El establishment estadounidense sigue obligando al presidente Trump a defender la OTAN, hoy por hoy principal herramienta del imperialismo transnacional. A pesar de los desplantes que Trump les infligió en la reciente cumbre del G7, los vasallos de Estados Unidos siguen negándose a ser independientes, así que el presidente estadounidense mantiene un aspecto de la política de sus predecesores: infantilizar a los europeos y azuzarlos en contra de Rusia. Previendo una posible disolución de la Unión Europea, algunos miembros de esta última optan por implicarse más aún en la OTAN.
Dos cumbres, organizadas ambas en Bruselas a sólo 2 semanas una de otra, representan el statu quo de la situación en Europa. La reunión del Consejo Europeo –realizada el 28 de junio– confirmó que la Unión, basada en los intereses de las oligarquías económicas y financieras, principalmente de las grandes potencias, se desmorona por causa de conflictos de intereses que no se limitan a la cuestión de los migrantes.
La otra cumbre es el Consejo del Atlántico Norte –a realizarse del 10 al 11 de julio con la participación de los jefes de Estado y de gobierno de los 22 países de la Unión Europea (que cuenta 28 Estados) que son a la vez miembros de la OTAN. El objetivo de esa otra cumbre es fortalecer el mando de Estados Unidos sobre la OTAN. El presidente Donald Trump llegará así con mejores cartas a la cumbre bilateral que celebrará, sólo 5 días después, con el presidente ruso Vladimir Putin en Helsinki.
La situación de Europa dependerá fundamentalmente de lo que el presidente de Estados Unidos ponga sobre la mesa de negociaciones.
No es un misterio que Estados Unidos nunca quiso una Europa unida que fuese su aliado en un plano de igualdad. Durante más de 40 años, a lo largo de la guerra fría, Estados Unidos mantuvo a Europa subordinada y en el papel de primera línea de su confrontación nuclear con la Unión Soviética. En 1991, ya terminada la guerra fría, Estados Unidos teme que los aliados europeos cuestionen su liderazgo por estimar que la OTAN ha perdido su utilidad, ante la nueva situación geopolítica. Ese temor determina la reorientación estratégica de la OTAN –siempre bajo el mando de Estados Unidos–, reconocida en el Tratado de Maastricht como «base de la defensa» de la Unión Europea, y su ampliación hacia el este, con lo cual los ex miembros del desaparecido Pacto de Varsovia se comprometen más con Washington que con la Unión Europea.
Más tarde, durante las guerras iniciadas contra Irak, Yugoslavia, Afganistán, nuevamente Irak, Libia y Siria, por debajo de la mesa Estados Unidos se pone de acuerdo con las grandes potencias europeas –Reino Unido, Alemania y Francia– repartiéndose con ellas las zonas de influencia mientras que impone sus deseos a los demás países europeos –incluyendo Italia– sin concederles gran cosa a cambio.
El objetivo fundamental de Washington es no sólo mantener a la Unión Europea en posición de subordinado sino también, con más razón aún, impedir la formación de un área económica que abarque todo el continente europeo, incluyendo Rusia, y que se conecte con China a través de la naciente «Nueva Ruta de la Seda». Esa es la verdadera causa de la nueva guerra fría iniciada en Europa en 2014 –bajo la administración Obama–, con las sanciones económicas y la escalada de la OTAN contra Rusia.
La estrategia «divide y vencerás», o sea dividir para dominar, inicialmente disimulada bajo apariencias de diplomacia, sale ahora a la luz del día. Al reunirse, en abril, con el presidente francés Emmanuel Macron, Trump le propuso que Francia saliera de la Unión Europea a cambio de condiciones comerciales más ventajosas que las que tiene como miembro de la UE.
No se sabe lo que está decidiéndose en París, pero es significativo el hecho que Francia haya iniciado un plan que prevé la realización de operaciones militares conjuntas por parte de un grupo de países miembros de la Unión Europea sin contar con los mecanismos de decisión de la UE. Ese acuerdo fue firmado el 25 de junio por Luxemburgo, Bélgica, Dinamarca, los Países Bajos, España, Portugal, Estonia y el Reino Unido, que participará así en esas operaciones militares aún después de su salida de la Unión Europea, en marzo de 2019.
Italia, según precisó la ministro de Defensa de Francia, Florence Parly, no ha firmado todavía por «una cuestión de detalles, no de sustancia».
De hecho, se trata de un plan aprobado por la OTAN ya que «completa y acentúa la rapidez de las fuerzas armadas de la alianza». Y, subraya la ministra italiana de Defensa Elisabetta Trenta, como «la Unión Europea debe convertirse en un productor de seguridad a nivel mundial, para lograrlo tiene que reforzar su cooperación con la OTAN».
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
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