En esa obra, el fundador del nacionalsocialismo pregonó la supuesta superioridad de la raza aria, el antisemitismo a ultranza, la idealización de la fuerza, así como la agresión militar contra otras naciones.

Hitler escribió Mi lucha en 1923, cuando estaba recluido en la cárcel de Landsberg, luego de haber participado en un fracasado intento de golpe de Estado.

Desde entonces, el futuro dictador halló a quienes se identificaran con sus ideas, que encontraron terreno fértil en algunos sectores de la sociedad alemana de la época; de tal suerte que alguien le facilitó una máquina de escribir para elaborar el escrito, mientras que otros procuraron hacerle más llevadero su encierro y hasta le enviaron libros para fortalecer su alegato del odio racial.

En la edición del libro, encontró también apoyos valiosos, por ejemplo de sus editores que idearon el título Mi lucha, en lugar del que Hitler había escrito originalmente: Cuatro años y medio de lucha contra las mentiras, la estupidez y la cobardía (página 25).

Diez años después, cuando Hitler llegó al poder, al frente de su Partido Nacionalsocialista (Nazi), esos penosos comienzos habían quedado atrás, pues ahora, el libro “…lo compran centenares de miles de personas. Bajo el Tercer Reich, Mein Kampf deja su impronta en la Alemania nazi. Su difusión alcanza la colosal cifra de 12 millones de ejemplares. Calificado de ‘Biblia nazi’, ofrecido a todas las parejas que se casan, enseñado a los niños, promovido por medio de campañas publicitarias innovadoras, es impreso incluso en alfabeto braille” (página 8).

En las escuelas, las ideas racistas expresadas en Mein Kampf constituían la base de la enseñanza de la historia.

En la Alemania nazi, los niños aprendían a leer en textos “que incluyen regularmente trozos del Mein Kampf y los pasajes varían de acuerdo con la edad de los niños que escuchan la lectura” (La educación en la Alemania nazi, Ediciones Alba, México, página 40).

Preguerra y posguerra

Vitkine divide su historia de Mein Kampf en dos partes, correspondientes a la preguerra y la posguerra; en la primera de ellas llama la atención la abundancia de complicidades que encontró el movimiento nazi y su evangelio.

Así, “el Vaticano, cuya ambigüedad ante el nazismo es bien conocida, se negó a poner Mein Kampf en el Index […] como revelan los archivos del Santo Oficio que se hicieron públicos en 2003” (Vitkine, página 55).

Como han documentado algunos historiadores, y como suele suceder con muchísimos libros de moda, o de interés político, desde un principio Mein Kampf, que en su versión completa tiene unas 700 páginas, tuvo mucho menos lectores que compradores o poseedores.

Sin embargo, en la Alemania nazi, las ideas expuestas en él se enseñaban en las escuelas, circulaban en consignas de la propaganda oficial, en discursos, conversaciones, etcétera. Por ello, aunque quizá pocos alemanes leyeron todo el libro, prácticamente todos ellos vivieron bajo su influencia.

Uno de los primeros lectores de Mi lucha fue Joseph Goebbels, el famoso propagandista del gobierno de Hitler y uno de sus principales colaboradores.

Pero también lo leyeron personajes como Winston Churchill y Charles Degaulle, quienes fueron dos de los principales oponentes de Hitler. Ambos recomendaban la lectura de ese libro precisamente para tomar conciencia de lo destructiva que es la ideología nazi.

Vitkine muestra cómo el gobierno nazi procuró que Mi lucha tuviera dos caras: una, para el consumo interno, que eran la versión completa del evangelio nazi, basado en el odio racial y en el militarismo; otra, para el extranjero, donde se ocultaban los planes nazis de agresión contra países como Francia, y se alegaba que Hitler ya era más moderado que en la década de 1920, que ya no pensaba como cuando era un preso político y estaba dominado por el resentimiento que le produjo la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial.

Sólo a quienes creyeron en esas versiones del oficialismo nazi, y no tomaron en serio lo que Hitler afirmó en Mi lucha, las agresiones nazis les tomaron por sorpresa en la Segunda Guerra Mundial.

En el mundo de la posguerra, como documenta Vitkine, Mi lucha se sigue distribuyendo y continúa siendo un libro polémico.

En Alemania, y particularmente en Baviera, donde se ubica Landseberg, la cuna de Mein Kampf, este libro se ha prohibido, lo cual suele justificarse por el temor a fomentar el neonazismo, pero esa censura parece reflejar, más bien, el temor de los alemanes a reconocer que el nazismo, con todas sus atrocidades, se generó en ese país.

En naciones del mundo islámico, lo mismo en Egipto que en Turquía, según documenta Vitkine, Mein Kampf ha encontrado defensores ardientes, simplemente por el tradicional conflicto árabe-israelí.

Algo similar ocurre en regiones de Rusia y de países de Europa del Este, donde el antisemitismo estaba muy arraigado y donde, a la caída del bloque socialista, han florecido las tendencias ultraderechistas.

Paradójicamente, Israel es uno de los países donde a partir de 1995 se ha difundido Mi lucha, pero en una edición crítica, y con el objetivo de dar a conocer en su versión original las ideas del nazismo.

En cuanto a la difusión internacional de ese libro, resume Vitkine: “hoy Mein Kampf, tanto en versiones integrales como abreviadas, se publica y se vende en todo el planeta: Grecia, China, Bulgaria, Japón, Croacia, Rusia, Nueva Zelandia, Corea del Sur, Australia, Italia, India, Turquía, Finlandia, Indonesia, Colombia, Holanda, Marruecos, Dinamarca, Argentina, Brasil y España son algunos de los países donde Mein Kampf está en las librerías”, (página 195).
En México

En nuestro país, el nazismo siempre ha tenido presencia en pequeños círculos ultraderechistas, que son casi invisibles ante la sociedad.

Vitkine no se refiere a México, excepto para mencionar que fue uno de los primeros países donde se publicó Mi lucha después de la Segunda Guerra Mundial: en 1950, mientras que en Italia, España y Brasil se volvió a editar hasta 1969.

A la fecha, el libro de Hitler se distribuye en México en varias ediciones.

Por ejemplo, la versión completa de esa obra, en traducción del escritor pronazi chileno Miguel Serrano (1917-2009), y editado con la leyenda “Año 105 de la Era Hilteriana”, se ofrece en algunos puestos de periódicos de Avenida Juárez, en el primer cuadro de la capital.

Según los encargados de esos expendios, los ejemplares –que en su página legal exhiben el sello de las editoriales Wotan, de Barcelona, y Solar, de Bogotá– provienen de Guadalajara (semillero de la ultraderecha nacional) donde los consigue un español que también escribe libros de tendencia pronazi.

El libro de Hitler, dicen esos comerciantes, “se vende mucho” y entre sus compradores se cuentan turistas alemanes, “porque ese libro está prohibido allá”.

Aunque confiesan no haber leído Mi lucha, varios de esos vendedores aseguran que “Hitler no era tan malo, sino que tenía otra forma de pensar […] No quería que pasara lo que está pasando actualmente, que estamos en manos de los judíos”.

En internet, algunos buscan el libro escrito por Hitler, y hay quienes acusan a las Librerías Gandhi de no ofrecerlo a sus clientes porque esa conocida firma “es de judíos” (http://mx.answers.yahoo.com/question/index?qid=20080416123440AAXLNo7).

Hay una versión electrónica editada en Chile en 2003, con fines proselitistas (http://nsl-server.com/Buecher/Fremde-Sprachen/Hitler,%20Adolf%20-%20Mein%20Kampf%20%20Mi%20Lucha%20(ES,%20415%20S.,%20Text).pdf ).

Fuente
Contralínea (México)