Casi siempre, el nuestro ha sido el país de un solo hombre. Santa Anna… ¡con sus nueve reelecciones!, durante 22 años. Y, después, la continuidad de los 27 años de Porfirio Díaz. Benito Juárez estuvo 14 años. Plutarco Elías Calles fue el poder tras el trono con 10. Alemán y su creación del PRI, que con los cuatro años de Peña, el presidente en turno ha ejercido el poder presidencial de un solo hombre durante 58 años. El PAN 12 años, en el mismo tenor: país de un solo hombre. La reelección, por sí misma, no es antidemocrática. Y menos si está regulada constitucionalmente. Pero sí lo es cuando, como Santa Anna y Díaz, impusieron sus reelecciones por el servilismo del Congreso y el apoyo de las bayonetas para desempeñar la presidencia autocrática y autoritariamente.
Hemos tenido 67 individuos en ese poder casi, casi, absoluto. En plural lo de “la dictadura perfecta” que nos imputó Mario Vargas Llosa. Desde Miguel Hidalgo y sobre todo desde José María Morelos y Pavón, revoluciones y constituciones buscaron implantar el republicanismo y la democracia representativa, sustentada en el poder del pueblo; pero el poder de un sólo hombre las ha saboteado y traicionado al pueblo. Excepcionalmente, diputados y senadores han cumplido con su deber político. Con Enrique Peña Nieto padecemos nuevamente el problema de un sólo hombre, con las complicidades del Congreso y la cúpula del Poder Judicial: la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Los tres poderes, directa e indirectamente ejercidos por un sólo hombre y sus alfiles y peones, para hacer del patrimonio nacional un botín, al amparo de la corrupción y la impunidad. Y ante los abusos de las cúpulas, manipulando al Estado, utilizan al gobierno y devastan a la sociedad por un presidencialismo a la Santa Anna, otra vez aparece el fantasma del resurgimiento de un levantamiento nacional.
Existen registros de los abusos y perversidades de Santa Anna, cuando para obtener más recursos –cuya mayor parte se robaba– decretó impuestos sobre ventanas, puertas, perros y gatos (menos para las ratas, sus santas patronas). Medidas “pestíferas” y con más palabras de Maquiavelo, “la multitud, fastidiada por su (mal) gobierno, se levantó y lo derrumbó”. Como ahora Peña –el nuevo Santa Anna–, por haber dejado en la mano visible de la total privatización y del mercado libre el aumento de los precios, como a los tiranos, por “su vituperable acción” es ya odiado (Nicolás Maquiavelo: Discursos sobre la primera década de Tito Livio); y el malestar social es incontenible (¿será cierto lo de la reencarnación? Consultar el ensayo de Michel Delahoutre, en el Diccionario de las Religiones, editorial Herder). Y para una investigación histórica del vil Santa Anna, los tres volúmenes de Enrique González Pedrero: País de un solo hombre: el México de Santa Anna (FCE). La copia o reencarnación de Peña Nieto salió corregida y aumentada autoritariamente con la consigna monárquica de “después de mí el diluvio”. Peña ha desgobernado al país. Y ante las amenazas ya cumplidas de Donald Trump, nuestro resucitado Santa Anna se apura para colaborar a la devastación.
Prácticamente tenemos una dictadura, en donde las élites políticas y económicas, con la entrega a los inversionistas nativos y extranjeros, se abalanzan para despojar a la Nación de sus mermadas riquezas naturales: minería, petróleo, electricidad, gas, agua potable… como delincuentes cómplices del narcotráfico y la sangrienta y pavorosa inseguridad, que tienen sitiados a más de 120 millones de mexicanos que no tienen otra opción que la abierta oposición “de los pueblos libres, que surgen de estar oprimidos o de sospechar que pueden llegar a ser oprimidos” (Maquiavelo, dixit). Trump desde afuera y Peña desde dentro, son una pinza; la soga al cuello de México, que debemos quitarnos cuanto antes. Ya no basta con resistir, protestar o reclamar. Si todo queda como ahora en conflictos que están siendo administrados por Peña, entonces nos esperan, para mañana, para hoy mismo, días-años de un terrible desastre dramáticamente trágico.
Peña le abrió las puertas a Trump y éste, con su desbordado odio a los mexicanos, ha iniciado una nueva invasión antieconómica, aprovechándose de que Peña, mal gobernante, está preso del pánico; pues odiado por el pueblo no cuenta con la capacidad para hacer valer sus llamados a la unión para enfrentar otra acción como la de 1847, cuando Santa Anna fue despreciado por el pueblo, al saber que era el responsable de la invasión militar. Y de haber entregado la mitad del territorio. Le falta a Peña-Santa Anna imponernos impuestos por tener más de una puerta, un perro, una ventana y un gato. Su “gasolinazo” es, con el estancamiento económico y la inflación, la vía libre al neoliberalismo económico del capitalismo salvaje. Los mexicanos debemos considerar que vivimos tiempos “contrarios que se nos pueden venir encima y qué dirigentes necesitaremos en estos tiempos adversos”, por la reencarnación de Santa Anna en Peña Nieto.
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