Hoy, en todo el mundo, al menos 21 millones de niños, mujeres y hombres están siendo explotados en condiciones de abierta esclavitud. Delincuentes transnacionales se ríen de las débiles penas que gobiernos de todo el mundo prevén para este delito y se reparten un botín que supera los 150 200 millones de dólares al año. Los criminales son individuos y grupos que no sólo forman parte de la delincuencia organizada; muchos trabajan para empresas legalmente establecidas, gobiernos y milicias formales.
Las redes de tratantes de personas van desde individuos y grupos locales hasta funcionarios y directivos de trasnacionales. Reclutadores, transportistas, gerentes, compradores son algunos de los roles que asumen quienes participan en la comisión de este crimen. Muchos cárteles de la droga o del trasiego de minerales y maderas preciosas también son, al mismo tiempo, tratantes de personas. Este filón les sirve incluso para construir negocios y estructuras financieras con el objetivo de lavar dinero. Otro actor con cada vez mayor participación en la trata lo constituyen las organizaciones terroristas del estilo del Estado Islámico y Boko Haram, quienes así consiguen combatientes y servidumbre.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) define la trata de personas como “el reclutamiento, transporte y acogida o recepción de personas, mediante coerción, secuestro, engaño, abuso de poder o aprovechamiento de vulnerabilidad con fines de explotación”. Es decir, trabajo forzoso, pérdida de la libertad y de absolutamente todos los demás derechos. El internet y las nuevas tecnologías no han servido de mucho para combatir el flagelo. Por el contrario, los tratantes encontraron una nueva plataforma para hacerse de más víctimas.
La explotación sexual es la modalidad de esclavitud que más ganancias genera actualmente, señala el Trasnational Crime and the Developing World, estudio de la Global Financial Integrity fechado en marzo pasado. Por sí sola, la explotación sexual hace ganar a los perpetradores de este delito alrededor de 99 mil millones de dólares al año.
Y es que, en promedio, cada víctima que es sometida a explotación sexual genera a sus victimarios 21 mil 800 dólares anualmente. Este negocio es impulsado principalmente por un mercado de millones de personas dispuestas a pagar por servicios sexuales.
La prostitución es la principal actividad de quienes son víctimas de explotación sexual, pero hay otras modalidades mediante las cuales los perpetradores obtienen recursos, como la pornografía.
Otro gran rubro de la trata de personas es el del trabajo forzado en las industrias de la agricultura, la silvicultura, la pesca, la construcción, la minería y la manufactura. La tercera gran sección es la del trabajo doméstico forzado, donde se emplean como sirvientes personales o familiares a millones de personas. Finalmente, el cuarto rubro es el del trabajo militar forzado.
Las víctimas de la trata de personas generalmente han padecido una vida previa de suyo difícil. El documento señala a los pobres, los jóvenes, las personas sin hogar, los no escolarizados, los desempleados, los marginados, los desplazados, los migrantes, los indígenas, los homosexuales, las lesbianas… siempre las personas en situación de crisis: muchas de ellas provienen de guerras, terremotos y otros siniestros causados por desastres naturales. No lo dice el documento, pero si observamos bien, se trata de millones de excluidos por un sistema económico y político injusto.
Muchos de quienes trabajan de manera forzada están sometidos a la servidumbre por deudas. En el documento se explica que “su trabajo va hacia el pago de la deuda inicial, por lo que las víctimas generalmente no son capaces de pagar gastos básicos como alimentos, agua, refugio y medicamentos. Sus ‘empleadores’ los proporcionan a precios exorbitantes, fijando el costo y aumentando continuamente la deuda. Los individuos y las empresas que se dedican a la servidumbre por deudas reciben beneficios financieros mucho mayores que el monto inicial que prestan”.
Vaya que, históricamente, lo mexicanos conocemos bien esta modalidad. Aquí se le bautizó como “las tiendas de raya”, tan populares en el porfirismo como en el día de hoy. ¿Cuántas personas, principalmente indígenas, están sometidas bajo esta modalidad de esclavitud?
He visitado plantaciones de Morelos y de Sinaloa. Los jornaleros viven endeudados y en la más absoluta miseria. No son dueños ni de los machetes o garrafones de agua que utilizan para la zafra o el corte de pepino. Todo lo deben y no hay donde comprar si no es en la tienda del capataz. Los enganchan en sus comunidades, viajan con toda la familia y llegan debiéndole al patrón hasta el transporte que los conduce a su prisión.
Los indignantes testimonios y la pruebas documentales pueden leerse principalmente en los trabajos “Desplazados por el hambre” y “Los esclavos de la zafra”. No hay cifras concluyentes de cuántos mexicanos están en esta situación, pero tan sólo de la Montaña de Guerrero son enganchados más de 50 mil cada año.
El problema, en México y en el mundo, no parece de fácil solución. La desigualdad y la falta de seguridad generan personas vulnerables por millones. En el sistema imperante no habrá solución alguna porque, precisamente, el sistema es el generador del problema. La liberación de estas personas pasa por la destrucción de su yugo.
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