La llamada “fuga” al pueblo de Varennes es un hecho histórico. Sucedió cuando el rey Luis XVI, de la monarquía preconstitucionalista, y su esposa María Antonieta deciden ejecutar su plan de huir de París, Francia, tras el estallido de las revueltas que, violentamente, evolucionaron hasta crear la Revolución de 1789 que obsequió a la humanidad los derechos del hombre y del ciudadano. Días antes de esa partida, ante los reclamos de manifestantes que demandaban trigo para hacer el pan, María Antonieta se gastó la broma sarcástica de ordenarle a la servidumbre: “denles pastelillos”, que sobraban en las despensas de la familia real.
Las protestas aumentaban y el rey y la reina, con sus incondicionales, decidieron huir pasando por Varennes, donde fueron detenidos y hechos prisioneros, hasta no recibir la orden de la Asamblea para dejarlos continuar su viaje que hicieron con notables errores: “Los dioses ciegan a los que van a perder… pero antes los apendejan un poco”; y así el pueblo de Varennes se convierte en el preludio para hacer caer las cabezas de ambos, y con eso la caída del antiguo régimen. El ensayo sobre ese hecho histórico de François Furet y Mona Ozouf en el Diccionario de la Revolución Francesa (Alianza editorial) es espléndido. Y existe la novela de Catherine Rihoit: La noche de Varennes, con la que Ettore Scola nos brindó una magnífica película con el mismo título.
Cuando el 15 de julio de 1789 Luis XVI preguntó: “¿Es una revuelta?”, le respondieron: “No, majestad, es una revolución”. Lo anterior es para ilustrar la caricatura de María Antonieta y Luis XVI que de ese episodio están recreando Angélica Rivera y Enrique Peña Nieto –toda proporción guardada–, pues la pareja imperial mexicana, menos dramática pero no menos real, insiste en subestimar el malestar social que encabeza la revuelta de Ayotzinapa. Y a la que se suman los problemas del empobrecimiento de más de 50 millones de mexicanos, el desempleo de 40 millones, más de 200 mil homicidios (desde el calderonismo a la fecha), más de 100 mil desaparecidos, secuestrados, y la perversa impunidad que se otorga a funcionarios, policías, militares, marinos, agravada por la sangrienta inseguridad que ya quebró la paz social.
Todo esto y la incapacidad peñista para activar el crecimiento económico, ya estancado, y sus 11 reformas con sus cientos de reglamentos inútiles, tienen al inquilino de Los Pinos entre la espada y la pared de los magistrales análisis que nos han ofrecido los reporteros Alonso Urrutia y Emir Olivares titulados: “Engreído por las reformas, el gobierno de Peña tuvo en 2014 espectacular descalabro” y “La administración peñista se desbarrancó en 2014, el año consagrado a consolidarse” (La Jornada, 30 y 31 de diciembre de 2014).
Se entiende por régimen al conjunto de instituciones que regulan la lucha por el poder, y el ejercicio del poder político en el contexto del Estado que representa la estructura jurídico-constitucional como medio para los fines conquistados por un pueblo-nación. Y el presidencialismo posrevolucionario (1946-2014) del priísmo-panista ha tenido toda clase de bichos que fueron corrompiendo ese régimen, hasta ponerlo al borde del despeñadero al que pueden precipitar los problemas acumulados; algunos con soluciones a medias, pero la mayoría pospuestos e irresueltos tras las 12 monarquías sexenales (Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de La Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña), que no tuvieron una cabeza política, pero sí fueron y son voraces ladrones con sus camarillas que abusaron del poder presidencial, a la par de los gobernadores y presidentes municipales.
Todos ellos han llevado al sistema-régimen a su actual crisis general por la dramática pobreza masiva; el despiadado desempleo; la compra-venta de la impartición de injusticia de los poderes judiciales federales y estatales, que culminan en una Suprema Corte de Justicia de la Nación al servicio de las complicidades con los intereses del presidencialismo (lo cual fue comprobado recientemente, cuando 10 ministros se opusieron a la celebración de las consultas populares, violando derechos humanos de los mexicanos con todo el descaro del despotismo, apoyados por la manipulación de la oligarquía de Televisa, Carlos Slim, Germán arrea, Tv Azteca, etcétera).
Y no hay que olvidar que ese brote de revuelta social no es sólo derivado de los sucesos de Ayotzinapa y Tlatlaya. Éstos tan sólo fueron los catalizadores de la explosión por el malestar acumulado del pueblo, que ante tantos problemas sin solución, le está pasando la factura al monarca abortado del Grupo de Atlacomulco, que se tambalea asido al tríptico de un golpe de Estado (ya en marcha por los militares como policías), una represión sangrienta para someter las rebeliones sociales o la renuncia de Peña como la huida del otrora rey Luis XVI y su esposa María Antonieta, en una caricatura de la noche de Varennes.
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