La reportera Érika Hernández (Reforma, 23 de julio de 2015), al referirse a la presencia de Enrique Peña Nieto en el homenaje al abogado-notario Fausto Rico (quien fue maestro del inquilino de Los Pinos, en la universidad del Opus Dei, la Panamericana) y el relevo de éste en el notariado mexicano, informa a los lectores de la confesión pública del también frecuente huésped de Palacio Nacional, esto para imprimirle al cargo un cariz histórico. En palabras del propio Peña: “Hubiese querido ser alguna vez notario, pero el destino y la vida nos deparó otro camino”, les dijo Peña a unos 200 notarios a los que les recetó “un discurso de 25 minutos, uno de los más largos que ha dado”. ¿Qué hubiera pasado si Peña fuera notario?
Las notarías en las entidades y la capital del país son un botín de los desgobernadores que dan esa patente a sus amigos, familiares y cómplices; quienes heredan ese privilegio que, con las relaciones de los poderes público y privado, son una mina de oro, mientras el resto de los notarios, dejados de la mano de los poderosos, a duras penas mantienen flotando sus despachos. ¡Y cómo son necesarios esos abogados que dan fe pública de los actos y hechos con el poder jurídico de su firma! A la mejor Peña Nieto, ya fracasado políticamente, hubiera sido un próspero notario, y como esas aves que cruzan el pantano de la corrupción y no se manchan (¡oh, Díaz Mirón!), no estuviera ahora como presunto corrupto con su esposa con las largas que nos ha estado dando el señor Virgilio Andrade sobre la casa blanca, el inmueble de Luis Videgaray y el empresario de los sobornos.
¿Qué hubiera pasado si Peña Nieto no fuera presidente? Diez historiadores han especulado al respecto, en un libro de Historia virtual que dirigió Niall Ferguson (editorial Taurus). “Del mismo modo que es inútil lamentarse de lo pasado, según este argumento, es también inútil preguntarse cómo podría haberse evitado lo que es de lamentarse”. El caso es que no pocos mexicanos lamentamos que Peña sea el titular del Poder Ejecutivo federal, por cómo ha dirigido el timón de la nave estatal. Creyente de la predeterminación, Peña dijo que el destino y la vida impidieron que fuera notario. Cuentan que fue su tío Arturo Montiel, tras el fracaso de éste por aspirar a la Presidencia de nuestra cada vez menos república y más un Estado unitario y por tanto antirrepublicano, quien le insistió desde que éste era gobernador del Estado de México meterse de lleno a la búsqueda de la candidatura presidencial, toda vez que tras la frustrada alternancia de Vicente Fox-Felipe Calderón, el Partido Revolucionario Institucional podría regresar al cargo que ostentó desde 1946 con Miguel Alemán, transformado el Partido de la Revolución Mexicana en el actual PRI.
¿Qué hubiera pasado si los salinistas no asesinaran a Luis Donaldo Colosio? ¿Qué hubiera pasado si Carlos Salinas no hubiera escogido a Ernesto Zedillo, y qué hubiera pasado si éste, marrullero, homicida de Acteal, no hubiera manipulado las elecciones para, dizque democráticamente, entregarle el poder presidencial a Fox y éste, como lo dijo una y otra vez sin ser desmentido, impuso a Calderón? ¿Qué hubiera pasado si Elba Esther Gordillo no ayuda a Peña con el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación; y los gobernadores y el hombre del maletín –Luis Videgaray– no hubieran remado a favor de Peña? ¿Qué hubiera pasado si Televisa no apoya a Peña –no precisamente gratis–; y si Peña no se hubiera casado con Angélica Rivera? ¿Qué hubiera pasado si Soriana, Monex, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el entonces Instituto Federal Electoral (ahora Instituto Nacional Electoral) y los votos cautivos del viejo priísmo apoyador de la Expropiación Petrolera no hubieran concurrido a imponer la pírrica victoria a Peña? Ninguna de estas preguntas tendrían lugar si Peña, tras su licenciatura en el Opus Dei (de aquí le viene lo de privatizar, pian-pianito, con su reforma más laboral que educativa, a la educación pública), hubiera obtenido de su tío Montiel una notaría, y en este acto notarial hubiera sido uno de los 200 notarios que asistieron…
Pero el destino y la vida, en una interpretación determinista, decidieron que Peña fuera presidente. ¡Qué salvada se hubiera dado la nación! No estuviéramos metidos hasta el cogote y tan pronto en la crisis que se nos está viniendo encima, como a los griegos. Una crisis económica de la magnitud de un tsunami, anunciado ya más pobreza, más desempleo, cero crecimiento económico, presupuesto de base cero, es decir, de una austeridad como un “coctel de políticas clasistas, agitación social, inestabilidad política, mayor agravamiento de la deuda, asesinatos” (Mark Blyth, Austeridad, historia de una idea peligrosa, editorial Crítica).
Si Peña hubiera sido notario a lo mejor los mexiquenses hubieran ganado un buen abogado experto en esos menesteres. Y el país no estuviera, pues, plagado de conflictos, de cambios estructurales sin ton ni son y que, los de la privatización petrolera estén en el ridículo favoreciendo a Salinas en lugar de llevar a cabo consultas como dicta la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, con los desplantes autoritarios de Peña, de Chuayfett y el empobrecimiento despiadado de más de la mitad de la población. Si hubiera sido notario Peña, todo esto no estaría pasando. Peña es de los creyentes “en la predestinación histórica: la idea de que los acontecimientos están, de alguna manera, preprogramados, y lo que ha sido, tenía que ser”. Olvida que hay rectificaciones. Y que nada está predeterminado.
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