Han pasado más de 7 décadas desde que trabajaron los campos estadunidenses con el único propósito de salir de la miseria. Regresaron a sus tierras apenas con unos pesos. Mientras, el gobierno mexicano “retenía” el 10 por ciento de la paga obtenida en el extranjero con la promesa de entregarlo a su regreso. Nunca ocurrió. Los ahora adultos mayores –acompañados por sus herederos– continúan luchando porque les devuelvan su dinero, no contemplado en el presupuesto nacional desde hace 2 años. En total, son 40 mil exbraceros registrados oficialmente por el gobierno mexicano. Algunos de ellos califican esta situación como el gran robo del Estado a sus campesinos
Tlaxcala de Xicohténcatl, Tlaxcala. Hace ya 14 años de que se enteró del más grande robo al que se había enfrentado en su vida. Campesino desde siempre, con algunas rachas en la albañilería, Nicasio ha vivido con la pobreza a cuestas. Los últimos años, con un ahorro de su trabajo que no le ha sido entregado por las autoridades mexicanas.
Originario del pueblo de Sanctorum, fue uno de los migrantes que legalmente salió a trabajar a los campos estadunidenses. Pretendía superar la miseria en la que vivían él y su familia. No había otra opción. Los pagos eran atractivos: 1 dólar por hora (con un tipo de cambio de 12 pesos, en 1962); mientras, en su tierra apenas alcanzaba a ganar 1 peso por hora, cuando encontraba trabajo en el jornal.
En agosto de 1942, durante la administración de Manuel Ávila Camacho, el gobierno mexicano pactó con el estadunidense un acuerdo migratorio para llevar mano de obra campesina a la siembra y cosecha de pepino, algodón, lechuga y otros; pacto que permaneció hasta después de la Segunda Guerra Mundial, hasta 1964.
Miles de “braceros” se acogieron al programa que los reclutaba para ir al vecino país del Norte, y ser elegidos por los capataces de los ranchos que los contratarían; una vez aprobado su estado de salud y su fuerza, los atravesaban la frontera por 45 días para trabajar. Eso es lo que duraba cada contrato, en la mayoría de los casos.
A cada uno de los cheques recibidos por los jornaleros, el empleador ya había reducido el 10 por ciento para la formación de un seguro campesino, que sería depositado en el banco estadunidense Wells Fargo, y éste haría la transferencia al mexicano Banco Nacional de Crédito Rural. Años han transcurrido sin que miles de braceros obtengan el beneficio de su seguro.
Ir a Estados Unidos, una necesidad
Él, Nicasio Martínez Juárez, tiene 79 años. Vive con una artritis que le ha deformado los dedos de las manos, y que mina su salud día a día. Con las fuerzas que le quedan, libra una batalla contra la burocracia y la corrupción mexicana. Forma parte de la Asamblea Nacional de Braceros, con oficinas en Tlaxcala, y en las que se reúnen cada semana para saber si hay avances en sus gestiones. Las últimas noticias les informaban que en 2015 no habría presupuesto para ellos.
Nicasio entró de bracero a los campos de Michigan en 1962, ésa fue la primera vez que salió del país. Cumplió un contrato de 45 días, en la recolección de pepino. Desde Tlaxcala le dieron documentos para viajar a Empalme, Sonora, o a Monterrey, Nuevo León. De ahí, lo llevaron a Eagle Pass, Texas, para ser trasladados a su destino final: Michigan.
“No era donde nos animáramos, sino donde nos tocara ir; íbamos haciendo filas, hasta hacer una grande. Nos dividían conforme pedían los rancheros a la gente, y así nos iban separando. Había trabajos buenos y malos; por ejemplo, si le tocaba en el algodón era un trabajo muy malo para un bracero…
“Toda la gente se quejaba de él, así como del desahije de lechuga y betabel. Eran trabajos muy pesados porque nos daban un azadón cortito, no lo dejaba a uno apoyarse en la pierna, se trabajaba encorvado por 8 horas continuas. Sólo le daban a uno media hora de comida y al final del día terminaba uno para revolcarse como burro.”
Antes de eso, Nicasio también se dedicaba al campo, pero “la necesidad de ir a Estados Unidos fue la necesidad que todo México tenía. Todos fuimos porque queríamos cambiar nuestra vida”, dice.
Deuda histórica
De acuerdo con documentos de la Cámara de Diputados, desde 2013 no se han presupuestado recursos para pagar a los exbraceros, que viajaron con contratos laborales a campos estadunidenses entre 1942 a 1964. No obstante, todavía existen recursos en el Fideicomiso 2106, el cual ya ha hecho entregas por 38 mil pesos para un número incierto de exbraceros.
El más reciente documento que los menciona es el Informe Semestral Octubre 2012-Febrero 2013 de la LXII Legislatura de la Cámara de Diputados, cuya Comisión de Asuntos Migratorios es presidida por Amalia García Medina.
En él se da cuenta que en ese año se llevó a cabo una propuesta relativa al pago de exbraceros, presentada a la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública.
La iniciativa se llevó a cabo con base en información entregada por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, indica el documento, y en él se propuso que el presupuesto destinado al pago de exbraceros fuera de 1 mil 700 millones de pesos, en 2013.
Para llegar a esta propuesta, la comisión de la Cámara consideró que “oficialmente existen 40 mil trabajadores exbraceros con sus documentos validados por parte del Fideicomiso que Administra el Fondo de Apoyo Social para los Extrabajadores Migratorios Mexicanos”.
El documento fue firmado por García Medina. Del informe rendido por la Auditoría Superior de la Federación se desprendió que el Fideicomiso aún tiene recursos no ejercidos, además de montos producto de los intereses generados y devoluciones que hicieron consulados de México en Estados Unidos, entre otros.
Acuerdos rotos, vejaciones continuas
Por más de 2 décadas en las que jornaleros mexicanos viajaron a Estados Unidos, las vejaciones y humillaciones fueron parte del trato recibido por sus contratistas.
Una de las condiciones que ponían las empresas estadunidenses para la contratación de los campesinos era que debían estar en buen estado de salud; para ello, “nos encueraban, nos ponían a todos en fila. Luego, nos echaban DDT, insecticida. Decían que llevábamos piojos, chinches, animales”.
Los hombres debían estar fuertes, resistir el trabajo arduo y las largas jornadas sin tomar alimentos y apenas un poco de agua. La dieta la llevaban por la mañana y por la noche, antes de empezar la jornada laboral y a su fin.
“Nos revisaban todo, hasta si teníamos hemorroides o hernias en testículos y piernas”, dice con tono vergonzoso José de los Santos Piloche Ordóñez, originario de la comunidad de San Rafael Tlepatlaxco, quien obtuvo contratos por 10 años continuos, de 1953 hasta 1963: “Nomás venía a dejar los centavos con la familia y luego, si había chance, me volvía a recontratar”, relata.
Llegó a campos texanos cuando tenía 33 años. Empezó con la pizca de algodón. Luego, la lechuga. “Aquí y allá se dedicaba al campo: en México, a la siembra de maíz, cebada, frijol, me iba mal porque no eran mis terrenos, nada más vivía al día, con lo que se fueran dando, por eso me fui para allá”.
Sin estudios básicos, apenas sabía escribir su nombre y leer un poco. Trabajó para varias compañías y tuvo la suerte de ser contratado hasta por 3 meses, antes de regresar a México.
Sin embargo, las condiciones de vida no respetaban el acuerdo bilateral. Dormían en barracas, les daban dónde hacer de comer ellos mismos, compraban sus provisiones. Ellos mismos preparaban arroz, frijoles y tortillas de harina.
“Llegaba el domingo y nos llevaban a comprar al pueblo, de donde estuviéramos nos llevaban a los pueblos. Nos organizábamos, aunque no fuéramos de la misma raza, unos cocinaban, otros a lavar los trastes”, comenta.
Las barracas eran unas casas grandes, como galeras, donde había camas donde dormir, con techos de lámina. Ahí, además del clima con altas temperaturas, “había que soportar el calor que se producía al cocinar, había quien tenía que vigilar toda la noche que los frijoles no se quemaran y los demás a dormir. Era triste la vida, íbamos por nuestra necesidad. Siempre hemos sido pobres. Nos acababan”, relata con voz cansada.
Lo soportaban todo por 8 o 10 dólares diarios, a veces trabajaban hasta 14 horas. “Y ya era más dinero, pero nos descontaban el 10 por ciento. Dormíamos poco, había que levantarse a echar tortilla. A las 7 de la mañana ya estaba la troca para que saliéramos a trabajar”. José estuvo con compañías que reclutaban hasta 500 almas, por eso eran grandes las barracas, con hasta tres camas encimadas. “Eso era lo que tantito nos molestaba, que nos desvelábamos para preparar el lunche para otro día. Ya al otro día llegaba la troca y a correr a su troca para cada quien”, dice el hombre que a sus 87 años no pierde la esperanza de recuperar el 10 por ciento que le fue descontado de su cheque, por 10 años de trabajo.
El reglamento que marca las condiciones bajo las cuales los trabajadores mexicanos fueron contratados indica que no coincidieron con los testimonios relatados los jornaleros: “Los trabajadores recibirán habitaciones higiénicas adecuadas a las condiciones físicas de la región, del tipo de las suministradas a los trabajadores nacionales ocupados en labores análogas; los servicios sanitarios y médicos, y las facilidades de alimentación de que disfruten los trabajadores a que se refiere este convenio”.
Lourdes, lucha por su herencia
A sus 70 años, va del Distrito Federal a Tlaxclala para reunirse con sus “compañeros de lucha”, por lo menos una vez al mes. Es activa en la organización de la asamblea, y una de las responsables en realizar los trámites ante la Secretaría de Gobernación y gestionar mesas de atención para resolver su situación, con legisladores.
Sin embargo, desde hace meses no es atendida por ninguna autoridad y sabe que no habrá, otra vez, mesas receptoras para los exbraceros o sus familiares.
Lourdes Guilliem Partida es hija de un exbracero que murió sin saber que el gobierno mexicano había recibido el 10 por ciento de sus ganancias como trabajador agrícola en Estados Unidos. Desde que escuchó a través de las noticias que esto había ocurrido, ha sido una de las principales en exigir un pago justo.
Amador Guilliem Salcedo, su padre, fue un veracruzano que viajó al Distrito Federal a estudiar secretariado antes de 1944. Ya en ese año encontró la “oportunidad” de trabajar en Estados Unidos, para mantener a su esposa y las dos hijas que había procreado.
Lulú, como le llaman sus compañeros, se autodefine zapatista. En su charla habla de la justicia, el trabajo y la igualdad como una doctrina propia. En la sala de su hogar extiende los documentos y fotografías de su padre como trabajador agrícola en el país vecino.
La hija de Amador Guilliem no recibe apoyo de ningún gobierno, ni del Distrito Federal ni del federal, pese a que ya podría ser beneficiaria de alguno de sus programas. Vive con una pensión de viudez que apenas le permite cubrir sus gastos básicos.
Carta a Enrique Peña Nieto
Lulú es una de las promotoras e impulsora de una carta enviada a Enrique Peña Nieto, el 13 de abril de 2013, apenas unos meses después de haber asumido la Presidencia de la República. Ésta fue turnada a la Secretaría de Gobernación, a cargo de Miguel Ángel Osorio Chong, y de la que no se ha obtenido respuesta.
En ella, los integrantes de la Asamblea Nacional de Exbraceros, originarios de Tlaxcala, solicitan la “entrega de nuestro fondo de ahorro, constituido con una retención del 10 por ciento que para ese efecto nos descontaban los subempleadores […] ponemos a su apreciable consideración nuestros anhelos últimos de recuperación de nuestro fondo de ahorro […] Wells Fargo, en Estados Unidos, fue el encargado del fondo de ahorro, en tanto que en México fue operado por el Banco de Crédito Agrícola.
“[…] No deseamos que por nuestra urgencia y necesidad, la autoridad nos quite nuestro derecho laboral al fondo de ahorro campesino a cambio de un apoyo, obligándonos a firmar un documento en el que renunciemos a ese derecho. La alevosía y ventaja con que se conduce el fideicomiso no es para nosotros, que en momentos como la Segunda Guerra Mundial, contribuimos con nuestro trabajo al bienestar nacional. Ahora, no queremos que el gobierno nos apoye, sino que nos cumpla, entregándonos nuestro fondo de ahorro, para sobrellevar lo que nos quede de vida”, exigen las palabras dirigidas al presidente Enrique Peña Nieto.
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