Al recibir de la condecoración Dra. Matilde Hidalgo de Prócel, el 27 de mayo de 2003 en Quito, Nela Martínez Espinosa pronucia un discurso muy fuerte contra la colonización estadounidense que vive ahora el Ecuador. «Concretamente la tierra del luchador y presidente Eloy Alfaro es hoy norteamericana, decía. Manta; base de barcos e implementos de guerra y en préstamo para la nueva arremetida yanqui.» Hasta los últimos momentos, la primera diputada de Ecuador se peleaba por la soberanía de su país: «Puede ser que yo nunca más pueda hablar en público. Pero ahora, si éstas son mis últimas palabras, es para llamar al sentido y espíritu patriótico de los que “no hemos vendido el alma al diablo de la traición”.»
Sr. Presidente del H. Congreso Nacional. Econ. Guillermo Landázuri Carrillo.
Sr. Procurador General del Estado.
Sr. Defensor del Pueblo.
Sr. Viceministro de Relaciones Exteriores.
Sres. miembros del Cuerpo diplomático acreditados en el Ecuador.
Sr. Representante del Alcalde Metropolitano de Quito.
Sr. Prefecto del Cañar y Sres. Consejeros del Cañar.
Sr. Alcalde y Sres. Concejales de la ciudad de Cañar.
Sres. Concejales de la ciudad de Azogues.
Sr. doctor Segundo Serrano diputado de la provincia del Cañar -a quien agradezco por su iniciativa.
Diputadas y Diputados del Congreso Nacional.
Vine, por primera vez, en trance de mi amor a esta Patria que aún continúa en lucha consigo misma, pero ya entonces rescatada de una dictadura que aumentaba la opresión. Quienes veían en la revolución que reclamábamos el mayor peligro, y nos negaban el derecho a hacerla, y vivirla, sencillamente se conmovieron. ¿Una mujer en el Congreso entre los que hablaban y no simplemente entre las que oían? La norma colonial heredada en la práctica del pensar y del hacer ha regido -palabra que viene de reinar, de Rey: el supremo, el que manda- durante la Colonia destructora de la otra cultura, la del indio, hasta el punto de constituirse en carácter, en forma de vida de quienes luego fueron republicanos. La práctica de la que hablamos quedó yacente en las normas y, más aun, en el actuar social. Por eso mi presencia era extraña en el Congreso Nacional, y al saludarla los dirigentes políticos reconocían, por primera vez, la ciudadanía de la mujer también en la altura del poder.
Desde entonces numerosas mujeres, escogidas por elección, han ejercido este derecho. Su actuación es del dominio público en la categoría política y en su capacidad; no por ser hombre o ser mujer.
Lugar de organización republicana y de las Leyes que le rigen, el Congreso ha sido tribuna de denuncias, exposición de anhelos partidistas y a veces personales, foro de contradicción de bandos más que de clases. Sin embargo, cuando no funciona se vuelve más huérfana la República.
Aceptar y agradecer esta condecoración es hacerlo también por las silenciadas, por las anónimas. Es recordarla a mi madre, Enriqueta Espinosa y Espinosa, con un libro en la mano y múltiples quehaceres a su alrededor, lo que no impedía proteger a perseguidos políticos. Alguna vez la vi abofetear a un militar que intentaba entrar a la casa, sin permiso, para apresar a un refugiado. Las más hermosas versiones de Emilio Salgari, Julio Verne y también Heredia quedaron en mis recuerdos de infancia. Ante las dictaduras que se sucedían, nos recitaba:
«Que si un pueblo su dura cadena
no se atreve a romper con sus manos,
puede el pueblo mudar de tiranos
pero nunca ser libre podrá.»
¿Cómo llegaban revistas y libros y noticias a Cañar? Más tarde supe que la familia Espinosa -concretamente don Darío, el abuelo- se escribía con Editoriales de España y les enviaba el valor de las publicaciones que llegaban. Así también sufrí por Simón Espinosa, el menor de mis tíos. Asistí, muy pequeña, a la despedida de aquel viaje a lo incógnito, cuando el joven ya poeta y ya biógrafo, a los 17 años pidió adelantada su herencia y resolvió estudiar en España. Dos años después vi un cajoncito con sus restos a lomo de mula camino a Cuenca. No resistió el invierno, se cayo al hacer gimnasia y llego a morir en Guayaquil. No sé realmente si lo vi irse o es parte de esas historias de familia que se incorporan y están en la cabeza para siempre.
«Que si un cuerpo su dura cadena...» y la cadena colonial continúa después de ella, la que amaba la libertad.
La colonización regresa. Concretamente la tierra del luchador y presidente Eloy Alfaro es hoy norteamericana. Manta; base de barcos e implementos de guerra y en préstamo para la nueva arremetida yanqui. También Esmeraldas y toda su bahía y posiblemente Galápagos. Nosotros, los sobrevivientes, aprendimos -yo en una escuela de monjas- a amar las hazañas de Bolívar y sus Ejércitos de patriotas ¿Cómo saldremos de esta colonización? ¿Cómo justificarnos ante nuestra cobardía? ¿Con qué derecho izamos la bandera de los libres, hace tres días, el 24 de mayo, aniversario de la Batalla de Pichincha?
Estamos siendo abyectamente colonizados bajo el disfraz de la República. ¿Cómo es posible cantar el Himno Nacional, ¡Salve, oh Patria!, si asistimos impasibles a la entrega de nuestra independencia? ¿Sirven el Congreso y los vocablos republicanos si permitimos que la fuerza imperial norteamericana, en trance de guerra para la dominación mundial, nos tome como parte logística para su realización?
El señor presidente Gutiérrez, en su visita a Washington, entregó el país para lo que el Imperio necesitara, así como redujo nuestra democracia, ya en paréntesis, a una simple fórmula de intercambio entre Presidentes. La gloria tiene su precio y la traición también.
Puede ser que yo nunca más pueda hablar en público. Pero ahora, si éstas son mis últimas palabras, es para llamar al sentido y espíritu patriótico de los que «no hemos vendido el alma al diablo de la traición».
Pueblo, intelectuales, analfabetos que piensan más que muchos letrados (Como Dolores Cacuango que anduvo por el mundo clamando por nuestra libertad): respiremos profundamente, aspiremos el aire de la Patria que sufrió y sacrificó a sus hijos para ser libre. Tengamos amor por ella, la República del Ecuador.
Y nuevamente, gracias a todos ustedes por esta condecoración que lleva el nombre ilustre de la primera médica del país.
Lo que he dicho en esta tarde viene de una profunda reflexión. Con Manuela Sáenz a mi lado y con los niños a los que se les llama forjadores del futuro en su camino de vida, y a quienes no existe pretexto para mentirles. El respeto a la Patria es el respeto a su independencia y soberanía plenas. Tengamos el honor de merecerlas.
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