Aunque ya pasaron más de 8 años desde la quiebra de Lehman Brothers, la economía mundial sigue padeciendo graves problemas estructurales. No solamente el mundo no consigue superar el bajo crecimiento, sino todavía peor, el endeudamiento ha crecido de forma explosiva en los años recientes. Los países industrializados, como Estados Unidos, Alemania y Francia, han visto incrementadas sus deudas exponencialmente; y también los países emergentes, como Brasil y China. Es indudable, si el nivel de endeudamiento sigue creciendo, más temprano que tarde seremos testigos del estallido de otra crisis financiera.
En los últimos años, el endeudamiento ha venido aumentando de forma explosiva. Según las estimaciones realizadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), la deuda global del sector no financiero —incluye a los gobiernos, los hogares y las empresas no financieras— supera ya los 150 billones de dólares; un volumen que representa el 225% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial [1]. De este gran total, aproximadamente 100 billones de dólares corresponden a deudas que han sido adquiridas por las empresas privadas y las familias; el resto es endeudamiento público.
Las economías industrializadas se encuentran, a mi modo de ver, en la situación más crítica. Además de que sus tasas de crecimiento son demasiado bajas, sus niveles de endeudamiento, tanto público como privado, han venido incrementándose a un ritmo sin precedentes. El principal problema de todo ello es que, frente a un alto nivel de endeudamiento, las empresas y las familias se ven obligadas a destinar una proporción creciente de sus ingresos a la liquidación de sus deudas, con lo cual los recursos que serían canalizados a realizar inversiones y consumir se reducen dramáticamente.
Una vez llegados a este punto, se corre el riesgo de que la adquisición de deudas más grandes dificulte llevar adelante el proceso de desapalancamiento (’deleveraging’) y, con ello, se termine por socavar la expansión de la economía productiva y la generación de empleo; un círculo vicioso que bien puede generar nuevas burbujas financieras y, de un momento a otro, provocar un desenlace violento. Por otra parte, si se toma en cuenta que, actualmente, las tasas de inflación están por debajo de 2% (en términos anuales) en casi todos los países industrializados, no resulta una idea descabellada pensar que una espiral combinada de deuda y deflación (caída de precios) sea hoy una amenaza latente.
El otro gran problema, como he sostenido en ocasiones anteriores, es que la artillería de la banca central para combatir bien sea una recesión, bien sea una crisis financiera, está prácticamente agotada [2]. En estos momentos, las tasas de interés de referencia se encuentran muy cercanas a cero en la mayoría de los países industrializados; por lo tanto, su margen de maniobra para disminuir aún más el costo del crédito interbancario a un día es casi nulo. De acuerdo con los cálculos de Bank of America Merrill Lynch, desde que estalló la crisis de 2008 los bancos centrales del mundo han reducido más de 600 veces las tasas de interés de referencia; adicionalmente, han realizado inyecciones de liquidez [3], de manera conjunta, por más de 18 billones de dólares, apunta Bloomberg [4].
A mi juicio, si la debacle de la economía mundial se profundiza, los bancos centrales de los países industrializados tomarán acciones mucho más arriesgadas; por ejemplo, a través de la utilización de herramientas ya conocidas. La Reserva Federal (FED) de Estados Unidos bien podría relanzar su programa de compras de bonos del Tesoro e, incluso, comenzar a adquirir otro tipo de títulos financieros, ya no solamente aquellos que están sustentados en hipotecas (’mortgage-backed securities’); mientras, el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco de Japón podrían incrementar de nuevo el volumen de sus compras de activos.
Cabe destacar además que hay varios países que ya pusieron en marcha otras acciones de política monetaria: la reducción de las tasas de depósito a territorio negativo. El objetivo es disuadir a los bancos comerciales de depositar su exceso de dinero en efectivo en los bancos centrales y, con ello, se animen a otorgar crédito a las actividades productivas. Sin embargo, hasta el momento los resultados de esta medida son decepcionantes.
La imposición de tasas de depósito negativas no ha funcionado conforme a lo previsto [5]. Es más, todo apunta a que solamente ha agudizado la crisis de rentabilidad de las entidades bancarias. En la actualidad, más de 10 billones de dólares de deuda son negociados con rendimientos negativos, según los datos del Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés), situación que está dificultando la obtención de beneficios entre los bancos, las cajas de seguros y los fondos de pensiones [6].
Por su parte, las economías emergentes tampoco están exentas de riesgos pues, aunque el endeudamiento público se encuentra en niveles manejables, a diferencia de las economías industrializadas, los volúmenes de deuda privada registran ya una dimensión colosal: las corporaciones que llevan a cabo sus operaciones en países como Brasil han realizado grandes emisiones de deuda denominada en dólares.
En el caso de China, considerada una economía emergente de importancia sistémica, muchas empresas se han venido financiando a través de centros financieros extraterritoriales (OFC, por sus siglas en inglés) en los años recientes. De acuerdo con la Organización para Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la deuda privada en China representa más del 150% del PIB [7]. A esto se añade que no ha resultado nada sencillo para el Gobierno chino resolver los problemas de exceso de capacidad en varios sectores de la economía; especialmente, en aquellos que siguen fuertemente apalancados.
Sin lugar a dudas, el endeudamiento excesivo se ha convertido en un peligroso lastre para la economía mundial. No obstante, más allá de que una deuda elevada constituya un obstáculo para la expansión de una economía de forma sostenida, la más grande amenaza es que, en algún momento, este nuevo ciclo de sobreendeudamiento termine por detonar otra crisis financiera de alcance mundial.
[1] «IMF Fiscal Monitor: Debt: Use it Wisely», International Monetary Fund, octubre de 2016.
[2] «Los bancos centrales del G-7 perdieron la brújula», por Ariel Noyola Rodríguez, Russia Today (Rusia) , Red Voltaire , 12 de septiembre de 2016.
[3] «The $18 Trillion Central Bank Experiment In Five Charts», Bryan Rich, Forbes, 12 de septiembre de 2016.
[4] «Preparing for the Post-QE World», Jean-Michel Paul, Bloomberg, 12 de octubre de 2016.
[5] «Negative interest rates: necessary evil or symbol of greed?», Tim Wallace, The Telegraph, 30 de julio de 2016.
[6] «BIS Quarterly Review, septiembre de 2016», Bank for International Settlements, 18 de septiembre de 2016
[7] «China’s Central Bank Chief Sounds Warning Over Rising Debt», Bloomberg, 20 de marzo de 2016.
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