. Lo que hoy está en juego en Siria es la posibilidad de un nuevo orden jurídico internacional estructurado por las relaciones entre varias grandes potencias, todas igualmente soberanas, sobre regiones delimitadas del planeta.
De nada valía criticar las fronteras y las guerras que se libraban en los campos de batalla –y que, por muy horribles que fuesen, tenían al menos el mérito de limitarse a los militares que portadores de uniformes– si era para acabar reemplazándolas con operaciones criminales ciegamente dirigidas contra las poblaciones civiles (mujeres y niños, viejos, heridos, enfermos y cautivos) y, a título personal, contra los gobernantes legítimos y legales de los países que se resisten a la idea de una dominación mundial.
Nuestra responsabilidad consiste hoy, por lo tanto, en comprender e informar.
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