¿No es una gran ocasión para el dos veces ex presidente Alan García Pérez, de aclarar todos los casos en que existe presunta participación suya, directa o indirecta, por intérposita persona y por el privilegio que le dio el pueblo al elevarlo a la primera magistratura?
Si no la debe, es decir si no participó, no lo salvó la prescripción o cualquier maniobra hechiza –Megacomisión- no la teme. La gente quiere conocer el detalle de su limpieza y transparencia.
Los amparos, maromas jurídicas, declaraciones por Twitter, Facebook y redes sociales, pueden poco cuando en el ambiente flota la desconfianza y sospecha de malos comportamientos. Y por eso la gente castiga. ¿De qué otro modo interpretar el magrísimo 5.8% del 2016 y cuando otros levantaron más votos que el alicaído ex mandatario? Los pretextos brillan por su anemia y destrozan toneladas de palabras que nadie cree.
¿Por qué enormes masas ciudadanas viven con la convicción que los gobiernos de Alan García Pérez son de lo más corruptos y sucios? Y esa circunstancia se traslada a los apristas de quienes se afirma que son rateros. Pregunten a los jóvenes y la colección de calificativos y denuestos son interminables.
Por tanto, no sólo tiene que aprovechar Alan García esta ocasión para esfumar las durísimas sospechas que hay sobre él ante el país sino que debe explicar a los militantes apristas ¿por qué destruyó al Apra? En los últimos meses se acordó de mencionar a Haya de la Torre, su ideología y principios doctrinarios. Acaso fuera más útil que recordara que sobre Víctor Raúl se dijeron horrores pero nunca que fuera un ladrón, estafador, aprovechador o destructor de movimientos sociales que reconocían en su fraternidad la soldadura de una dinámica extraordinaria.
Las discusiones legales son bizantinas. Nunca se pondrán de acuerdo las distintas posiciones y por la simple razón que en Perú hay recetas para todos los gustos y quienes disfrutan de sus bondades han perfeccionado el crimen que no se castiga, la factura que no se paga, la traición a la que llaman “política”.
Los mastines y palafreneros son especialistas en la adulación revestida de un pseudo criterio sociológico o histórico. Pero aprovechan los huecos y se adentran en el escuálido debate político criollo en que la sartén le dice a la olla: ¡no me tiznes!
Ha insistido Alan García Pérez en que él no roba pero otros sí. Muy bien entonces que lo demuestre echando luz intensa, potente y definitiva sobre todos los casos. Según su lógica como él no roba, por tanto, debería estar feliz de esclarecer cuanto se le pregunte, con pruebas y testimonios irrefutables y para asentar los durmientes y carriles de un gran acontecimiento histórico.
Si escoge otra vía, la elusión vitanda, la pirotecnia hechiza, el truco legaloide, con la ayuda de tinterillos deleznables, proseguirá en su inevitable nadir, rumbo a la oscuridad con que la historia guarece a los eternos asaltantes de la fe popular.
Al pueblo hay que hablarle claro, sin tapujos y sin máscaras. Quienes hicieron de la política vil negociado culpable sólo tienen el destino inevitable del desprecio y luego olvido sempiternos.
¡Haga buen uso de su oportunidad señor Alan García Pérez!
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