Conclusión de la oración ecuménica de Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Nos hemos reunido hoy para rezar y reflexionar, movidos por la preocupación por Líbano, gran preocupación al ver este país ―que llevo en el corazón y que tengo el deseo de visitar― sumido en una grave crisis. Agradezco a todos los participantes por haber aceptado de buen grado la invitación y por el intercambio fraternal. Nosotros, Pastores, sostenidos por la oración del Pueblo santo de Dios, en este momento difícil, hemos tratado de orientarnos juntos a la luz de Dios. Y a su luz hemos visto, sobre todo, nuestras propias carencias: los errores que hemos cometido cuando no hemos sabido dar testimonio creíble y coherente del Evangelio; las oportunidades que hemos perdido en el camino de la fraternidad, la reconciliación y la plena unidad. De esto pedimos perdón y con el corazón contrito decimos: «¡Señor, ten piedad!» (Mt 15,22).
Este era el grito de una mujer que, precisamente en las cercanías de Tiro y Sidón, se encontró con Jesús y, angustiada, le imploró con insistencia: «¡Señor, ayúdame!» (v. 25). Hoy este grito se ha convertido en el de todo un pueblo, el libanés, decepcionado y agotado, necesitado de certidumbre, esperanza y paz. Con nuestra oración hemos querido acompañar este grito. No nos demos por vencidos, no nos cansemos de implorar al Cielo esa paz que los hombres tienen dificultad de construir en la tierra. Pidámosla con insistencia para Medio Oriente y para Líbano. Este querido país, tesoro de civilización y espiritualidad, que a lo largo de los siglos ha irradiado sabiduría y cultura, que es testigo de una experiencia única de convivencia pacífica, no puede quedar a merced del destino o de quienes persiguen sin escrúpulos sus propios intereses. Porque Líbano es un pequeño gran país, pero es más que eso: es un mensaje universal de paz y fraternidad que se eleva desde Medio Oriente.
Una frase que el Señor pronuncia en la Escritura resonó hoy entre nosotros, casi como respuesta al clamor de nuestra oración. Son pocas palabras con las que Dios declara que tiene «planes de paz y no de desgracia» (Jr 29,11). Planes de paz y no de desgracia. En estos tiempos de desgracia queremos afirmar con todas nuestras fuerzas que Líbano es, y debe seguir siendo, un plan de paz. Su vocación es ser una tierra de tolerancia y pluralismo, un oasis de fraternidad donde diferentes religiones y confesiones se encuentran, donde conviven diversas comunidades anteponiendo el bien común a las ventajas particulares. Por ello es esencial ―quisiera reiterarlo― «que quien tiene el poder se ponga decidida y sin más dilaciones al servicio verdadero de la paz y no al de los propios intereses. ¡Basta del beneficio de unos pocos a costa de la piel de muchos! ¡Basta con el prevalecer de las verdades parciales a costa de las esperanzas de la gente!» (Palabras al término de la Jornada, Bari, 7 de julio de 2018). ¡Basta de utilizar al Líbano y Medio Oriente para intereses y beneficios ajenos! Es necesario dar a los libaneses la oportunidad de ser protagonistas de un futuro mejor, en su tierra y sin injerencias indebidas.
Planes de paz y no de desgracia. Vosotros, queridos libaneses, os habéis distinguido a lo largo de los siglos, incluso en los momentos más difíciles, por vuestro espíritu emprendedor y vuestra laboriosidad. Vuestros altos cedros, símbolo del país, evocan la floreciente riqueza de una historia única. Y también recuerdan que las grandes ramas sólo nacen de raíces profundas. Que os inspiren los ejemplos de quienes han sabido construir cimientos compartidos, viendo en la diversidad no obstáculos sino posibilidades. Arraigaos en los sueños de paz de vuestros mayores. Nunca antes, como en estos meses, hemos comprendido que no podemos salvarnos solos y que los problemas de unos no pueden ser ajenos a los demás. Por tanto, hacemos un llamado a todos vosotros. A vosotros, ciudadanos: no os desmoralicéis, no perdáis el ánimo, encontrad en las raíces de vuestra historia la esperanza de florecer nuevamente. A vosotros, dirigentes políticos: para que, de acuerdo con vuestras responsabilidades, encontréis soluciones urgentes y estables a la actual crisis económica, social y política, recordando que no hay paz sin justicia. A vosotros, queridos libaneses de la diáspora: para que pongáis al servicio de vuestra patria las mejores energías y recursos de que disponéis. A vosotros, miembros de la comunidad internacional: con vuestro esfuerzo común, que se den las condiciones para que el país no se hunda, sino que emprenda un camino de recuperación. Esto será un bien para todos.
Planes de paz y no de desgracia. Como cristianos, hoy queremos renovar nuestro compromiso de construir juntos un futuro, porque el porvenir será pacífico sólo si será común. Las relaciones entre los hombres no pueden basarse en la búsqueda de intereses, privilegios y ganancias particulares. No, la visión cristiana de la sociedad viene de las Bienaventuranzas, brota de la mansedumbre y la misericordia, lleva a imitar en el mundo el actuar de Dios, que es Padre y quiere la concordia entre sus hijos. Los cristianos estamos llamados a ser sembradores de paz y artesanos de fraternidad, a no vivir de rencores y remordimientos pasados, a no huir de las responsabilidades del presente, a cultivar una mirada de esperanza hacia el futuro. Creemos que Dios nos muestra una sola dirección para nuestro camino: la de la paz. Por lo tanto, aseguramos a nuestros hermanos y hermanas musulmanes y a los de otras religiones nuestra apertura y disposición para colaborar en la construcción de la fraternidad y la promoción de la paz. Ésta «no exige vencedores ni vencidos, sino hermanos y hermanas que, a pesar de las incomprensiones y las heridas del pasado, se encaminan del conflicto a la unidad» (Discurso, Encuentro Interreligioso, Llanura de Ur, 6 de marzo de 2021). En este sentido, espero que a esta jornada le sigan iniciativas concretas en nombre del diálogo, el compromiso educativo y la solidaridad.
Planes de paz y no de desgracia. Hoy hemos hecho nuestras las esperanzadoras palabras del poeta Gibran: Más allá de la negra cortina de la noche hay un amanecer esperándonos. Algunos jóvenes acaban de entregarnos lámparas encendidas. Son precisamente ellos, los jóvenes, las lámparas que arden en esta hora oscura. En sus rostros brilla la esperanza del futuro. Hay que escucharlos y atenderlos, porque de ellos depende el renacimiento del país. Y todos nosotros, antes de tomar decisiones importantes, miremos las esperanzas y los sueños de los jóvenes. Y miremos a los niños: que sus ojos radiantes, aunque cubiertos de demasiadas lágrimas, sacudan las conciencias y guíen las decisiones. Otras luces brillan en el horizonte de Líbano: son las mujeres. Me viene a la mente la Madre de todos que, desde la colina de Harissa, abraza con su mirada a los que llegan al país desde el Mediterráneo. Sus manos abiertas están dirigidas hacia el mar y hacia la capital, Beirut, para acoger las esperanzas de todos. Las mujeres son generadoras de vida, generadoras de esperanza para todos; Que sean respetadas, valoradas e involucradas en los procesos de toma de decisiones de Líbano. Y también vuestros mayores, que son las raíces, nuestros ancianos: mirémoslos, escuchémoslos. Que no den la mística de la historia, que nos den los cimientos del país para avanzar. Tienen ganas de volver a soñar: escuchémoslos, para que en nosotros esos sueños se conviertan en profecía.
Parafraseando de nuevo al poeta, reconocemos que para llegar al amanecer no hay otro camino que la noche. Y en la noche de la crisis tenemos que permanecer unidos. Juntos, a través de un diálogo honesto y de intenciones sinceras, podemos llevar luz a las zonas oscuras. Encomendemos todo esfuerzo y compromiso a Cristo, Príncipe de la Paz, para que, como hemos rezado, “cuando se levantan los rayos no eclipsados de su misericordia, huyen las tinieblas, el crepúsculo desaparece, huyen las tinieblas, termina el crepúsculo, desaparecen las tinieblas y se va la noche” (cf. S. Gregorio de Narek, Libro de las Lamentaciones, 41). Hermanos y hermanas, que la noche de los conflictos se desvanezca y surja un amanecer de esperanza. Que cese el rencor, desaparezcan las discordias y Líbano vuelva a irradiar la luz de la paz.
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