A medida que Irak se hunde en el caos desde hace más de una década como resultado de la operación «Misión cumplida», políticos y periodistas se pusieron de acuerdo para calificar esa guerra de «error», como algo que hay que dejar de hacer. Pero la retórica del «error» no es una retórica de contrición sino de negación ya que resta importancia a las desastrosas consecuencias de esa guerra, tranquiliza las conciencias y priva a los estadounidenses de toda oportunidad de sacar algún tipo de enseñanza de la desastrosa política exterior de nuestra generación.

La guerra de Irak no fue «un error» sino el resultado de un engaño calculado. El hecho doloroso, crudo, es que nos mintieron. Y ya es hora de decirlo.

La verdad sobre Irak estaba ahí, visible, pero ignorada. Ese país no tenía armas de destrucción masiva. Sadam Husein no tenía nada que ver con el 11 de septiembre. El objetivo de la guerra no era liberar al pueblo iraquí. Así lo dije en el Congreso en 2002. Los millones de estadounidenses que salieron a la calle a protestar contra aquella guerra sabían la verdad. Pero los dos partidos los denigraron por oponerse al presidente en tiempo de guerra e incluso los acusaron de no «respaldar a las tropas».

He escrito y hablado muchísimo sobre ese tema. Pero hoy propongo dos maneras de abordarlo:

 1. El presidente Obama tiene que decirnos la verdad sobre Irak y cuál fue el falso escenario que se siguió para emprender la guerra

Cuando Obama entró en funciones, en 2008, anunció que su administración no emprendería ninguna investigación ni acción legal alguna contra los autores de la guerra. En realidad, de esa manera suspendía el debate público sobre la guerra. Eso pudo parecer correcto a corto plazo a quienes querían avanzar. Pero cuando se habla de una guerra basada en mentiras, el pasado no puede seguir siendo pasado. La mala voluntad desplegada en cuanto a enfrentar la verdad sobre Irak ha conducido a una especie de amnesia peligrosa para nuestra salud mental, con recuerdos reprimidos que no cicatrizan sino que abren la puerta a más mentiras. Como es posible que los análisis quizás conduzcan hoy en día a «soluciones» militares, tenemos que recordar cómo y por qué intervinimos en Irak en 2003.

 2. Los periodistas y los comentaristas deben parar de conceder tiempo y espacio a gente que se equivocó tremendamente al apoyar la guerra o que se obstinaron en sus argumentos a favor de esa guerra. En otras palabras, todos aceptaron sin la menor crítica el imperativo de la guerra tal y como lo describieron altos funcionarios o miembros del Congreso y representantes oficiales del gobierno. Por otra parte, la prensa sopló para avivar el fuego de la guerra sin ofrecer espacio alguno a quienes militaban contra ella.

El presidente Obama no inició la guerra en Irak. Pero tuvo la oportunidad de decir la verdad: que fue un error emprenderla, que el motivo de la guerra era injusto, que la intervención militar creó más problemas de los que resolvió, que el caos actual y la presente violencia en Irak son consecuencia directa de la decisión que tomó Estados Unidos –en 2003– de lanzarse a esa guerra.

Y demostrar, más de una década más tarde, que esa guerra se basó en mentiras realmente no exige demasiado coraje.

Fuente
Huffington Post