Mientras la prensa atlantista se abstiene de reaccionar ante el ridículo que está haciendo Estados Unidos desde que Rusia comenzó a bombardear –en serio– las posiciones del Emirato Islámico, los medios de prensa del resto del mundo prácticamente se mueren de risa. La operación militar de Rusia en Siria está haciendo caer las máscaras.
La noción de Estado es algo que siempre he tomado muy en serio, quizás a causa de los recuerdos románticos e institucionales que conservo de otros tiempos. Pero la palabra “Estado” siempre ha tenido para mis oídos una consonancia arrogante –no es casual que nuestros políticos acostumbren a decir que nadie es más fuerte que el Estado.
Precisamente por eso creí que se trataba de una broma cuando se empezó a hablar de un Estado Islámico. ¡Estado y, además, terrorista! Cobra impuestos, dispone de su propia moneda, tiene su capital –Raqqa–, cuenta con ingresos cotidianos muy interesantes provenientes de la venta del petróleo robado que transita por el puerto turco de Ceyhan –a pesar de que existe una decisión del Consejo de Seguridad de la ONU que prohíbe la compra de ese petróleo. Es verdad que el precio del barril está por debajo de los 30 dólares, pero eso no importa si los perjudicados son Rusia y su economía.
Y resulta que Estados Unidos, Francia, Qatar, Arabia Saudita y Jordania venían bombardeando ese Estado Islámico desde hace un año, utilizando para ello todos los satélites y equipos aeronáuticos de vigilancia y detección a su disposición. Ahora, un año después de iniciada esa campaña de bombardeos, llegan los rusos y comienzan a bombardear lo mismo que Estados Unidos ya venía bombardeando con ardor desde hace un año.
Lo lógico sería pensar que los rusos están bombardeando las ruinas resultantes de los bombardeos estadounidenses. Pero resulta que se están encontrando con complejos enteros de campos de entrenamiento de terroristas, nudos de comunicaciones, almacenes, hangares, búnkeres de varios niveles, puestos de mando, puestos de observación y vigilancia, grandes tanques de petróleo, instalaciones donde se almacenan alrededor de 50 tanques de guerra, posiciones de artillería, talleres, fábricas de minas y de explosivos, todo ese tipo de instalaciones que representan el poderío militar de un Estado –en este caso, de un Estado terrorista. Como diría nuestro difunto comentarista deportivo Mladen Delic: «Pero, ¿cómo es esto posible, amigos míos?»
Así es. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo es posible que ningún medio de difusión occidental se haga esta misma pregunta? En 1999, en Kosovo, en cuanto el ejército yugoslavo encendía el motor de un tanque, de inmediato aparecía un drone, y detrás del drone llegaban los aviones de guerra de la OTAN. Y eso sucedía… en Kosovo, región donde la vegetación y el relieve, muy ricos, permiten enmascarar cualquier cosa.
En Siria, las fuerzas del Estado Islámico se encuentran, a veces, en regiones montañosas pero principalmente se hallan en zonas desérticas, donde la aviación dispone de condiciones perfectas para detectarlas y golpearlas. ¿Cómo se explica entonces que el Estado Islámico haya sido más fuerte que Estados Unidos durante ya todo un año? Y no estamos hablando de sellos de correo, aunque creo que los sellos de correo del Estado Islámico seguramente tendrán para los filatelistas mucho más valor que los de Estados Unidos, porque el correo estadounidense está nacionalizado, no privatizado.
Es probable que los aviones rusos tengan que atacar ahora las oficinas de correos del Estado Islámico para salvar el valor de los sellos de correo de Estados Unidos. Sin embargo, los medios de difusión estadounidenses tienen la insolencia de criticar a los rusos porque se han atrevido a bombardear lo que Estados Unidos supuestamente ya venía bombardeando con éxito desde hace un año, aunque en el territorio del Estado Islámico todo está todavía intacto… incluso la oficina de correo.
Pero [en Serbia] nuestras oficinas de correo fueron destruidas en 1999. O sea, Estados Unidos y sus socios son los únicos que tienen derecho a bombardear. Es algo así como la Inmaculada Concepción.
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