En Estupidolandia no se tuvo mejor idea como leit motiv de identidad que acuñar su frase más emblemática: ¡Aquí llueve para arriba! Como en el Cambalache inmortal: ¡cualquiera es un señor, lo mismo un burro que un gran profesor!
Sorpresa, pues, no causa que los ministros gocen de blindajes potentes. Pero el asunto es más democrático aún: conserjes, legisladores, funcionarios, cabilderos caza-contribuciones y cualquier mediocre aupado, también vive con protección a prueba de cualquier inteligencia.
País inmenso, rico en biodiversidad, también tiene el dudoso privilegio de albergar a una fauna variopinta de logreros, mendigos profesionales, peluqueros sociales, mediocres pedigueños, que se han creído la fábula de sus logros "en la vida". Si la nación pudiera exportarlos, pagaría con creces su deuda externa.
¿Qué se necesita para triunfar en Estupidolandia? A no dudarlo, sine qua non, deviene la categoría indiscutible de estúpido. Recordemos, a guisa de referencia qué dice un autor europeo, Giancarlo Livraghi, en su libro sobre esta calidad humana:
"The power of stupidity, May 2009, p. 11: “Never underestimate the power of human stupidity” .
When stupidity combines with other factors (as happens quite often) the results can be devastating. In many situations human stupidity is the origin of a series of events that combine into constantly increasing complication, with effects that can be quite funny –until we discover that they are tragic. In other cases stupidity is not the origin of the problem, but all sorts of stupid behaviors make it worse and prevent effective solutions”.
Cuando la estupidez se combina con otros factores (como ocurre muy a menudo), los resultados pueden ser devastadores. En muchas circunstancias la estupidez humana es el origen de una serie de ventos que se complican constantemente, con efectos acaso divertidos hasta que descubrimos su trágica índole. En otros casos la estupidez no es el origen del problema, pero toda clase de comportamientos estúpidos empeoran y envilecen las soluciones preventivas eficaces.
Define Livraghi, p. 13:
When we try to understand stupidity, we are dealing with a subject that is scarcely studied, rarely understood, broadly avoided because it’s uncomfortable and disturbing (as we shall see in chapter 28.) It’s as though we all knew that we are stupid, but we uneasy about admitting it."
Un ministro del Interior, con cualidades de bufón vocinglero, ordena exámenes psicológicos a todo aquél que no "piense" como él; ministritos brutos pretenden disimular sus torpezas congénitas, es decir su estupidez natural. Como son tan estúpidos aún no se atreven a inaugurar el Ministerio de la Estupidez porque no encuentran doctores y maestros con grados summa cum laude en Estupidez de alta calidad.
Los políticos, o los que así suelen llamarse a sí mismos, sólo "piensan" en curules, en diputados y si se reivindica el Senado, en esa cámara, más que sea. Todos quieren vivir de la cansada ubre del Estado y aspiran a gozar de televisión, micros de radioemisoras o prensa escrita que se refocila cada vez que cuenta trapacerías de estos estúpidos.
Si la estupidez no construye y por el contrario, destruye, deviene arduo comprender cómo es que el piloto automático funciona en ciénagas de estupidez acrisolada, de capitán a paje. Y sólo por la fruición frívola de concitar "noticias", más de un estúpido estaría listo a asumir el ministerio de la Estupidez, total -dice- tendría pelotones de secretarias, manadas de asesores, chofer y gasolina por cuenta del Estado y gastos de representación, amén de sinecuras múltiples.
En Estupidolandia los diplomáticos menos inteligentes ganan las distinciones más elegantes y las embajadas más codiciadas. El país, la nación, el destino manifiesto de país central y con un pasado de capitanía continental ¡nada de eso importa! Además, ¿no le parece estúpido entender a un estúpido?
Si Ripley, el de "aunque usted no lo crea" viviera en Estupidolandia, renunciaría a su margesí de temas insólitos porque aquí encontraría muchos más y más desopilantes, al nivel de la náusea.
¡Cosa más grande en la vida, chico! exclamaba Leopoldo Fernández, el genial cubano que interpretaba a Tres Patines.
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