¿Qué más quieres de mí? Luna redonda que por alumbrar mis noches, me quieres quitar mis días.
Mis ojos se fijan en tu lejanía y prefiero sentirte fuera de mi órbita, a que me extorsiones con tu cruel indiferencia.
No soy loba, no oigo los aullidos de algún líder lobo omega, no iré tras de ti, Luna amiga mía, aunque no recuerdo mi pasado y no me importa el futuro, ya sabes que no hago caso a vacías predicciones, eso no va conmigo Luna bella, sigue en tu cuarto menguante y en tu cuarto creciente, que yo seguiré al frente, sigue tu curso como yo sigo mi caminar.
De pronto hice memoria, todos esos años pasados, todos mis años de soledad, de alegría súbita, de ilusión pasajera y transeúnte.
Sale en mi mente a brillar mi rebeldía, en la edad dorada, la adolescencia de los años locos, en los tiempos donde mis ojos reían y mi boca solo derramaba amor.
La avalancha de suspiros que sentía por las noches, me desvelaba por completo, y todos los sueños que tuve ayer en esa época ¡qué importan ya!, si nunca los llegué a cumplir.
¡Terca más que ninguna, sensible como el pétalo de una rosa, rebelde hasta el extremo, diferente, única, una niña sumamente extrovertida en timidez, caprichosa y engreída, eso es lo que fui!
Una de mis noches amanecí contemplando una vez la Luna, no supe de su mentira, con inocencia pensé si pudiera estar allí un día, y al pensar en ese insólito deseo, me desvanecí con tanta lágrima que por mas que las horas pasaban, no cesaban. ¡Cuánto dolor aquél el que sufrí y que me estremeció!
En ese parque donde solía ir a pasear a Rasha, una compañera ideal que escuchaba y nunca contestaba ni una sola de mis preguntas, mi perra fiel me miraba con pena, como queriendo ayudar y ya no verme con toda la angustia con la que maquillaba mi Winston light dejando el rubí de mis labios impregnados, mientras fumaba mi cigarrillo halaba la cadena de aquella única fiel amiga que iba siempre conmigo en mis meditabundas y largas caminatas.
Tenía como buen hábito observar a las parejas, de todas las edades, formas y tamaños, algunos iban peleando y discutiendo, otros indiferentes tomados de la mano pero cada quien en su propio mundo; otras iban sumergidas en su amor, esa clase de enamorados que así desapareciera la Tierra en un segundo, ellos seguirían mirándose con tanta ternura y dulzura, ¡qué bonito!
Qué envidia ver tanto amor, anhelaba algún día ser amada así, era solo una chiquilla pero al mismo tiempo tan romántica, tan mujer, tan coqueta.
Un hombre rubio, poeta, de hermoso talante, cejas pobladas, orejas pequeñas, de sonrisa amplia, alto, corpulento y de ojos azules era el sueño de todas mis amigas. De esos prototipos, en aquel tiempo sobre abundaban y, modestia aparte, los tenía a diestra y siniestra, pero el atractivo de esos caballeros nunca fue suficiente para mí.
En cambio pedía ¡tan solo! un hombre sentimental, detallista, cariñoso, con exceso de amor.
Un galán que me defendiera como un león, que me escribiera cartas de amor casi a diario, que me regalara cada segundo una rosa arrancada de un jardín.
Alguien que no pudiera admirar a nadie más que a mí, que sus manos estuvieran dispuestas a aplaudirme y a amar no sólo mis logros, sino también mis fracasos y hasta mis locuras, alguien que me pudiera amar de verdad.
En esos tiempos llegué a pensar que de repente mi hombre ideal estaba en alguna otra constelación planetaria, porque no lo hallaba por ningún lado.
Deseaba, no exactamente un desayuno con diamantes como una de mis películas favoritas, pero sí un loco apasionado mendigando mis besos mientras recitaba el poema 15 y el 20 de Neruda y poder suspirar, y si mi amado no sabía ni entendía de poemas, no interesaba en lo absoluto, yo me los sabía todos de memoria.
Fue hermosa esa ilusión de adolescente pero más bella la idea de creer ciegamente en que muy pronto, uno de esos días con mucho frenesí, confirmaría que si era verdaderamente posible toda esa plétora de amor en la que crecí y a la que convertí en mi fe.
Busqué siempre aterrizar en algún corazón solitario como el mío, y mientras más me desvelaba, más idealizaba el encuentro con aquel hombre que un día me volvería más que loca y abriría mi jaula de oro, para permitirme volar y encontrar en algún lugar lejano, mi libertad y pensaba en sacar frases a medio hacer con insinuaciones de pétalos y espinas de mi selva privada para mostrar mi erotismo puro, mi leve conversación que tendría con aquel caballero medieval y revelar toda mi temperatura de carnal pasión, tengo la sangre caliente y podía vestir con ella los desnudos de mi piel con transparencias de seda y bordados de frenesí, pasión y a la vez, inocencia arraigada a mis primaverales años.
Y lloro hoy porque no puedo evitarlo, logré amar como tanto lo anheló mi corazón, fue difícil sacar las espinas de mi alma pero encontré no a un príncipe ni a un caballero del siglo pasado, sino a un rey, él es mi laberinto y ya ha cerrado las puertas de todas mis salidas, yo toco una guitarra debajo de las huellas de sus pies y un acorde en Re me canta que soy prisionera y cautiva de sus manos, no hay remedio para sanar mi locura de amor por él, amo a mi esposo que es también mi amante, soy suya, como lo fui siempre aún sin conocerlo, ni saber de su existencia, desde antes de nacer, amo a Miguel, ése es su nombre, sólo él es dueño de los secretos que llegan al anochecer.
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