No hay dudas de que Jean Castex es un brillante alto funcionario. Pero eso no lo convierte en la persona adecuada para ser primer ministro de Francia. Jean Castex no se ha detenido a pensar en cómo restaurar la paz social ante la globalización financiera y se limita a adoptar medidas tendientes a comprar una apariencia de paz social a corto plazo. Desde el momento de su nominación mostró que no está interesado en reformar la clase política, que se limitará a “luchar contra la pandemia”, haciendo lo mismo que los demás, y que suscribe al proyecto plasmado en el Tratado de Maastricht, concebido en tiempos de la guerra fría.
La administración francesa funciona muy bien sin necesidad de gobierno. En ese sentido es una de las mejores del mundo. Pero el papel de los ministros no consiste en suplantar a los jefes de la administración central que hacen funcionar la máquina sino en adaptar la administración a los cambios del mundo, orientarla en el sentido de la política concebida por el presidente de la República y aprobado por la ciudadanía mediante la elección de este último.
El presidente de la República no puede tener una opinión sobre todas y cada una de los cuestiones que se presentan. Pero tiene que trazar la línea a seguir en materia de relaciones exteriores y defensa, y en sectores como la policía y la justicia, la moneda y los impuestos –lo que se conoce como “funciones soberanas” [1]. Actualmente, el presidente debe repensar todo ese conjunto para restablecer el contrato social ante una modificación profunda de las estructuras de la sociedad.
Las desigualdades en materia de patrimonio se han incrementado considerablemente. Durante los últimos años, la clase media se ha derretido como nieve al sol y una nueva clase social se ha dado a conocer en las manifestaciones de los “Chalecos Amarillos”. El hombre más rico de Francia posee una suma de dinero que un trabajador pagado con el salario mínimo legal establecido en la legislación francesa no lograría ganar aunque llegara a trabajar un millón y medio de años. Esa gravísima desigualdad pone la sociedad francesa al nivel de una sociedad medieval y hace imposible su funcionamiento democrático.
Desde que el presidente Jacques Chirac sufrió un accidente cerebral, el 2 de septiembre de 2005, el avión Francia planea sin piloto. El país ha vivido 3 elecciones presidenciales –en 2007, 2012 y 2017– sin que ninguno de los candidatos haya presentado una visión del país, todos se han limitado a proponer medidas de tipo sectorial. Sin un presidente digno de ese nombre, Francia ha estado a la deriva desde hace 15 años.
El nuevo primer ministro, Jean Castex, es un funcionario de muy alto nivel, cuya eficacia todo el mundo admira, así como su reputación de ser un hombre que se preocupa por los demás. Pero no es un responsable político capaz de trazar objetivos nuevos y de repensar la arquitectura misma del sistema.
Nicolas Revel, el director del equipo de trabajo de nuevo primer ministro de Francia, es partidario de un feroz atlantismo. Nicolas Revel es el hijo de Jean-Francois Revel, miembro de la Academia Francesa, y de la periodista Claude Sarraute. Jean-Francois Revel era el principal agente de la NED (National Endowment for Democracy) en Francia mientras que Claude Sarraute escribía en el diario Le Monde crónicas, no exentas de humor, donde ridiculizaba los sindicatos obreros y valorizaba los “combates societales”.
El balance de los primeros días de Jean Castex a la cabeza del nuevo gobierno de Francia es catastrófico. En este artículo me concentraré en sus tres primeras decisiones relativas a la organización del gobierno, al enfrentamiento del Covid-19 y en materia de política europea.
1- La reforma de los equipos ministeriales
En cuanto fue nombrado para encabezar el gobierno, el nuevo primer ministro Jean Castex cambió la regla que su predecesor había impuesto a los ministros para limitar la cantidad de colabores de cada equipo ministerial. Jean Castex aumentó la cantidad de colaboradores políticos de cada ministro de 10 a 15. En el gobierno del anterior primer ministro, Edouard Philippe, los ministros se quejaban de que sus equipos no contaban con la cantidad de colaboradores que necesitaban para poder controlar las administraciones centrales. ¿Qué hacían entonces aquellos 10 colaboradores? Responder al público y dedicarse a embellecer la imagen del ministro.
Por supuesto, la ciudadanía no elige a los ministros y estos últimos sólo rinden cuentas al primer ministro y al presidente de la República, no directamente a los electores. Pero dado el hecho que cada ministro piensa ante todo en su propia carrera y, sólo después, en sus obligaciones, no está de más contar con 10 colaboradores dedicados a las relaciones públicas.
Lo anterior explica con suficiente claridad por qué no había que dar a cada ministro la posibilidad de rodearse de 5 colaboradores más. Más bien había que garantizar que los ministros no utilicen a sus colaboradores en beneficio de sus carreras políticas sino para garantizar el trabajo del gobierno. Es evidente que Jean Castex no quiere que los consejeros ministeriales intervengan en la actividad de la administración sino que se limiten a informar a los ministros sobre los aspectos técnicos de los dossiers.
2- El uso obligatorio de las mascarillas quirúrgicas
Justo antes de ser nombrado primer ministro, Jean Castex estuvo a la cabeza de misión sobre el desconfinamiento posterior a la epidemia de Covid-19, así que es de suponer que tuvo tiempo de reflexionar sobre la prevención del contagio.
El gobierno anterior había proclamado que el uso de las mascarillas era prácticamente inútil [en aquel momento, había una grave escasez de mascarillas en Francia]. Pero el nuevo primer ministro impuso su uso obligatorio. Gran parte de la opinión pública acogió el cambio de orientación con ironía: las mascarillas son inútiles… cuando no hay; ahora que las tenemos ¡hay que usarlas!
El hecho es que, 8 meses después del inicio de la epidemia mundial de Covid-19, todavía no se sabe cómo se transmite ese virus ni, por ende, cómo evitar su propagación. La contradicción entre la orientación anterior y la nueva disposición gubernamental se debe sólo al deseo del nuevo gobierno de demostrar que está al mando. No es una medida sanitaria sino un intento de tranquilizar a los franceses.
No está de más recordar que, cuando el virus apareció en Occidente, todas las autoridades afirmaban que se propagaba por contacto con las superficies sólidas. En Europa se desató entonces una histeria sobre las empuñaduras de las puertas. La gente creía que tocar una puerta y tocarse después el rostro podía significar la muerte inmediata.
Se había descubierto que el virus podía sobrevivir algunas horas sobre las empuñaduras de las puertas e incluso 2 días sobre una superficie de cartón. Se concluyó entonces que había que esperar 48 horas antes de abrir cartas o paquetes. Ahora, todas aquellas prevenciones parecen simples idioteces y ya nadie las aplica.
Pero, asombrosamente, todo sigue igual en el plano científico. Todavía no hay precisión sobre los modos de contaminación. Sólo se ha observado que no parece que el virus se transmita realmente a través de las superficies sólidas. Se «cree» por tanto que el Covid-19 se transmite a través de misteriosas emisiones líquidas humanas. La «opinión» comúnmente admitida afirma que el virus se transmite mediante emisiones líquidas provenientes de las vías respiratorias, lo cual parece indicar que sería conveniente el uso de mascarillas. Pero esto es sólo una creencia, que no está más demostrada que la ya desechada tesis de la transmisión por contacto con las superficies sólidas.
Recuerdo que se actuó de manera similar ante la aparición del sida. Al comprobarse la presencia del retrovirus en la sangre y en el semen, se concluyó entonces que podía transmitirse a través de los mosquitos y las felaciones. Durante 3 años, las autoridades sanitarias de numerosos países multiplicaron los mensajes de prevención en ese sentido. Hoy sabemos que estaban equivocadas. Los mosquitos y las felaciones no transmiten el sida.
El error está en creer que contagiarse con un virus basta para enfermarse. El organismo humano es capaz de vivir siendo portador de numerosos virus y casi siempre sabe cómo contrarrestarlos. El Covid-19 es una enfermedad respiratoria y, por consiguiente, debe transmitirse a priori como las demás enfermedades respiratorias: por vía aérea. De ser así, las únicas máscaras realmente útiles son las máscaras herméticas, como las máscaras antigases que utilizan los ejércitos o que se usan en los laboratorios P4 [2]. Las mascarillas quirúrgicas son, por consiguiente, una falsa protección ya que no se adhieren a la piel y dejan pasar el aire por numerosos puntos.
Si el Covid-19 se transmite como las demás enfermedades respiratorias –como ya dijimos, la hipótesis más probable– la principal medida de prevención sería ventilar adecuadamente los espacios cerrados, consejo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió desde el inicio de la pandemia.
Eso plantea otro problema. Con el paso del tiempo numerosos inmuebles han sido equipados con sistemas de climatización –acondicionadores de aire, etc. Esos sistemas absorben vapor de agua contaminado y redistribuyen aire frío o caliente, lo cual implica que las personas que respiran ese aire pueden contaminarse. Basta recordar la epidemia de legionelosis –infección pulmonar grave de origen bacteriano también conocida como “Enfermedad del Legionario”– surgida en 1976, en Filadelfia (Estados Unidos), durante la convención de la American Legion. En el 2000, aquella enfermedad se transmitió, de la misma manera, a pacientes del hospital europeo Georges Pompidou, en París, poco después de la inauguración de dicho centro, y hubo que reformar todo el sistema de climatización de aquel gigantesco y flamante hospital.
Incluso hay que distinguir la diferencia entre los sistemas de climatización que expulsan el aire hacia el exterior y los que funcionan en circuito cerrado, lo cual difundiría constantemente el virus dentro del edificio. Los brotes de contaminación en mataderos y otros espacios climatizados en circuito cerrado y a baja temperatura hacen pensar que esta hipótesis debe ser tomada muy en serio.
Aceptar esa hipótesis equivaldría a admitir la posibilidad de que numerosos edificios modernos tengan que ser sometidos a una profunda rehabilitación, como el hospital Georges Pompidou, lo cual implicaría importantes gastos, comparables a los que hoy se dedican a los procesos de eliminación del amianto en algunos inmuebles.
Por supuesto, para un alto funcionario preocupado por su carrera, lo más aconsejable es ignorar ese problema, seguir la corriente sin cambiar nada, actuar como los demás Estados e imponer el uso obligatorio de la mascarilla quirúrgica.
3- El momento hamiltoniano
El proyecto franco-alemán del canciller Helmut Kohl y el presidente Francois Mitterrand fue concebido durante la guerra fría. Enunciado en el Tratado de Maastricht, en 1992, su aplicación prosigue hoy en día de manera inexorable. El objetivo estratégico es construir una estructura supraestatal capaz de neutralizar los intereses divergentes de Alemania y Francia y de rivalizar en el plano económico con Estados Unidos, Rusia y China. Las piezas de ese rompecabezas van poniéndose en orden inexorablemente, como sucedió con el Tratado Constitucional de la Unión Europea.
Ante la oposición de numerosos pueblos europeos a esa construcción –que en realidad se desarrolla bajo control estadounidense–, las etapas actuales se hacen difíciles de concretar, pero la epidemia de Covid-19 permite a los dirigentes alemanes y franceses actuar bajo el paraguas del pánico ante el virus. Eso es el hamiltonian moment (“momento hamiltoniano”), referencia a la manera como Alexander Hamilton, el primer secretario del Tesoro de Estados Unidos, hizo que ese país pasara de un sistema de cooperación entre Estados independientes a una federación.
Durante el periodo que va de 1789 a 1795, siendo ya el primer secretario del Tesoro, Alexander Hamilton hizo que el gobierno de Washington asumiera las deudas que los Estados habían contraído durante la guerra de independencia, poniendo así a los Estados en situación de dependencia. Sólo 70 años después, cuando los Estados del sur rechazaron los derechos de aduana únicos que el gobierno federal quiso imponerles, favoreciendo los intereses de los Estados del norte, se vio el federalismo como una forma de sometimiento, lo cual dio lugar a la Guerra de Secesión.
Sólo al cabo de una de las reuniones cumbres más largas de la historia, los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea –reunidos en el marco del Consejo Europeo– adoptaron un plan de 750 000 millones de euros para la reactivación económica europea “post-coronavirus”. Ese plan no será financiado por una devaluación del euro, ya que sólo 19 de los 27 miembros de la Unión Europea son miembros de la eurozona, sino mediante préstamos de 30 años. Debido a ello, durante los próximos 30 años será muy difícil, sino imposible, que algún país logre salir de la Unión Europea como lo hizo el Reino Unido mediante el Brexit.
Al principio, cuando las empresas reciban subvenciones o préstamos europeos, todo el mundo estará contento. Pero más tarde, cuando las cosas vayan mejor y todos se den cuenta de que están amarrados a la Unión Europea por al menos 30 años más, reaparecerá el descontento que precede a la revuelta.
El plan europeo fue presentado como una medida urgente adoptada ante una terrible crisis. En realidad es una maniobra de “relaciones públicas” lo cual queda demostrado con el hecho que, después de adoptarlo los jefes de Estado y de gobierno, fue enviado al Parlamento Europeo y los parlamentos nacionales, que demorarán meses en pronunciarse al respecto. Durante todo ese tiempo, la ayuda –supuestamente «urgente»– se mantendrá en suspenso.
Este plan viene acompañado de un nuevo presupuesto de la Unión Europea para los 7 próximos años, que por cierto es revelador de la verdadera naturaleza de esta “unión”. Por ejemplo, últimamente se hablaba constantemente de la nueva «Defensa Europea», pero el presupuesto de defensa se ha reducido a la mitad sin explicación alguna.
Esas son sólo algunas de las piruetas y trucos que el nuevo primer ministro francés Jean Castex acaba de avalar, poniendo así el sueño de poderío de Kohl y de Mitterrand por delante del deseo de independencia de los pueblos. Se trata de una opción extremadamente grave que ya fracasó –no una sino dos veces– cuando Francia trató de realizarla en solitario, en tiempos de Napoleón, y cuando Alemania trató de hacer lo mismo, bajo el mandato de Hitler. En su versión actual, los jefes de Estado y de gobierno de Francia y Alemania están de acuerdo entre sí, pero probablemente no lo están sus pueblos y menos aún los pueblos de los demás países implicados.
El presidente Emmanuel Macron y su primer ministro Jean Castex han aceptado, en nombre de los franceses, encadenar el país a la Unión Europea por los próximos 30 años a cambio de 40 000 millones de euros.
¿Y para hacer qué? ¿Para reformar el modo de remuneración del trabajo y eliminar el abismo social entre los mega ricos y los demás? ¿Para indemnizar a los franceses que han perdido el fruto de años trabajo a causa del confinamiento obligatorio? ¿O para ganar tiempo manteniendo una apariencia de paz social? Desgraciadamente, estos dos personajes no están interesados en realizar cambios y el dinero del plan europeo va a dilapidarse sin que se resuelvan los verdaderos problemas.
[1] El texto en francés habla de “fonctions régaliennes”. El término francés régalien tiene su origen en la palabra del latin regalis, que significa “real” o “soberano”, para referirse a lo que cae en el marco de decisión del “soberano”, en este caso el presidente de la República Francesa en su calidad de jefe de Estado. Es importante recordar aquí que, a diferencia de los países donde el presidente de la República (o el jefe de Estado) no interviene en las cuestiones de gobierno y se limita al papel de guardián de la Constitución y de las instituciones del Estado, en Francia la política exterior, la defensa nacional, el orden interior, la justicia, la política monetaria y los impuestos caen en el campo de decisión del presidente de la República. Nota del Traductor.
[2] Los “laboratorios P4” son aquellos donde se trabaja con elementos patógenos de la categoría 4, que son virus como los que provocan fiebres hemorrágicas (como el ébola y otras consideradas sumamente peligrosas) o enfermedades infecciosas con altas posibilidades de diseminación y mortalidad (como la viruela). Nota de la Red Voltaire.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter