El Departamento del Tesoro de Estados Unidos estableció el 25 de octubre de 2019 la Counter-Hizballah International Partnership (CHIP), o sea la Asociación Internacional contra el Hezbollah. Unos 30 países se unieron a esa iniciativa estadounidense, implementada alrededor del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Siguiendo la línea de la “Reunión Ministerial para Promover un Futuro de Paz y Seguridad en el Medio Oriente”, realizada en Varsovia los días 14 y 15 de febrero, y de la reunión de seguimiento desarrollada en Bahrein, el 21 de octubre, Estados Unidos pretende cortar los ingresos no iraníes del Hezbollah, estrategia que debería obligar el Hezbollah a ponerse totalmente a las órdenes de Irán.
Es esa operación lo que ha provocado el cese de las actividades de los bancos libaneses –que aún se mantienen cerrados– y las manifestaciones que sacuden el Líbano desde hace 12 días.
Mientras el pueblo libanés corea consignas contra el sistema político que les fue impuesto desde 1934, los dirigentes nacionales se enfrentan calladamente a una terrible crisis financiera y los parásitos tratan de sacar del país el dinero que han robado.
El 27 de octubre alrededor de 100 000 manifestantes hicieron una cadena humana a través de los 170 kilómetros que separan la ciudad libanesa de Trípoli, en el norte del Líbano, y la de Tiro, en el sur del país.
La implacable estrategia de Washington, que tiene como “efecto colateral” la destrucción de la economía libanesa en su conjunto, comienza a hacerse sentir en el seno del Hezbollah.
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