Haya de la Torre solía reiterarnos que para hacer la urgente revolución popular, deberíamos empezar por revolucionarnos nosotros mismos.
Resultaba condición insoslayable para ungirse de la autoridad necesaria, tener que presentar una biografía limpia, trayectoria constante y consecuente y, sobre todo, una gran vocación de servicio aparejada con capacidad de sacrificio y privación.
Por lo que se advierte, ocurre todo lo contrario y el ignorante, frívolo, veleidoso, corrupto, sinvergüenza, depravado, lujurioso, en fin, esas alimañas, pululan en los partidos políticos. El asqueante caso del médico del Hospital Loayza que estuviera en la planilla técnica del alanismo durante la campaña electoral y que luego se subiera al coche del actual gobierno nada menos que como asesor del presidente, da idea de la escoria de que hablamos.
Los auténticos líderes no son los que hacen los diarios o la televisión, los verdaderos son los que se hacen en la lucha cotidiana, en el trabajo sin descanso y en el estudio permanente. Son los que en su humildad y entrega generan mística, que los lleva al heroísmo y al martirologio sin condiciones.
Los revolucionarios sufren el ideal y lo llevan inmarcesible y apuntalado en el corazón toda su existencia, no renuncian ni por boato u oropel que ablandan conciencias o por pitanza dineraria y ambición desmedida. Muchos escogieron transformar las estructuras para beneficio de los más necesitados y afrontaron la muerte con serenidad y como una liberación.
Algún obtuso dirá que lo dicho es una utopía, un anhelo, un sueño para tranquilizar su conciencia de conformista, pero debo apuntar sin mayor esfuerzo y para sorpresa de muchos, que no solamente existen sino que los conocí y fueron como la yunta que labró terreno eriazo para convertirlo en productivo.
Más aún supieron estar al frente de las masas en sus puestos de riesgo y de combate, sin el miedo que a muchos derrota y aleja para convertirse en desertores y traidores. Ese lugar, que no pueden ocupar los cobardes, jamás lo cedieron y supieron dar la cara a la adversidad y al enemigo cruel que nunca tuvo un ápice de compasión o conmiseración.
Ahora, ¿quiénes son los actuales “líderes” de Alfonso Ugarte? (que no alcanzan ni a la denominación de dirigentes), los que mi amigo y compañero Herbert Mujica Rojas llama con precisión los del -6%. Son espurios porque su mandato feneció hace mucho tiempo por ser los culpables de sendas derrotas, son los que traicionaron el pensamiento de Víctor Raúl por adocenarse a la derecha más rancia y conservadora del país, son los que hace 25 años coquetean con la corrupción y el oportunismo más rastrero, son los que prefirieron la quincena y la librea, a la lucha y la pasión por el ideal renovador; son los que hicieron de la fraternidad una execrable complicidad que va del brazo con la impunidad criminal, son los que olvidaron a los pobres por la prebenda y la sinecura.
Los supuestos relevos en la dirección tienen la desfachatez de creer que todos tenemos mala memoria y que hemos olvidado que no son más de lo mismo, con pasados vergonzantes y sostenedores de un caudillismo anacrónico y egocéntrico que la sabiduría popular bautizó como “alanismo”.
Intentan sorprender a tontos y bobos anunciando que recuperarán la izquierda democrática después de haberse llenado los bolsillos con dineros del pueblo y haber dado la espalda a los que más sufren sin el menor escrúpulo. Son los que se aliaron con los traficantes de tierra en búsqueda de votos y ni se sonrojaron cuando el partido se llenó de gente que convivía con el delito y específicamente con el narcotráfico, amén de los negociados viles e infames desde el gobierno.
Los alanistas se quieren mostrar conversos y anuncian recuperar la invicta figura de Haya de la Torre al cual desconocieron y traicionaron con sus actitudes, provistos de gran desparpajo e irresponsabilidad.
Empero, existe la esperanza que una juventud impoluta y sin compromisos con el pasado, vuelque su rebeldía creadora y arroje a los mercaderes del templo sin miramientos ni contemplación alguna.
La primera acción revolucionaria será aquella que con coraje y decisión se deshaga de esa cúpula nefasta y no se deje llevar por los cantos de sirena de quienes primero tendrían que levantar su secreto bancario y retirarse de la contienda con el rabo entre las piernas.
La limpieza se hará con los que puedan entonar con pasión y alegría los versos del himno de la juventud aprista que empieza diciendo: “¡Juventud!, el APRA nos señala el deber de sembrar en nuestras conciencias el bien, …”.
Nadie podrá llamarse aprista y coludirse con los apóstatas que renegaron del código de ética japista, del cual no tienen referencia alguna porque nunca militaron en las filas de la juventud ni dieron testimonio de rebeldía y lucha por los derechos de los marginados.
¡Y si quieren auténticos referentes, fíjense en las vidas de los que fueron revolucionarios, no de la boca para fuera, sino los que con sus vidas demostraron su indeclinable vocación por la justicia social tantas veces traicionada y postergada por los que miraron hacia otro lado, atraídos por sus desvaríos. Y si quieren nombres, allí tienen: Manuel Arévalo, Manuel Barreto Risco, Alfredo Tello Salavarría, Celso Albinagorta, Perico Chávez, Nicanor Mujica Álvarez Calderón, Luis Felipe de las Casas, Manuel Seoane, Hilda Urízar Peroni, Luis Heysen Incháustegui, Carlos Manuel Cox, Luis Felipe Rodríguez Vildósola, Luis Alberto Sánchez, Andrés Townsend Ezcurra, entre muchos.
O ser genuinos portadores del ideal hayista de pan con libertad, doctrina y ética insobornables o decretamos los funerales del otrora gran movimiento de masas, el aprismo.
O se vive con un logotipo sin contenido o se es revolucionario de verdad. No cabe más.
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