Todavía desfilaron pacíficamente los trabajadores mexicanos. Llevan 5 sexenios protestando. Reclamando sus derechos constitucionales para, en el contexto del brutal y salvaje capitalismo, recibir al menos salarios para poder medio cubrir sus necesidades alimentarias. Había miles de mujeres a las que diariamente se les ve por las calles, llevando a sus hijos a la escuela para luego dirigirse a sus empleos pagados por el machismo patronal. Como clase laboral, no fueron a celebrar; sino a mostrar su indignación ante el peñismo y sus cómplices patronales, quienes, como en Fuenteovejuna: todos a una, sobreexplotan la fuerza trabajadora con alevosía y ventaja canallesca que tiene a la nación harta, y con un gran odio hacia el gobierno federal y sus copias en los desgobernadores. Porque, integrantes de los más de 100 millones de pobres, los trabajadores sobreviven miserablemente.
Ya no los privan de sus vidas a balazos, como a los Mártires de Chicago, aquél 1 de mayo de 1886 que los trabajadores en nuestro país recodaron por primera vez en 1889, y después de 1913 a la fecha, sin que nunca como ahora con el peñismo estén nuevamente como esclavos de patrones, empresarios y banqueros que se resisten a entregarles salarios al menos consecuentes con su desempeño. Y más ahora con las “reformas” que el peñismo impuso con la complicidad del PRD, el PAN y el priismo. El encargado de proteger a los patrones es Navarrete Prida, quien encubre a los representantes de esos capitalistas y omite abusos; permitiendo, por ejemplo, que trabajadores sin protección ni cuidados laboren en las construcciones donde en cada obra mueren sepultados, mientras los hacen laborar horarios de 14 horas.
Marcharon los trabajares por las calles de las capitales de los 32 estados y mostraron sus reclamos. Es otro 1 de mayo para el peñismo, pero los trabajadores acumulan su odio al gobierno y a los patrones. Regresaron a sus empleos. Pero, están a punto de un estallamiento social porque ya no hay otro camino. Y es que la clase trabajadora sufre enfermedades que en la mayoría de los casos, el IMSS cura con aspirinas y largas esperas para ser atendidos víctimas del desprecio administrativo (con todo y la dedicación de médicos y enfermeras). Y el peñismo se llena la boca (iba a escribir: el hocico) con sus cifras de ingreso al IMSS para alardear de que ha aumentado el empleo. Pero nada dice de la miseria de los salarios. Así que no hay otro camino que ir más allá de las calles para exigir justicia laboral.
Así como también para exigir que el inepto peñismo detenga la sangrienta inseguridad que asola a la nación. Y es que ahora que Juan Rulfo nos invita a celebrar el centenario de nacimiento (1917-2017), leyendo la prosa trágicamente conmovedora de sus vivencias recreadas literariamente, si mirara con sus ojos inundados de tristeza lo que le está pasando a nuestra patria en llamas por la sangrienta inseguridad, volvería a escribir la continuación del cuento: ¡Diles que no me maten!… pero en plural: ¡diles que ya no nos maten! No más muertos exige la nación.
Y es que no hay un día que no sepamos de homicidios en una casi guerra de todos contra todos (sicarios, narcos, militares, policías y asaltantes con una pistola asesinando porque sí). Y en medio el pueblo indefenso, las mujeres presas de la violencia para violarlas; niñas secuestradas, desapariciones forzadas, feminicidios y familiares buscando a sus muertos en fosas clandestinas, víctimas de delincuentes y gobernantes que apilan a sus víctimas en ellas para, supuestamente, ocultar sus abusos sangrientos. “¡Diles que no (nos) maten!”, es el clamor de millones de mexicanos que sufren, buscan un empleo y sobreviven con sus miserables salarios y despidos injustificados de empresarios amparados en la impunidad.
Y las complicidades de las élites políticas, económicas, militares, burocráticas y financieras que tienen poco, nada o mucho que ver con el narcotráfico. Y los de arriba, encaramados en los escondrijos de los poderes, solamente dedicados a robar y poner a salvo ese dinero y bienes inmuebles, dentro y fuera del país, despojando al pueblo hasta de su derecho de “alterar o modificar la forma de su gobierno”, aprovechando esta época de incontenible rapiña y sangrienta inseguridad, para sembrar el miedo colectivo y cosechar corrupción e impunidad.
“¡Diles que no (nos) maten!”, para que cese la “paz” de los sepulcros. Para que termine el temor y la angustia de salir a dejar a los niños a la escuela y correr al trabajo, con la incertidumbre de no regresar vivos. Quieren que no sepamos de todo lo que sucede, matando periodistas para que no fluya la información, ya censurada por el apoderamiento de empresarios de los medios de comunicación. Se cambian armas por drogas y en las redes bancarias del mundo y de nuestro país circula el lavado de dinero, para enriquecer por igual a capos, banqueros y funcionarios a la luz del neoliberalismo económico que revitaliza al capitalismo, renovando la explotación y agudizando las desigualdades sociales, por la acumulación y concentración de la riqueza generada por los trabajadores, los campesinos, los niños que no van a la escuela por vender lo que sea en las Calles; o de halcones de narcos y quienes por el “gasolinazo” han de robar gasolinas para rematarlas en el mercado negro, combatidos a sangre y fuego, sin ir a la raíz del problema.
Dicen las “estadísticas” gubernamentales que ya bajaron los índices de homicidios, asaltos, secuestros, desapariciones y feminicidios. Aunque hora tras hora hay más asesinatos. Y es que no hay empleos; y sí demasiada pobreza, corrupción e impunidad. Por lo que el pueblo no tiene más opción que recobrar el ejercicio directo de su soberanía, para que el poder público se instituya en su beneficio.
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